Según la RAE, abracadabra se define como “palabra cabalística a la que se atribuyen efectos mágicos.” Es una palabra que vemos mucho en los espectáculos de magia tanto en directo como en televisión o internet, y el mago la pronuncia antes de ejecutar su número. Pero más que efectos mágicos, la palabra tenía supuestos efectos curativos.
La primera vez que aparece esta palabra es en la obra Liber Medicinalis (De Medicina Praecepta Saluberrima), del médico romano Quinto Sereno Sammonico (en latín, Quintus Sammonicus Serenus). En esa época, los remedios médicos solían venir escritos en versos, por dos motivos: uno porque así podían incluir metáforas y acertijos que el lector debía interpretar, y otro, porque en verso es más fácil recordar la receta.
Quinto fue un médico famoso en su época, sin embargo no se conocen muchos detalles de su vida. Nació en Pérgamo y murió en el 212 a.C. Parece ser que fue tutor de dos emperadores romanos, Geta y Caracalla (Geta era el hermano menor, y ambos gobernaron a a la vez por decisión de su padre Septimio Severo), aunque fue asesinado por el segundo; Caracalla estaba celoso de la popularidad de su hermano y decidió asesinarlo junto a muchos de sus amigos y partidarios. Pero existe una cierta confusión entre las dos personas que llevaban el nombre de Sereno Samónico, padre e hijo, y según algunas fuentes el asesinado fue el padre.
En el libro de Samónico, que fue muy popular durante la Edad Media y del que se apreciaba la calidad de sus versos, se recogen muchas recetas de siglos anteriores no solo romanas sino egipcias y griegas sobre todo tipo de enfermedades. La que nos ocupa ahora es la malaria, que fue un auténtico azote en la Antigua Roma. De hecho, la propia palabra malaria viene del latín, mal’aria, que es la contracción de mala aria, o sea, mal aire. La fiebre tenía su propia diosa, con tres templos en la ciudad de Roma. Los romanos nunca asociaron la malaria con los mosquitos.
Esta era la receta que recomendaba Quinto Sereno:
Inscribis chartae, quod dicitur Abracadabra:
Saepius et subter repetas, sed detrahe summae,
Et magis atque magis desint elementa figuris:
Singula quae semper rapies et coetera figes,
Donec in angustam redigatur litera conum.
His lino nexis collum redimire memento.
Es decir, había que escribir la palabra ABRACADABRA en un trozo de papiro y repetirla en las líneas de abajo, eliminado la última letra en cada paso, hasta que solo quedara una letra. El resultado era algo así:
Y lo que quedaba, enrollado como un cono, como dice Quinto en los último versos, se colgaba del cuello con un hilo de lino. A los nueve días, se arrojaba el talismán por encima del hombro a un río cuyo curso de agua apuntara al este. La idea del remedio se basaba en que a la vez que desaparecían las letras, también lo hacía la enfermedad.
Volvemos a encontrarnos con esta palabra en el Diario de la peste, de Daniel Defoe, que narra como un testigo de primera mano la peste que asoló Londres en 1665, aunque entonces Defoe tenía 5 años y probablemente usara las notas de uno de sus tíos. Defoe escribe lo siguiente:
Pero más allá de todo esto había aún otra locura, que puede servir para dar una idea del humor perturbado de la clase baja de la época; sucedió que seguían a una especie de mistificadores aún peor que los mencionados. Porque aquellos ladrones despreciables sólo les mentían para hurgarles los bolsillos y sacarles dinero, y en esos casos la maldad -cualquiera que fuese- se radicaba en el engañador, no en el engañado. Pero en los casos que voy a citar, la impiedad correspondía a la víctima, o a ambas partes por igual. El asunto consistía en usar talismanes, filtros, exorcismos, amuletos y yo no sé qué preparados, para fortificar con ellos el cuerpo contra la peste. Como si la plaga no viniera de la mano de Dios sino que fuese una especie de posesión por un espíritu maligno, que debía ser aventado con cruces, signos del zodíaco, papeles atados con cierto número de nudos, sobre los cuales se escribían ciertas palabras o se dibujaban ciertos signos, particularmente la palabra Abracadabra, dispuesta en forma de triángulo o pirámide.
Daniel Defoe
Afortunadamente, ya no estamos en esos tiempos, y sabemos que no hay amuletos mágicos que nos protejan de una epidemia, salvo aquellos que nos va proporcionando la ciencia.
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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, Real Academia Galega de Ciencias)