Por Ileana Medina Hernández
2016 para mí personalmente y también a nivel social, ha sido un año duro, feo, lleno de desgracias.
Todos los artistas que han muerto prematuramente este año -y siempre-
llevaban una vida afectada por la adicción a las drogas, la depresión,
los trastornos bipolares... y a pesar del mucho éxito profesional, nunca
pudieron rebasar la fragilidad emocional proveniente de infancias
durísimas.
Infancias maltratadas=psiques debilitadas=el arte como vía de redención (en el mejor de los casos).
Algunas infancias duras son luego superadas, pero siempre marcan. Y muchos no lo consiguen nunca.
El estándar de crianza y educación habitual es ya de por sí neurótico,
carente, autoritario, frígido. Si a eso se suman familias
desestructuradas, ausentes, carentes de recursos económicos,
intelectuales y/o emocionales... pues ya es el desastre.
El daño
emocional ha caracterizado a la civilización humana desde sus inicios,
somos un mono que se volvió loco, represor, que solo sabe construirse
desde la dualidad dominante/dominado en todas sus escalas.
Y esto
se hace especialmente flagrante frente a los niños, sobre quienes
vertemos toda nuestra mierda emocional, reproduciendo el desamparo y la
neurosis generación tras generación. Familias y escuelas basadas en la
represión y el autoritarismo, el abandono y el miedo.
Comparto esta reflexión final, deseando que el 2017, un bonito número primo, nos traiga a todos más luz, más conciencia, más fuerza, más felicidad.
¡FELIZ AÑO 2017!