Revista Diario
Tengo un problema... bueno, de hecho, tengo muchos y de diferentes tamaños. Incluso podría colocarlos en el clóset y llenar cada uno de los espacios: grandes y pequeños. Pero siempre hay uno o dos que son recurrentes y son también los que más molestan. En esta ocasión voy a platicar sobre la cuestión de la autoaceptación. Como dije, tengo un problema: no he podido aceptar algo que, al parecer, sí soy. En mi caso, tengo que aceptar que no soy una persona normal. Soy bipolar tipo 2 y soy una especie de escritor frustrado. Esos son mis dos cosas que no alcanzo a aceptar. Lo traigo a colación por una anécdota.
Este fin de semana tuve un encuentro con un indigente. Era una especie de adivino - psicólogo - demente. Estuvo hablando con nosotros (mi esposa y yo) durante varios minutos en la banca de un centro comercial. Yo al principio estaba asustado porque no sabía bien qué tipo de loco indigente era... Una vez que me di cuenta de que era inofensivo, pude escucharlo con un poco de más atención. En su monólogo, que era imparable, escupió así porque sí, que era bipolar. Al menos eso creí entender.
Antes de eso yo le había preguntado a qué se dedicaba. Entonces arrojó que había sido paramédico, miembro de la mafia y adicto al crack ("aquí me quemé", dijo mientras mostraba una cicatriz invisible debajo del ojo). Anadió que llevaba 21 años de abstinencia sexual ("me masturbo", acotó).
Entonces dijo que era bipolar y yo me puse alerta.
Noté entonces sus ojos casi desorbitados y ese chorro de palabras que salían a borbotones. Tenía ese tono bajito que muchos usan en estas tierras, pero no paraba de hablar y de gesticular.
Vive bajo un puente y recibe ayuda del gobierno por 600 dólares cada mes. Con eso, dice, le alcanza para comer, tomar cerveza y ayudar a su sobrino. Le encantan los bebés. Me puse alerta de nuevo. De su cuello colgaba un par de chupones (bobos, chupetes) junto con dos aromatizantes para auto con forma de pino... Mi esposa arrullaba a mi hijo de tres meses que dormitaba luego de haber comido y recibir medicina para el dolor. Me preocupé por la seguridad del pequeño. El indigente dijo que le gustaba cargar a los nenes, cambiarles el pañal, darles de comer... En serio me puse nervioso...
Luego detrás de él pasó un guardia de seguridad que me sonrió socarronamente. Supe entonces que era conocido de la plaza e inofensivo. Tardó unos minutos más hablando con nosotros, diciendo que nos veía envejeciendo juntos y cuidando al niño. Se despidió y se fue, no sin antes cantarle a viva voz a tres chicas que se cruzaron en su camino pidiéndoles un beso... Todo un personaje.
Este sujeto probablemente estuvo bajo tratamiento algún tiempo y luego lo dejó, quizás no... No lo sé. En algún momento de su discurso imparable y a veces inaudible, dijo la razón por la cual no se suicida. Me gustaría haber comprendido lo que dijo. Creo que mencionó algo de Dios y el amor a la vida. Debe ser eso y sólo eso lo que mantiene en este mundo a una persona así. No tengo lástima por él. Es un sentimiento que siempre me ha parecido un poco detestable, además, es un tipo inteligente y parece consciente de lo que hace. Podría decir incluso que un poco culto, al menos con esa sabiduría que la calle le da a muchos de los que en ella sobreviven. Más bien me da pie a reflexionar acerca de la aceptación de mi condición, la fuerza y la entereza que debo tener para no caer, para no dejar que mi vida se vaya tan al carajo como parece que le sucedió a él. Dejé el tratamiento hace un año y con todo y los tremendos cambios y retos a los que me he enfrentado este año, he estado bien, me he mantenido estable. Sólo quisiera tener la fuerza y la inteligencia para no perder el ritmo, el piso, el ánimo, la cordura. Eso en cuanto a mi primer problema
Sobre el segundo, el de ser un escritor frustrado... tengo que decir que estoy trabajando en ello. Un día lo acepto y digo que lo haré público y por la noche me arrepiento... Pero sigo intentando.