Desde que tomé noción de que me iba a morir, siempre supe que lo iba a hacer de manera trágica. En realidad no es una tarea que vaya a poner en práctica directamente, no pienso en morirme como si fuera un pendiente para el fin de semana, algo planeado, algo duradero, o alguna de esas crueles y lentas agonías que se nos reparte tan a menudo; no, lo que yo siempre supe es que la muerte me va a sorprender, me va a llevar de golpe y en un segundo me va a depositar a diestra o siniestra de quien corresponda. Pero nunca fui muy amigo de las sorpresas, y menos de las de este tipo, por lo que decidí presentar una humilde batalla. Como no soy tan estúpido para pensar que puedo burlar a la parca, la meta que me impuse es simplemente, cínicamente, estropearle la sorpresa que me tenga deparada. Yo sé cómo me voy a morir. No me interesa saber cuándo ni dónde, porque perdería gran parte de la emoción, de la diversión del azar. Pero estén seguros que va a ser algo feo, repentino, accidental, va a ser una de esas cosas de las que se habla de vez en cuando y que los relatos y recuerdos desdibujan para hacerlas más llevaderas y menos dolorosas. No voy a dar más detalles para no arruinar el gusto morboso por lo inesperado y lo fatal que mucha gente comparte. Agrego, para los más curiosos, que, salvo por lo truculenta, mi muerte no va a ser gran cosa, no marcará un antes ni un después de nada, ni tendrá ningún rasgo particular que la diferencie de tantas otras, será una más, una muerte común y corriente. Tampoco es que me crea merecedor de una muerte heroica o memorable, ni siquiera pintoresca, desconfié toda mi vida de esas adjetivaciones, a las que veo como adornos innecesarios que los sobrevivientes necesitan escupir para sobrellevar la pérdida; son redenciones pedidas al muerto después de muerto. Una vida miserable no puede tener un final magistral ni glorioso. Todas las muertes son estúpidas, desde la del prócer más prócer hasta la del mierda más mierda. Por eso en mi lápida, debajo de mi nombre quiero que escriban con letras claras y elegantes: “Yo sabía.”. Y si puede ser en sajón antiguo, mejor. A lo mejor, llegado ese día, los que no me conocían bien creerán que mi vida tuvo algo de interesante y no fue tan intrascendente como la de la mayoría, como la de ellos.