Revista Arte

Agotamiento del modelo de crecimiento hacia dentro y crisis

Por Creartehistoria @createhistoria
Situación económica en el periodo 1950-1973     Al comenzar la década de 1950, las economías de los países de América Latina mostraban un comportamiento desigual. Tres naciones: México, Brasil y Argentina —las más extensas y pobladas— habían alcanzado un considerable grado de diversificación productiva y poseían una industria en crecimiento, principalmente en las ramas química, petroquímica, metalúrgica y de maquinaria; en seguida se encontraban los países de nivel medio —Chile, Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela—, los cuales contaban con industria textil además de una incipiente industria química y metalúrgica; por último, en los restantes países de Centroamérica, las Antillas y el Cono Sur, la industria no había avanzado más allá de la producción de alimentos y tejidos, y todavía se mantenía a la agricultura como su actividad principal.
El proceso de industrialización mediante la sustitución de importaciones, puesto en marcha por los países latinoamericanos, se había originado como efecto de una situación de crisis económica mundial, y pudo mantenerse durante un periodo prolongado debido en gran parte a los conflictos económicos y políticos enfrentados por Estados Unidos entre 1929 y 1953. Sin embargo, una vez terminada la Guerra de Corea en 1954, Estados Unidos inició su recuperación económica, pudo retomar su puesto hegemónico e imponer a los países latinoamericanos nuevas formas de dependencia tanto en lo económico, con inversiones en bienes de capital y exportación de insumos industriales, como en lo político, presionando a los gobiernos del continente a adherirse al bloque occidental en el contexto de la Guerra Fría.
Al restaurarse la economía de Estados Unidos cambiaron las circunstancias político- económicas en el ámbito mundial, se restableció el comercio entre Estados Unidos y las economías europeas, lo cual provocó que las economías de los países latinoamericanos más avanzados comenzaran a manifestar algunos signos negativos, pues además de que en el comercio internacional se dio una fuerte discriminación contra las exportaciones latinoamericanas, cuando los estadounidenses estuvieron nuevamente en condiciones de destinar fuertes inversiones hacia el sector industrial al sur de sus fronteras, el modelo de crecimiento hacia adentro se vio seriamente afectado.
En el marco de la Alianza para el Progreso, creada por el presidente Kennedy, entre 1961 y 1965 América Latina recibió de Estados Unidos inversiones de capital por un promedio de 1,600 millones de dólares (mdd) anuales, cantidad aumentada hasta 2,600 mdd entre 1966 y 1970, y a 7,600 mdd entre 1971 y 1975. El financiamiento externo permitió que las economías industriales latinoamericanas mantuvieran un ritmo de crecimiento estable, que en los años de 1960 representó el 5.6% y en la década de 1970 llegó a un 5.9%. El crédito externo ayudó también a solucionar de momento los déficits presupuestales de los gobiernos, causados no sólo por las políticas proteccionistas que reducían la posibilidad de ingresos mediante el sistema de impuestos, sino porque la creciente participación del Estado en las actividades económicas provocaba un aumento del gasto público que obligaba a buscar otras fuentes de ingreso. Pero esta vía de solución provocó un creciente aumento de la deuda externa al grado de que, a fin de pagar intereses a los acreedores, los países tuvieron que recurrir a nuevos préstamos volviendo más severa la situación de dependencia económica con respecto a Estados Unidos, y generando un desequilibrio en la balanza de pagos de los países que habían intentado el camino del desarrollo.
Como medio de restaurar el equilibrio financiero, los gobiernos latinoamericanos instauraron políticas económicas utilizando una estrategia estabilizadora que consistió en reducir el gasto público fijando precios y salarios en un intento por mantener, cuando menos, aunque no consiguieran elevarse, los niveles de crecimiento logrados hasta entonces. Estas políticas, que en algunos casos tuvieron éxito a corto plazo (por ejemplo el “milagro mexicano” entre 1955 y 1965), a la postre desembocaron en drásticas devaluaciones y en una inflación creciente que detuvo el ritmo del crecimiento económico y derrumbó las expectativas de mejorar el nivel de vida de los sectores sociales más desfavorecidos.
El modelo de desarrollo económico hacía evidente su deterioro en momentos en que el mundo occidental se convulsionaba con la rebelión de la juventud estudiantil, lo cual se constituyó en expresión del descontento político y social y, muy particularmente, dirigía su protesta contra las viejas estructuras que no habían sabido adecuarse a las circunstancias del mundo en transformación. Con Francia como epicentro, la rebelión juvenil se manifestó en varios países europeos, en Estados Unidos y en México. En este último, la protesta juvenil tuvo un trágico desenlace al ser aplastada brutalmente durante la llamada “Noche de Tlatelolco” (2 de octubre de 1968) en la ciudad de México, cuando las autoridades gubernamentales —bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz— dispararon contra la multitud congregada en un mitin. La cifra probable de muertos fue de más de 300 y los heridos sumaron miles, así como las personas aprehendidas. La tremenda represión, ocurrida días antes de que dieran comienzo los XIX Juegos Olímpicos, de los que México era sede, caló profundamente en la sociedad mexicana y obligó al siguiente gobierno a rectificar su papel frente a la juventud; el régimen adoptó una posición de apertura democrática que resultó ser más aparente que real.
Crisis
Además de las condiciones adversas de la dependencia, en los países industrializados de América Latina existían factores internos derivados del mismo modelo de desarrollo. A lo largo del proceso, y conforme fue creciendo la industria de manufactura con bienes duraderos (industria pesada), se requirió de mayores insumos y de tecnología más moderna que necesariamente debía adquirirse en el exterior; se llegó a una situación en la que aumentaban considerablemente las importaciones mientras disminuían las exportaciones en variedad y en cantidad, lo que reducía la entrada de divisas. Esto trajo como consecuencia que el sector exportador volviera a concentrarse en productos tradicionales como el petróleo, que constituyó a partir de entonces, principalmente para México y Venezuela, la fuente proveedora de las divisas necesarias para la importación de insumos. Eso creó una situación vulnerable que tendría graves secuelas que se hicieron evidentes al ocurrir la crisis del petróleo en 1973. De esta manera, el capital extranjero, predominantemente estadounidense, llegó a dominar las áreas más dinámicas de la economía latinoamericana en esta nueva etapa, caracterizada fundamentalmente por el desarrollo de la industria de transformación.
El crecimiento de la deuda se manifestó con mayor claridad a partir de la década de 1970, a causa del aumento en la importación de capitales extranjeros para cubrir las necesidades financieras de los programas de desarrollo. Durante esos años la banca internacional estuvo particularmente interesada en otorgar créditos a los países en vías de desarrollo, e incluso a algunos países socialistas, con el fin de reducir la pobreza como parte de la estrategia anticomunista característica de la Guerra Fría. Pero esta ayuda financiera aumentó la carga de la deuda externa, la cual hizo crisis en los primeros años de la década de 1980, la llamada década perdida.
Fuente: "El mundo moderno y contemporáneo", Gloria M. Delgado de Cantú, 2006


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