Vista de Lisboa desde Santa Luzia. ©Eduardo Gavín
"Descaem-se-me as pálpebras e, com isso, (tão simples isso)não há olhos, nem rio, nem varandas, nem nada."António GedeãoPoema da Memória
António Gedeão, in 'Poemas Póstumos'
Hoy es la última noche que pasaré, como residente, en Portugal. No habrá fiesta, pues alegre no se puede decir que vaya. No habrá despedidas porque no me quiero despedir de mucha gente ni de una persona en especial.Algún rencor quedará, muy oculto, para algunas de las personas más deleznables que he conocido en mi paso por el país. Pero se irá apagando en mi madurez que será, como siempre, alegre y bien vivida, mientras ellos envejecen y agonizan en sus negros agujeros de los que se creen reyes. En ese sentido, puedo decir que, en el trabajo, la mayoría de los jefes han sido nefastos. Por incompetentes, mezquinos, pobres, malos, feos y estúpidos de caérseles la baba. Excepción hecha a los portuenses, claro, que sé que me leen y me aprecian.Mucho amor quedará, por Lisboa, por el Chiado y el Verano. Por las noches y los días de Meco o Zambujeira. Por la gente del norte, la de los pueblos. Por los paseos con mi portuguesa, por los pequeños teatros donde me ha llevado. Por bajar de Santa Luzia a la Catedral por las callejuelas, o por subir corriendo a São Vicente. Por los miradouros. Por leer el periódico en las escasas terrazas de una ciudad mal aprovechada. Por las sardinas, el vino verde, el olor a comida de las casas. Odio, pasajero, por taxistas malcriados, por camareros hoscos, dependientes vagos. Por la suciedad en las calles, por la corrupción generalizada. Por la incesante lluvia invernal. Por la mezquindad reinante, por la incuria y la antipatía. Amor por la luz, la maresía, la calçada, el chirriar de los carriles, los ambulantes, la ciudad donde me enamoré.Por todos los que dejo que quiero o me han querido. Los compañeros de trabajo a quien traté y que me quieren -que aún son algunos-, los amigos íntimos que hice en mis andanzas médico-turísticas, mi familia adoptiva -a la que llamo ahora mi familia-, mis compañeros de Aikido- en especial mi Sensei Filipe, pero también Pedro, los Ruis, Ricardo y João -todos ellos pacientes con mi "ki" y amigos verdaderos como sólo se hacen en el tatami-, mis amigos y amigas de Oporto, y Berta, de quien no me he podido despedir como es debido, por los españoles y expatriados que pasaron, fueron y marcharon en mi vida, todos ellos dejando su huella indeleble y a los que espero encontrar en el camino. Por el clan de la Toscana y sus raquetas. Los piratas surferos, con Nicolás a la cabeza. Amor por los que no han tenido derecho a una fiesta como la que organicé con Hanoi y Estefanía cuando cumplimos los 30. Amor por todos los que estaban en esa fiesta, porque eran mi vida y mi alegría. Perdonad que no os nombre a todos...Y por fin, Margarida, que me acompaña desde que llegué y de la que espero que me siga acompañando mucho tiempo. (Se está muriendo ahora de vergüenza, pero no he podido evitarlo)
A los demás, os pueden ir dando...
Me gustaría que mi despedida fuese un hasta luego estricto. Pero será ese hasta luego español, indefinido, que puede significar nunca encontrarnos. Derramando besos, llegué hasta el final, donde las palabras no pueden hablar.
Adios, Lisboa.
Me despido con una canción sobre Lisboa de Loquillo, escrita por mi paisano y vecino en Zaragoza, Gabriel Sopeña, que trata a la ciudad como merece y que sorprenderá a los lisboetas que piensan que los españoles les guardamos tanto rencor como al contrario.