Revista Arte
Observo que, aparte de mis habituales escapadas por tierras de Alicante y algunas más breves a pueblos de la provincia de Albacete, los viajes de los últimos años han sido siempre a Andalucía: Málaga, Granada, Almería, sucesivamente, y ahora Córdoba y Sevilla, pasando por Úbeda y Baeza, en Jaén. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. La verdad es que tiene todo lo que me gusta: historia, paisaje, rincones, belleza, gastronomía y, algo no menos valioso: buen humor. Sólo por escuchar hablar a la gente, merece la pena ir. Música para los oídos. Para otro futuro viaje quedan Cádiz y Huelva. Nos pondremos a ahorrar. En esta escapada de unos pocos días, siempre insuficientes para tanto que ver, pues Úbeda y Baeza sin ir más lejos, que sólo vimos de paso, —una mañana para las dos ciudades—, ya merece un viaje aparte. Igual con Córdoba o Sevilla, que llevaría meses conocer a fondo. Se te saltan las lágrimas de ver los pueblos que van quedando a orillas de la carretera, a los que siempre promete uno volver. Al menos, pasamos y nos detuvimos en La Carlota, una de las Nuevas poblaciones fundadas en los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla por Carlos III y repobladas con inmigrantes alemanes, flamencos y suizos, junto con La Carolina, Olavide, Carboneros, Luisiana, Santa Elena, Navas de Tolosa, Guarromán y Aldeaquemada, entre otras, por cuyas cercanías también anduvimos. La emigración, como vemos, no siempre tiene unas mismas rutas y direcciones, algo que a nadie convendría olvidar. En este caso, la mafia que los embarcaba era el bávaro Türriegel, que cobraba de las arcas del reino un tanto por colono, atendiendo a las demandas de Pedro de Olavide, promotor y encargado de la repoblación de estos desiertos. Vuelta por Despeñaperros, que se supera volando por túneles y altos viaductos que ahorran tiempo, cuestas y peligros. Me refiero a los del tráfico, pues los antiguos bandoleros de estos parajes, como los de Sierra Morena, se sientan hoy en día en los consejos de administración y en el Consejo de Ministros.
Pedro de Olavide también inmigró desde Perú, muerta su familia en el terremoto que destruyó Lima en 1746. La verdad es que tuvo que salir huyendo de allí lleno de deudas, cuyas culpas echaba al muerto. Y me refiero a su señor padre. También por gastarse en contruir un teatro parte de los fondos que le habían encomendado administrar para usar los bienes de los fallecidos en obras de reconstrucción. Buen pájaro era el tal Olavide. Al final fue perseguido y condenado por la Inquisición y tuvo que hacer las maletas e irse a Francia. No sé si la inquisitorial inquina vendría de que los fondos de las Nuevas Poblaciones eran los incautados a los jesuitas en la desamortización o, tal vez, por importar libros de dudosa doctrina y por sostener veintiséis proposiciones heréticas, tales como defender a Copérnico o por prohibir que las campanas tocaran a muerto en el imperio, pues con tantas bajas como la peste provocaba en esos momentos, se iban a abatir los ánimos de la población superviviente. ¡Qué tiempos! Tanto estas Nuevas poblaciones como la fábrica de Tabacos de Sevilla, me interesaban especialmente por ser escenario de algunos de los capítulos de mi inconclusa narración sobre el convento de San Odón de la Muela, que retomaré en cuanto tenga tiempo, interpretando a mi manera los eventos de la época ilustrada. Resulta que uno de los fines de estos viajes es dibujar, pintar, hacer bocetos y apuntes, haciendo así acopio de fotos e ideas para nuevas acuarelas. Por ejemplo, todo lo que se muestra en esta entrada del blog, una parte de l producción de este corto viaje. Quedan unas 600 fotografías, que como recuerdo y documentación no están nada mal. El dibujo anterior se hizo frente al hotel Alfonso XIII, mientras refrescábamos el gaznate en un bar frontero. De tal apunte y de unas fotos que desde allí hicimos sale la acuarela que inicia la entrada. Fue el trabajo que nos ocupó el día de ayer. No me voy a poner aquí a contar la historia de Sevilla ni a describir sus bellezas, que muchas tiene. Me falta ciencia y espacio para tales propósitos. Me detengo en las jacarandas, árboles de encanto que abundan en Sevilla, igual que las mimosas —o sensitivas— de hojas huidizas y colores variados. Una maravilla de árboles para no desentonar con el entorno. Como en la acuarela siguiente: Esta acuarelilla se hizo sentado en un banco, con fuente de estanque, que fuente no la había en el parque desde donde dibujaba tan hermosa perspectiva, también adornada de jacarandas. Voy a tener que incluir en el kit de pintura una petaca de ginebra seca o de cognac como los acuarelistas ingleses de antaño, a ver si consigo similares tonos. No para beber, que me da ardor. Al fondo las torres de la Plaza de España, en el Parque de María Luisa, construida para la Exposición Iberoamericana de 1929. La primera piedra fue puesta por Alfonso XIII, pero una nada más, que eso cansa mucho y ensucia las manos. De las demás, que son las que más mérito tienen, desconocen los historiadores quiénes las fueron poniendo. Subido el rey a la torre, mohíno y disgustado al ver que se habían levantado edificios de cinco, incluso seis pisos, dejó dicho que no se construyeran edificios altos que compitieran con las bellezas de la ciudad, y menos que taparan su vista. Ni puto caso, en términos científicos. Como ya he dicho, el primer café y el primer paseo, en Úbeda, sobre las 9 de la mañana, que las del alba serían cuando salimos de viaje. La segunda parada, en Baeza, a tomar algo más sólido. Tras concluir que era ofender a estas dos ciudades, Patrimonio de la Humanidad, el dedicarles tan poco tiempo, hicimos un dibujo de un pino, nos inventamos los edificios del fondo, tapados por los coches y camiones que nos ocultaban los que de verdad había, sin duda más hermosos, y nos prometimos volver de nuevo a ver las renacentistas Úbeda y Baeza como se merecen.
