Los empresarios la piden y la esperan ávidos. La llaman reforma y todos eluden llamarla por su verdadero nombre: recorte. Y claro, luego todo se desvirtúa y llega un momento en que ya no se sabe de qué nos están hablando. De ahí a la indiferencia y a la desafección sólo ha habido un paso y en esas estamos. Desafectados, desarraigados, sin partido político que nos represente, ni padre ni madre ni perro que nos ladre. Pero, ¿por qué los empresarios le tienen tanto afecto a este recorte laboral que se avecina? La respuesta, de tan obvia, a veces resulta difícil de ver: será la llave que abrirá de par en par las puertas de las empresas, pero no para contratar más trabajadores (ni regalados los querrían en el momento en que no hay trabajo que hacer porque no hay pedidos o porque han fallado las líneas de financiación que antes fluían sin apenas trabas). Y no los van a tener de brazos cruzados. Los empresarios esperan la reforma laboral como agua de mayo para poder reducir, al mínimo coste posible, aún más sus ya esquilmadas plantillas, multiplicarse por cero, sacar todo lo que puedan de las ruinas y esperar desde el adosado momentos más felices.
Parecen no querer darse cuenta de esa espiral perversa en que entran tan alegremente: cuanta más gente despidan, más parados y, por tanto, menos consumidores, menos clientes. Y sin ellos, ¿qué queda?
Los empresarios ávidos de esta reforma laboral trabajan con la hipótesis (falsa) de que sólo ellos despedirán, salvando así algunos trastos, mientras que el resto de empresarios mantendrán sus plantillas, que seguirán con poder adquisitivo y confianza suficientes para comprar sus productos. Cuando se den cuenta de que no va a ser así será demasiado tarde: los parados seremos legión y, sin tierra a la vista, navegando en un océano de incertidumbre, ¿quién pensará en consumir? Así que ese objeto del deseo y diana de mensajes publicitarios que es el consumidor hará lo que ha venido haciendo estos días de puente: pasear por las calles mirando desde la lejanía física y mental escaparates de luces y brillos hipnóticos con los que no se identifican. Pasear, si te portas bien y eres cívico y educado, todavía es gratis.