Esta crisis se nos vendió como una catarsis, una agitación que daría la vuelta a la tortilla para mostrarnos la otra cara. El tiempo ha demostrado que ha sido una agitación no revuelta, como los Martinis con vodka de James Bond, y tras el maremoto inicial los posos que se levantaron del fondo están recolocándose de nuevo. En esta realidad poliédrica, en la que todo parece un juego macabro con dados trucados y el pescado vendido, muchos parecen tener casi todos los boletos para llevarse el premio en este sorteo de miserias. En este poliedro aún no ha aparecido la cara de una refundación del orden mundial. Al contrario, se ahonda más en la herida a base de recortes, de rectificaciones, titubeos y tijeretazos para matar moscas a cañonazos, que es lo fácil cuando no se tiene ni idea de qué hacer. Cuando el capitalismo se convirtió en una merienda de negros todo se resumía en la necesaria creación de un nuevo sistema, basado en la solidaridad, en la sociedad civil como columna vertebral de un nuevo sistema más equitativo y justo en el que todos íbamos a caber. Lo que ha sucedido es de sobras conocido, convertida la gula y la sed de dinero y poder en una loca carrera en la que todo vale hacia no se sabe dónde. Ahora ya nadie sabe en qué punto nos encontramos. ¿Acaba la crisis, es sólo la primera etapa, empalmamos con otra nueva? Seguramente todo un poco. Definitivamente relegada la idea de la República (el rey goza de una salud de hierro), sólo nos quedaba la salud. Pero los recortes se ceban en ella. Y también en la educación. Enfermos e ignorantes, nuestras fuerzas se debilitarán ante el poder de los mercados y sus hijos bien alimentados.