Acerca del robo de historias y otros relatosGueorgui Gospodinov (trad. de María Vútova)ImpedimentaRústica con solapas | 160 páginas | 19,50€
Hace poco dialogaba con un cliente en la librería sobre cuál podría ser la diferencia entre relatos e historias, o si acaso existía tal diferencia. Al final, reflexionamos, todos estamos hechos de historias, tenemos nuestras propios relatos que contar y que nos contamos a nosotros mismos. Necesitamos narrar el pasado, el presente y el futuro, darle cierta interpretación, de forma constante. Las historias son como cajones del tiempo, cajones que abrimos solos —o junto a los demás— que ayudan darle sentido a la vida, otorgarles nuestra propia dimensión y filtro que, por supuesto, cambia con el tiempo. Los recuerdos y pensamientos son la base, pero la imaginación literaria pone el resto. El relato es, por tanto, el género más antiguo, que nació en forma de historia oral, de puro intercambio dialéctico. Y con ese espíritu diría que nace Acerca del robo de historias y otros relatos, la primera colección de historias (que no relatos) de Gueorgui Gospodínov, donde cada historia es un pequeño laberinto anecdótico en el que el lector elige hacia donde (quiere) ir.
Siguiendo la tradición oral
Ya se pregunta el propio Gospodinov en el prólogo del libro, publicado por primera vez en 2001, “¿Por qué historias y no relatos?”. Según él mismo (y afirmación que comparto), el relato sigue una serie de reglas, tiene cierta estructura y pertenece a la tradición escrita. Sin embargo, la historia, es algo anterior. Esta viva, cambia con el tiempo, es descuidada. Tiene la fuerza de lo inmediato, de poder volver a contar lo sucedido de una nueva forma, cambiando la lente con la que se mire y dependiendo de quién reciba esa historia. Los veintiún textos que reúne Acerca del robo de historias y otros relatos tienen una procedencia diversa, pero cumplen esta premisa casi a rajatabla. Las historias de Gospodínov se pueden sentir personales y muy locales en cierto sentido, pero a la vez, son prácticamente universales, por que todos estamos hechos de miedos, sucesos, esperanzas y tristezas.
Portada de la edición búlgara
El hilo conductor de las historias de Gospodinov siempre parece ser el de la exploración, el intentar ver hasta donde alcanzan las posibilidades de una premisa aparentemente anecdótica como un viaje en tren, como el de Kristín que saluda desde el tren. También, otros más irónicos y de apenas una página, como el de la Mosca en el urinario referido a los baños alemanes. Hay otros, sin embargo, que se amparan en el corte más fantástico, en el cuento más borgiano, como la potente metáfora de unas mujeres a las que un hombre les roba la sangre, o la conmovedora Peonias y Nomeolvides, el relato de una pareja de desconocidos en un aeropuerto que se encuentran para entregar un paquete e imaginan al momento una vida juntos. Tres páginas inolvidables que atrapan tu corazón por completo. Encaja por aquí también Vaysha la ciega (una historia inconclusa), otro de mis favoritos, y que incluso fue a fue adaptado al cine y nominado al Oscar en 2016. Esta es la historia sobre una mujer cuyo ojo izquierdo ve el pasado mientras que en el derecho puede ver el futuro.
Un taller de experimentos
Al cerrar el volumen con los veintiún textos, uno no puede dejar de tener la impresión de haber dado un vistazo a una especie de taller de pruebas, de experimentos tanto formales como no donde se ven los intereses del propio Gospodínov. Hay piezas inolvidables, como las antes mencionadas si le añadimos la fantástica Alma viviente, con la figura de ese anciano y sus visitas al cementerio, o El alma navideña de un cerdo, donde un cerdo ve lo que ocurre después de su propia muerte en festividades. Sin embargo, en conjunto, no dejan de ser susurros con cierto sentido de fugacidad. Cumplen su función a la perfección, dicen (a veces) cosas importantes y no solo sirven para entretener, si no que observan la realidad de una manera (muy) particular.
Sin embargo, no todos alcanzan ese grado maestro y se observa (o pecan) que vienen de diferentes fuentes, como encargos o colaboraciones específicas que hacen del conjunto algo ecléctico, un conjunto de miradas. Gospodínov se divierte escribiendo, y se nota, el volumen es buena prueba de ello. Es una delicia leerlo, aunque sea en un texto de apenas cuatro páginas. Descubrir su escritura en este formato más fragmentado, más independiente, puede ser una buena puerta de entrada a su literatura, de eso estoy seguro. Porque sus novelas, como ya demostró Las tempestálidas, funcionan de la misma manera: como delicadas y medidas piezas de construcción anecdótica que se moldean, desde una premisa muy básica, hasta convertirse en algo sublime. Lean a Gospodínov, ya lo agradecerán después.
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