Revista Educación

Abuso

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Abuso

Hace unos días mi compañero de blog Carlospu, cuyas entradas recomiendo con frecuencia, escribía una titulada #metoo acerca del abuso sexual en general y, en concreto, del que se ha puesto de manifiesto en las últimas semanas alrededor del mundo cinematográfico de Hollywood. El caso del productor Harvey Weinstein ya es hasta viejo, teniendo en cuenta que en los últimos días han aparecido los de Kevin Spacey o Dustin Hoffman, entre otros.

El movimiento #metoo, pretende visibilizar, como bien explicaba Carlospu, cómo se ha normalizado el abuso sexual y, lo que me parece más importante, dejar claro que las víctimas son víctimas, denuncien cuando denuncien y sea quien sea su abusador, que solamente tiene que estar en situación de superioridad para serlo.

Con frecuencia las abusadas somos nosotras, aunque claro ha quedado estos días que ellos también han sufrido ese acoso porque, como dije en el párrafo anterior, no hay más que relacionarse con un abusador en situación de poder físico, laboral o económico para ser una víctima potencial.

Lo que ha ocurrido las últimas semanas es una muestra de que las cosas están cambiando, de que las víctimas, sean del sexo que sean, encuentran en su entorno el apoyo necesario para dar el paso de denunciar a sus acosadores, y me alegro de ello. Lamentablemente la mayoría sigue callando. Callando porque cree que está en juego su trabajo, su pareja, su dignidad, callando porque total, si lo único que ha hecho es hacerme un comentario desagradable, si nada más que me ha tocado el culo, si tenía unas copas de más y por eso se acercó tanto, si lo mismo yo le di pie al ser tan amable, si es que he sido tonta al ponerme este escote...

Abuso

Y callar nos hace débiles, vulnerables. Callar les da poder, el peor de los poderes, el que procede del silencio de las víctimas, el de saberse seguros de actuar impunemente. He conocido a varios Weinstein a lo largo de mi vida y he sufrido algunas situaciones de abuso que tuve la fortuna de poder frenar de inmediato, seguramente porque mi madre me repitió muchas veces aquello de que más vale un minuto de león que cien años de cordero, pese a quien pese y caiga quien caiga. Por eso escuchar por fin los rugidos en masa es una enorme satisfacción.


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