Revista Cultura y Ocio
Por Eloy González
No me gusta el verano, llámenme raro pero la cosa es así. Tengo razones para ello, claro está. Una muy principal es que parece obligado que en esta época del año tienes que hacer cosas, multitud de cosas, una detrás de otra. Que haga mejor tiempo, más calor, eso te lleva a salir más, viajar más, ir a la playa más, hacer ejercicio más, todo más.
Pero, ¿qué pasa si a ti no te apetece eso? Pues como si fueras un bicho raro, como si fueras de derechas o no te gustaran los perros... Ay, ¿quién es el guapo "en este país" que se atreva a decir "no me gustan los perros, los odio"? Un anatema más.
Cuando empieza el verano, se me hace la estación muy larga, como si no tuviera fin. Realmente dura exactamente igual que las otras 3, hora más hora menos pero dura lo mismo. El caso es que no me dejo contagiar por el jolgorio general de si "vacaciones, por fin!" o de "a la playita!" o de viaje “a no sé dónde”. Sé que no lo pasaré bien. Siempre ha sido así.
Lo vi claro desde pequeño. Era algo torpe y miedoso de caerme. No dominaba ningún deporte, ni el fútbol. Jamás supe hacer un regate. Ni uno. Tan solo dar patadones al balón con la pierna izquierda, que es en lo único que soy zurdo, creo. Al tenista Nadal también le pasa lo mismo, he oído. Ni fútbol, ni baloncesto, ni correr, ni nadar. En esto último tiene mucha culpa mi tendencia genética a la taquicardia, o sea, no tengo nada de fuelle. ¿Qué se le va a hacer?
Tampoco me gusta el calor, ni sudar, ni que me dé mucho el sol. Cada vez lo soporto menos. Los que nos hemos criado en el Cantábrico nos pasa mucho. No estamos acostumbrados y sufrimos más de la cuenta cuando el termómetro pasa de 25º. Para más inri, viví unos años en el Mediterráneo donde lo normal es tener 30º y 85% de humedad casi las 24 horas del día en verano. Al principio me parecía hasta divertido y exótico pero al final, estaba tan saturado de esa sauna desagradable que decidí volver a lo nuestro, al tiempo variable, de cielos cubiertos, de lluvias ocasionales y los 22º de máxima en julio y agosto. Paraíso de uno, oye.
Otra de las razones de mi aversión al verano es que es un tiempo de banalidad, de “un no pasa nada”, de frivolidad, de la nada, de 0 absoluto. Pones cualquier telediario de cualquier cadena y ves la sucesión majadera de "noticias", de playa y de temperatura máxima, de entrevista alcachofera a 10 tíos seguidos tipo, ¿qué hace ud. para combatir el calor?, ¿de dónde vienen uds?, ¿qué se pone de protección solar?, qué calor, no se puede dormir por las noches!... todo así, año tras año, sazonado con algún crimen que ocurra en alguna noche más que tropical.
Este año, también hay que decirlo, el verano no ha sido como otro cualquiera. Ha sido algo más fresco donde suele hacer mucho calor y encima hemos tenido una moción de censura que salió victoriosa. Cambio de gobierno. Han echado al presi que era muy malo y muy corrupto y ha sido sustituido por otro que es más guapo, seguido por un séquito de enanitos a cual más malo, como el presi guapo. Pero como el nuevo presi es más guapo, más juvenil, más guay y más moderno, la cosa de la maldad de los enanos se nota poco y para muchos, nada.
Cada enanito tiene su gracia: el que no es totalitario bolivariano, es maulet catalán años 30, aquellos que daban hostias al no catalán como ellos, y si no, está siempre el enanito vasco más serio pero igual de malo. Todos bailan alrededor del presi guapo o el presi guapo baila alrededor de los enanitos, tampoco sabe uno el orden. Peu importe, que dicen en francés. El caso es que el verano se acaba y de momento tenemos un gran circo que nos gobierna, donde los enanos y no enanos se turnan en jovial armonía.