Se me va octubre de las teclas y la última semana se resiste a abandonar el calendario. Se me agarra, me clava las uñas, me va haciendo jirones la poquita voluntad que me quedaba.
Pienso en Josefina Samper y en el legado de Marcelino Camacho: "Si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue luchando". Pienso en su dignidad, en su entereza. En que lo suyo sí que fue lucha de verdad. Dificultades. Problemas. Angustias. Y que se levantaron cada día, y siguieron luchando. Por ellos y por los demás.
Después pienso en Miguel Hernández. Otro Luchador. Con mayúsculas. Otro hombre coraje. Otro ejemplo a seguir. Leo a la Gata Flora y no puedo evitar que se me remuevan las entrañas con versos como éstos:
"Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
(…)
Sólo quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros lejos de ellas,
queréis ocultar la infamia,
pero el color de los cobardes
no se os irá de la cara".
("Los cobardes", Miguel Hernández)
Y luego pienso en si la literatura es una justificación, una obligación o una excusa. O las tres cosas. O ninguna. Si sirve para que gente como Dragó deje impresas sus boutades haciendo alarde de pedofilia. Si debería servir para proclamar valores universales y hacer un mundo mejor. Si no es más que un vehículo para que cada uno le dé a la tecla como pueda y quiera.
Y si acaso importa lo que yo tenga que pensar sobre todo esto.
Supongo que, al final, Todo es silencio. Es la última novela de Manuel Rivas, y si no fuera porque este martes quién sabe cuántos minutos tendré libres, probablemente iría a la presentación. A ver si me inspira. O si me sumerge definitivamente en el silencio. Tampoco estaría mal.