Soy abogado del turno de oficio, pero la mayoría de las veces me parezco más a un penitente que lleva un cirio entre las manos. Mi situación es tan caótica que últimamente paso más tiempo haciéndole recados a mi novia, que atendiendo a pobres desamparados que no tienen para pagarse un leguleyo en condiciones. Ellos siempre me dicen que son gajes del oficio, pero yo pienso que lo mío sí es una faena, porque si supieran que ando todo el día de aquí para allá como castigo por no aprobar las oposiciones a Abogado del Estado que ella tan brillantemente ha sacado, dejarían de confiar en mí al instante. Pero nunca pierdo la esperanza, y siempre estoy atento a cualquier señal que el destino me envía para que mi mala fortuna actual cambie de repente. Por ejemplo, ahora que me dirijo a la administración de loterías más cercana con el boleto de la primitiva que hace unos días ella me mandó sellar, pienso en qué haría si nuestro boleto tuviese los seis aciertos. Aunque ésta es una costumbre que adoptamos mientras éramos unos pobres opositores, y en ella sólo cabían acciones cargadas de buenos proyectos para nuestro próximo futuro en común, últimamente desde que mi status ha ido perdiendo peso ante su meloso protagonismo, cada vez que voy a hacer el humillante recado de comprobar cómo la fortuna a mí todavía me resulta esquiva, no puedo reprimir hacer un pacto con mi imaginación y otro con el diablo. Con la primera, me alío para escuchar que el boleto tiene seis aciertos; y con el segundo, imagino la cara de una joven y prometedora Abogada del Estado, cuando al sentirse estafada tiene que dictar una orden de busca y captura contra su novio, consciente de que ni sus armas jurídicas ni sus armas de mujer, han sido suficientes para que yo siga permaneciendo a su lado. Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
Revista Arte
Soy abogado del turno de oficio, pero la mayoría de las veces me parezco más a un penitente que lleva un cirio entre las manos. Mi situación es tan caótica que últimamente paso más tiempo haciéndole recados a mi novia, que atendiendo a pobres desamparados que no tienen para pagarse un leguleyo en condiciones. Ellos siempre me dicen que son gajes del oficio, pero yo pienso que lo mío sí es una faena, porque si supieran que ando todo el día de aquí para allá como castigo por no aprobar las oposiciones a Abogado del Estado que ella tan brillantemente ha sacado, dejarían de confiar en mí al instante. Pero nunca pierdo la esperanza, y siempre estoy atento a cualquier señal que el destino me envía para que mi mala fortuna actual cambie de repente. Por ejemplo, ahora que me dirijo a la administración de loterías más cercana con el boleto de la primitiva que hace unos días ella me mandó sellar, pienso en qué haría si nuestro boleto tuviese los seis aciertos. Aunque ésta es una costumbre que adoptamos mientras éramos unos pobres opositores, y en ella sólo cabían acciones cargadas de buenos proyectos para nuestro próximo futuro en común, últimamente desde que mi status ha ido perdiendo peso ante su meloso protagonismo, cada vez que voy a hacer el humillante recado de comprobar cómo la fortuna a mí todavía me resulta esquiva, no puedo reprimir hacer un pacto con mi imaginación y otro con el diablo. Con la primera, me alío para escuchar que el boleto tiene seis aciertos; y con el segundo, imagino la cara de una joven y prometedora Abogada del Estado, cuando al sentirse estafada tiene que dictar una orden de busca y captura contra su novio, consciente de que ni sus armas jurídicas ni sus armas de mujer, han sido suficientes para que yo siga permaneciendo a su lado. Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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