Te amamos, te convertimos en la Reina de la casa, te malcriamos, te dimos todo y te permitimos más de lo que debíamos. Eras una más de la familia.
Y creciste, más de lo que el tipo que te trajo a casa le dijo a mamá que lo harías, pero te queríamos tanto que eso no importó, jamás. Todavía eras perfecta para nosotros. Un poco gritona, bastante desobediente con la cuestión de dónde hacías lo tuyo, muy celosa de los niños y mandona con nosotros. Te desesperabas de sólo oír el ruido de las llaves, odiabas vernos salir y dejarte en casa. Pero más odiabas a los demás perros y a los gatos. Lo hicimos todo mal con vos, te malcriamos en lugar de educarte como debíamos, pero con el tiempo te acostumbraste a las nuevas mascotas de la familia. Te hiciste amiga de mis gatos, en especial de Isis y luego de Mimí, con quienes jugabas, dormías y te acurrucabas en el invierno para compartir calor. Pero nunca superaste la presencia de humanos más chiquitos en casa. Eras la nena, la hermanita menor, la consentida. Así pasaron quince años de reinado perruno, con lacayos gatos y humanos. Eras tan bonita, tan inteligente y guardiana que te ganaste incluso a los familiares que no simpatizaban con nosotros. Nunca voy a olvidar al abuelo viniendo a despedirte a vos, en lugar de a nosotros, aquél mediodía de mayo del 2007. Seguro que vos tampoco. Tenías una memoria extraordinaria, llegaste a recibir con alegría a parientes que no habíamos visto en media década. Y para llegar a ganar tu simpatía había que pasar un filtro extraño, pero siempre sabías en quién confiar de verdad. Conmigo nunca fuiste mimosa, sólo llegamos a un acuerdo tácito de neutralidad, pero en el fondo ambas nos queríamos. Un día llegué a casa, y mamá dijo: "Jessy ya no ladra". Entonces lo supe, era el principio del fin. Luego del diagnóstico, nos negamos a dejarte ir pero si jamás te habían importado los planes de los humanos, mucho menos ahora. Te apagaste de a poco, nos fuiste dejando a pesar de nuestra insistencia en mantenerte con nosotros. Siempre fuiste terca y mandona, de gran carácter y gritona, pero sólo porque nosotros lo éramos. Eras un fiel reflejo de nosotros, y nos ganaste en obstinación. Hasta el día de hoy, Jessy. Hoy nos ganaste para siempre, te dejamos ir. La última vez que te vi me acordé de muchas cosas, te cepillé y te di un baño. Parecía que lo sabías, era nuestra despedida. Temblabas de frío, era verano pero parecía que no te enterabas del clima. Habíamos regresado quince años atrás. Te sostuve en mis brazos, maravillada por tu negro pelaje, tus ojos brillantes y tu apariencia de osito. No pesabas nada...