Ayer en el ruedo de Valencia lidiaban dos cortes de toreo radicalmente distintos. Por un lado estaba Juan Serrano “Finito de Córdoba”, la aptitud. Era yo pequeño, no tendría mucho más de 10 años, cuando precisamente en una Feria de Julio el de Sabadell impactó como novillero. Poco tiempo después en otra Feria de Julio el histórico indulto de “Gitanito” eclipsó una excepcional actuación del torero catalán, esto me hace mayor, pero aún lo recuerdo a la perfección.
El toreo de "Finito" vale su peso en oro, en la mente de muchos aficionados hay clavados multitud de detalles suyos de inmensa calidad. "Finito" es uno de esos privilegiados a quienes Dios dotó con unas aptitudes innatas para la práctica de este arte. Aptitudes todas, actitud… este torero lo ha tenido todo para comerse el mundo y por su cabeza no se lo acabó de merendar…
De otro lado estaban Padilla e Iván Fandiño, ellos son el polo opuesto, la actitud. No se puede negar su arrojo y sus ganas de ser, saltan al ruedo cada tarde y nos dan el 100% de lo que llevan dentro. Su técnica y su estética son otro cantar, si sus aptitudes fuesen como las de Juan Serrano habrían revolucionado el toreo.
Los tres, con sus virtudes y sus defectos, sin que nadie les regale nada se han hecho un hueco en el mundo del toro, por eso ayer actuaban en una feria de plaza de “primera”.
El problema es que sea cual sea su estilo y/o condición poco o nada van a poder expresar si no hay un toro que les ayude. Si el martes el de Daniel Ruíz fue un gran encierro el de ayer de Las Ramblas dejó mucho que desear, no tenían nada dentro, animales sin ningún atisbo de casta, sin toro no hay nada.
La tauromaquia es un arte y el arte es por definición subjetivo, a unos nos gustan unas cosas y a otros otras, esto va de emociones y cada cual siente las suyas. Lo que es innegable es que se sustenta sobre una materia prima, el toro de lidia, y si esta falla todo lo demás poco o nada importa.