Publicado originalmente en NEVILLE:
http://nevillescu.wordpress.com/2012/12/20/hora-de-aventuras-en-acidovision/
Lo que les pasa a los niños, decía J.M. Barrie es que están locos. Por eso las series infantiles de verdad son salvajes, anarcoides y lisérgicas. Lo que para nosotros es surrealismo y absurdo para las mentes de frenopático dopadas de azúcar de la chavalería es simplemente algo que mola. Los niños no tiene problemas con el concepto de realismo, eso lo tenemos los adultos que intelectualizamos lo que no es más que un fluir de ideas que tropiezan unas con otras, superponiéndose. Un juego donde las reglas cambian sobre la marcha por que lo que se te ha ocurrido es mucho mejor y más peligroso que lo anterior. Las preguntas y los “por qué” las ponemos los adultos, nos
obsesionamos con los detalles, nos angustia que no haya respuesta. Como Grant Morrison explica muy bien en Supegods, su libro sobre los superhéroes en el mundo y la cultura contemporánea, los niños tiene una respuesta directa, única e irrefutable para todas esas chorradas: “Porque no es real”Hora de aventuras, la serie protagonizada por Jake el perro y Finn el humano no tiene nada de educativo, pero en cambio está llena de valores, el primero de ellos el de colocar la imaginación como horizonte. Es además mi actual ración e psicodelia catódica, agotados ya los efectos sobre mi organismo de Batman el intrépido y Bob Esponja. Encima es mejor que ambas juntas, todo sea dicho.
Su reparto es insuperable, desde los protagonistas y episódicos hasta esos secundarios como la Princesa Chicle, la vampira Marceline que en lugar de sangre chupa el color rojo, la Princesa del espacio Bultos o el archivillano Rey Hielo, un pobre tipo solitario y bastante pesado; y su animación anfetamínica, sencilla es la versión siglo XXI de la de El Gato Félix, con el añadido diversas influencias del cómic underground y un cromatismo pop que se extiende a una concepción posmoderna que integra lenguajes del videojuego, restos de la cultura basura y referencias nunca obvias ni subrayadas a la literatura popular e infantil –quizás la más frontal sea la de Donde habitan los monstruos, el cuento ilustrado de Murice Sendak, la más oblicua la de Calvin y Hobbes en versión demente y la más perturbadora la del relato de Harlan Ellison, A boy and his dog- el cine de derribo o los cuentos feericos y mitológicos en versión subversiva. Vamos, que todo vale, que todo sirve siempre y cuando sea divertido y absurdo, de ilógica aplastante.
Y como toda gran ficción infantil está rodeada de contornos tenebrosos. La tierra de haz lo que quieras que es Ooo, un mundo ácido de espada y brujería (y pop) donde lo inverosímil es el estado e las cosas se descubre poco a poco como el resto mutado de un holacausto nuclear, del cual Finn bien podría ser el último superviviente humano. Todo lo cual pondría la serie en relación con la numerosa ficción postapocalíptica que los creadores estadounidenses han venido produciendo después del 11S. Pero ya estoy intelectualizando, amenazando con volverlo todo demasiado serio. Y no hay más que ver a su creador Pendleton Ward, un tipo barbudo con corte de majara entrañable, apra saber que la serie no va de eso. Ni de lejos, vaya.
Hora de aventuras ofrece lo mismo humor primario que sofisticado desconcierto, no satiriza ni critica la realidad, sino que la sustituye por una propia, mejorada y a media. Al tiempo autocontenida e infinita en cuanto a su posibilidades. Bueno, y en realidad sí que enseña; te dice todo lo que necesitas para los tiempos oscuros: imaginación, ternura, valor y un par de buenos puños. Aunque si tienes un perro mágico mejor.