Revista Opinión

Adiós, Israel

Publicado el 02 junio 2010 por Fragmentario

Imagen: Waltz with Bashir (película)

Imagen: Waltz with Bashir (película)

Ya no estamos defendiendo a Israel.

Lo que hoy defendemos es el bloqueo, que es el Vietnam de Israel.

Bradley Burston, Haaretz

La vida no fue fácil para Israel, y menos en su niñez. Haber perdido millones de familiares a manos de las bestias del nazismo y mantener una lucha de décadas con su hermano-enemigo de nacimiento marcaron a fuego su carácter.

La familia de Israel era de campesinos y comerciantes. Nunca nos parecieron diferentes a nuestros labradores rusos o latinoamericanos. Todos luchábamos por la tierra en ese entonces, y ellos más que nadie. Con lecturas más o menos particulares, todos trabajábamos por lo que llamábamos el socialismo.

Tampoco fue fácil la tierra nueva. A esta altura creíamos que enloquecería, pero él se limitó a defender a su pueblo. Por fin llegó el día de separarse definitivamente y ocupar un lugar propio. Todos sus vecinos se le fueron encima, y por primera vez le vimos los dientes. No sólo derrotó a todos, sino que se quedó con más terreno del que debía, y echó a todos los que hasta entonces vivían en lo que ahora llamaba su casa. Algo en su rostro había cambiado. Ya no era una víctima, y eso estaba bien, pero no sabíamos en qué se había convertido. Los ataques aledaños eran cada vez más débiles, pero él reaccionaba con fuerza cada vez mayor. El débil campesino ya era un poderoso guerrero, y estaba dispuesto a hacer sonar el escarmiento. “Hasta que me dejen tranquilo”, prometía, como recordando los viejos tiempos de pacifismo. Construyó un muro a su alrededor, se convirtió en un ser huraño y triste.

Pero las luchas siguieron. Israel ya ni siquiera esperaba los ataques, respondía anticipándose a injurias a veces imaginarias, a veces mínimas. Ya no intentaba provocar la simpatía por su causa, sino el miedo. Sus amigos, para entonces, ya abjurábamos de él y condenábamos la locura en la que se había inmerso. Algunos viejos camaradas seguían justificando sus errores, ya por nostalgia de lo que fue, ya por haber empeñado su palabra. Los nuevos sólo conocieron al monstruo.

El horror de sus crímenes lo confinó a una casi completa soledad. Él parecía estar, de alguna forma, innovando en su capacidad de miedo, y utilizaba armas cada vez más impiadosas. Todos le pedíamos que se detenga, y por alguna lealtad antigua, se detuvo ante la sangre que corría. No volvió a hablar con nosotros, ni con nadie. Cuando volvió a salir de su casa, cometió una masacre y, en el frenesí, destruyó las escuelas, los hospitales, las universidades, incluso las que habíamos construido juntos. Y hoy finalmente, sin tolerar nuestra solidaridad con sus víctimas, nos atacó a nosotros.

En nombre de los valores que alguna vez compartimos, no quiero volver a verte hasta que recuperes la cordura. Adiós, Israel. Los sueños que planeamos nos siguen esperando, aunque ya no sean los tuyos, aunque los hayas traicionado.


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