Revista Arte

Acostumbrados a la excelencia

Por Jon Marín
Acostumbrados a la excelencia La etapa escolar quizás es la más cruel de toda nuestra vida. Los niños son crueles por su ingenuidad y por tender a dicotomizarlo todo. Para ellos tan solo existen dos grupos: o eres alto o eres bajo o gordo o flaco o del Barça o del Madrid o empollón o zopenco. En el colegio, Juan es el bajo, flaco, del Barça y empollón. Dejando aparte las características fisionómicas y las preferencias balompédicas, donde poco puede hacerse, valga señalar que es considerado uno de los empollones de la clase simplemente porque tiene facilidad para los estudios. No es forzado, no pretende destacar por encima del resto, no es prepotencia o vanidad, simplemente es así y punto. Incluso hay veces en las que Juan se siente avergonzado porque el profesor le pone como ejemplo y sabe que después sus compañeros le van a obsequiar con una buena dosis de collejas. Pero, sobretodo, Juan se siente presionado e incomprendido. No entiende por qué su madre le recrimina haber sacado sólo un 8,5 en el examen de sociales. Tampoco entiende por qué a Manuel, el compañero de clase que peor se porta, le han regalado sus padres una guitarra eléctrica por haber aprobado su primer examen del año. Aunque todos saben que lo ha conseguido copiando. Juan no puede comprender por qué a él, que siempre ha sacado buenas notas, pocas veces se le ha visto recompensado por su esfuerzo y por sus resultados.
Vivimos en un contexto donde se premia lo mediocre, donde el que hace las cosas bien es mirado con recelo, donde la mayoría espera a que el que va primero tenga un desliz y caiga, donde lo que siempre ha sido vulgar y un día le suena la flauta tiene más valor que lo que siempre ha sido excelente. También parece que poco importa el cómo se hacen las cosas, sino el resultado final. Juan y Manuel lo ven en el colegio. Pero pasa también en el fútbol, en la tele o en el diseño de productos.
Un producto puede ser blanco o negro, puede ser curvo o cuadrado, grande o pequeño, pero no puede ser sostenible o no serlo. La sostenibilidad es una manera de hacer, una metodología de trabajo, no un acabado final. Aquellos que integran criterios de sostenibilidad en sus procesos de creación lo hacen porque lo consideran el camino hacia la excelencia. Aunque esa excelencia, como ya se ha visto, no se valora en exceso. Pero es que además, a aquellos que han optado por el camino difícil –el que comporta estudios ambientales rigurosos, no exportación de la producción, no copia sino innovación, coherencia proyectual,…- se les exige más, son mirados con desconfianza y han de justificar sus pasos muchísimo más que a aquellos que pasan de intentar ser buenos.
Juan ha optado por no sobresalir de la media para no llevarse collejas. ¿Por qué se inclinarán los que hacen buen diseño?   Post publicado en el blog de Nutcreatives para Experimenta.
o: Vuelta a lo simple o Los objetos dicen o Valorar lo invalorable

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