Las expectativas están constantemente presentes en nuestro día a día. Tenemos expectativas sobre cómo nos va a salir un examen, sobre cómo será nuestro próximo viaje e, incluso, sobre cómo serán nuestras relaciones de pareja. En definitiva, las expectativas son los que esperamos de alguna situación, de alguien y de nosotros mismos.
¿Qué ocurre si los hechos no coinciden finalmente con nuestras expectativas?
En estos casos, nuestro estado de ánimo se verá afectado. Vamos a verlo en un ejemplo. Imaginad un estudiante que hace un examen muy importante, el cual es necesario aprobar para pasar al siguiente curso, y tiene la expectativa de haber sacado, por lo menos, un 8,5. Finalmente, el alumno saca un 5,5 en el examen. ¿Cómo se sentirá esta persona? Lo más probable es que experimente sentimientos de fracaso y frustración, aunque el objetivo de aprobar el examen y pasar de curso lo haya conseguido. Así, cuanto más exigentes e inflexibles sean nuestras expectativas, mayor será la dificultad para alcanzarlas y peor nos sentiremos si no se cumplen. No obstante, si nuestras expectativas se ajustan de manera realista a nuestras posibilidades y capacidades, más fácil será alcanzarlas y experimentaremos con mayor frecuencia sentimientos de satisfacción.
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