Revista Opinión

Aborto y defensa de la vida, dos criterios espartanos

Publicado el 04 enero 2011 por Jorge Gómez A.
Lanzar a alguien a un precipicio por considerarlo incapaz de sobrevivir -como lo hacían los espartanos- es un criterio brutal en cuanto a la vida. No obstante, parece ser ferozmente más honesto que el discurso culposo que impera en nuestras sociedades modernas.
En Esparta, el derecho a la vida de los recién nacidos estaba supeditado a su capacidad de enfrentar la vicisitudes de la existencia. No cumplir tal requisito –y servir al duro sistema espartano- implicaba ser considero una carga para la polis, y ser abandonado a la suerte en un barranco.
La lógica espartana de selección “casi natural”, partía de una honestidad prácticamente grosera: el reconocimiento de que la sociedad y valores espartanos carecían de espacios para débiles o desvalidos. Parecía decir sin anestesia: Si no eres sano o fuerte, no podemos hacer nada por ti más que dejarte a tu suerte, pues nuestra sociedad no garantiza tu existencia posterior.
Aquel criterio -una moral guerrera según Nietzsche- claramente brutal y arbitrario, hoy es considerado por nuestras sociedades -que se perciben “más civilizadas y humanitarias”- no sólo incivilizado, sino una eugenesia e infanticidio inhumanos.
No obstante, parece ser ferozmente más honesto que el discurso culposo, que impera en nuestras sociedades modernas.
¿Por qué dirán muchos? La diferencia la encontramos en la misma lógica espartana.
A diferencia de los espartanos, nuestras sociedades, al presumirse más avanzadas y modernas, sufren constante culpabilidad ante la situación de los desvalidos y desafortunados -el triunfo de la moral de los débiles, diría Nietzsche-.
El problema no es en sí ese sentimiento, sino que la mayor parte del tiempo, aquella compasión es más bien retórica y no práctica.
En este sentido, el argumento “provida” que plantea que la vida -y el derecho a ésta- son valores superiores a cualquier otra consideración, ya sea legal, ideológica, religiosa, económica o clínica, y que por tanto deben ser protegidos a toda costa, es en sí impecable. Nadie podría decir lo contrario en cuanto al valor máximo de la vida humana.
Pero, hay un vacío no saldado, que ninguno de los autoproclamados provida aborda de frentón, y que al parecer los espartanos si enfrentaban -quizás no de forma civilizada- pero si más valiente:
¿Qué ocurre con los individuos después de nacer, sobre todo con aquellos cuya existencia podría ser más difícil una vez fuera del útero de sus madres? ¿Quién los protege realmente? ¿Qué hace nuestra sociedad ante ellos?
Ahí radica la falencia –casi cínica- del argumento de los sectores autoproclamados provida-. Al igual que aquellos que proclaman el igualitarismo, parecen hacerlo de forma más bien abstracta. De manera ilusoria. Nunca concreta. 
Porque, aunque plantean que la vida debe ser protegida desde la concepción y sin escatimar recursos, en sus argumentos se desligan casi absolutamente de lo que implica la vida más allá del vientre materno. Sobre todo, la de aquellos menos afortunados por los cuales la sociedad actual parece no hacer nada.
Es decir, aunque no lo quieran, su lógica es igual a la de los espartanos –e incluso a la de quienes están a favor del aborto-: Defendemos tu derecho a nacer, pero te dejaremos a tu suerte, pues nuestra sociedad, no garantiza tu existencia posterior.
Entonces, la vida –tan defendida de forma abstracta- en la práctica, y una vez fuera del útero materno, en muchos casos, y sobre todo cuando la existencia posterior se dilucida compleja o trabajosa, queda irremediablemente a la deriva y la suerte. Es decir, a los designios de “la selección natural”.
Aquellos que se protegió antes de nacer, una vez fuera del útero, literalmente quedan abandonados a su suerte, lanzados metafóricamente a un barranco simbólico.

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