Llegamos a Córdoba con toda la fuerza del sol y dejamos el coche a escasos metros de la Mezquita, haciendo verdad el dicho que reza "tienes más suerte que un quebrado", pues quebrado estoy, de la pata derecha por más señas. Ello me permite dejar la diligencia en los espacios que las ordenanzas nos reservan a cojos y tullidos en lugares estratégicos. Si lo llego a saber me quedo cojo antes. Aunque, bien pensado, mejor no. De forma que maleta en mano nos dirigimos al hotel, justo enfrente de la Mezquita. Pasamos por el Palacio episcopal, y me paro a pensar que tiene cuajo que el señor obispo de Córdoba, cuando se asome a la ventana de su palacio, tenga una mezquita como inevitable visión. Tendrá que levantar la cabeza para ver la torre de la catedral cristiana incrustada en medio de tal maravilla levantada por los infieles. Infieles para ellos, pues para los musulmanes, lógicamente, los infieles somos nosotros. Me asombra la carestía secular de solares que ha obligado a hacer las iglesias sobre las mezquitas que previamente se habían levantado sobre los escombros de las iglesias visigodas que, a su vez, se habían edificado con las piedras de los templos romanos arrasados, construidos sobre viejos santuarios iberos o fenicios. Seguramente eran lugares de culto desde cuando el mundo es mundo. Las religiones han sido el origen de la existencia y de la destrucción de muchas maravillas, y de millones de vidas todavía más maravillosas, y mi modesto entender no alcanza a comprender cómo un hermoso y antiguo edificio puede ser tenido como hostil a la propia fe. A mi escaso juicio, tanto esta catedral como el palacio renacentista realquilado en la Alhambra, son obras arquitectónicas sublimes, monumentos de primer orden, pero que deberían haberse contruido en otro lugar, sin demoler otros para mi más hermosos, más escasos y obviamente más antiguos. Levantados en tal lugar, mutilando parte de joyas únicas, lo siento, pero los considero un pegote por el que paso de largo. Y merecen ser vistos. Apartando japoneses llegamos a la oficina de turismo, metros después del obispado ya reseñado. Un patio encantador, donde hay mesas, sillas, sombrillas, olivas, cervezas y más japoneses con sus cámaras. Clic, clic, clic... Un remanso de paz que aprovechamos para descansar, reponer fuerzas e informarnos. De paso hacemos el dibujo anterior, con estilográfica caligráfica sobre papel galgo verjurado de 200 gramos, que junto con unas bolsas de Garzapapel de 180 gr. de 14x20, es lo que llevamos en el bolso para tales menesteres. De ahí al hotel, a pocos metros, a darnos el gusto de dormir la siesta un ratito, que el día es muy largo, a pocos metros frente a la Mezquita, que se ve desde las ventanas de la habitación. Seguro que soñé con patios con fuentes en un palacio de las mil y una noches, aunque no consigo recordarlo. Ya repuestos, salimos a la tarde cordobesa, derechos a ver algunos patios llenos de flores, pues es la semana de los patios. Cruzamos el barrio judío, saliendo por la puerta de Almodóvar, hacia San Basilio, donde hay una especial concentración de patios que merece la pena visitar. Patios, calles, plazas y rincones, pues Córdoba no tiene desperdicio. No puedo evitar pararme a hacer otro dibujillo: No sólo los patios, en las calles fachadas y balcones están llenos de macetas azules de las que cuelgan geranios y otras flores que llenan de color el recorrido. Vamos haciendo fotos que sirven para hacer otros dibujos, que más tarde se colorean con acuarela. En el barrio de San Basilio, nuevo descanso, que madre no hay más que una, pero piernas no hay más que dos, y no muy poderosas en mi caso. Voy alternando cervezas, aguas minerales y cafés en estas paradas que hago en las terrazas de las placetas y rincones que salen al paso, pues dudo si es mejor estar nervioso o mareado. Este dibujo, calles Postrera y En medio, también con pluma estilográfica, china de tajo torcido con tinta carbón de Platinum, sobre Garzapapel de acuarela, de 180 gramos. Una maravilla de plaza y de papel. Mi santa me abandona para visitar otros patios mientras yo hago el dibujo anterior. De sus fotos, en otro momento, hago un dibujo con los mismos materiales, que posteriormente me recreo en colorear con la cajita de acuarelas que llevo en el bolso. Se muestra el antes y el despúes:
A la mañana siguiente muy temprano, tomando el primer café en el patio del hotel, que se ve en este otro dibujillo, que hice al volver de la Mezquita, no con el café. Se estaba allí que daba gloria, pero queríamos entrar en la Mezquita a las 8, antes de la invasión japonesa, para poder ver alguna columna. Luego lo colorearé y lo pondré multicolor en la siguiente entrada, cuando os cuente la visita a la Mezquita y algunos dibujos y andanzas por Córdoba y Sevilla.