La noche se acontece temprana, pero mientras el sol y las nubes se pelean a la espera de la luna, el gris del crepúsculo es un justo acompañante. En la playa el mar remueve la orilla y apenas hay pisadas en la arena. Reina el silencio seguido por el murmullo de las olas, la canción de las Oceánidas y el graznido de las gaviotas.
La leve llovizna es mensajera de la tempestad y a la noche las chimeneas se iluminan. La gente se resguarda en tazas de chocolate caliente y bajo mantas y unos pocos, bajo el hechizo del golpeteo de las gotas en las ventanas, descorremos las cortinas y miramos con aire expectante la danza de la lluvia y el viento, un espectáculo de de ramas y flores y hojas de colores.
Y quién sabe, si no andase yo persiguiendo paraguas por estaciones quizá no habría llegado a encontrarme contigo.
Carlota Moreno Villar.