Revista Cultura y Ocio

Agradecido

Publicado el 28 abril 2022 por Benjamín Recacha García @brecacha

Sólo llevo un par de años impartiendo talleres de escritura creativa, pero cada vez que finaliza uno siento lo mismo: por una parte, un enorme agradecimiento a las personas que han compartido su tiempo conmigo durante un puñado de semanas considerable, y por otra, pena porque se acaba. No sé cómo sería si se tratase de mi actividad profesional principal. Yo no me considero profe de escritura; de hecho, una de las primeras cosas que les digo a quienes se apuntan es que yo no les puedo enseñar a escribir, ni lo pretendo. Lo único que espero es que descubran qué necesitan expresar y de qué modo, y que lo hagan con total libertad. 

Me parece absurdo que alguien sea tan pretencioso como para decirle a otra persona, a otro ser creativo, que no debe escribir de una manera determinada, sino hacerlo de la supuestamente correcta. Claro que existen muchas herramientas para aplicar al proceso creativo, y mi papel consiste poco más que en ponerlas al alcance de quienes no es que no las conocieran (que también), sino que no se habían planteado cómo utilizarlas. 

Seguramente, si no me hubiera topado con Atrapavientos, nunca habría imaginado aparecer ante un grupo de personas que quieren aprender a escribir historias, con la idea de acompañarlas en el proceso. Y digo que no me considero profe de escritura porque estoy bastante seguro de que no podría hacerlo en otro escenario que no fuera el que propicia Atrapavientos, aunque sea a través de Zoom. 

La única receta que aplico es la que he aprendido de mis compañeros de organización (profes magníficos y mejores personas): ser natural, generar confianza y, sobre todo, pasarlo bien. Nadie se apunta a un taller de escritura con la pretensión de ganar el premio Planeta o de escribir best-sellers (o eso espero), sino para compartir experiencias, textos y lecturas, y, sobre todo, para divertirse (o eso espero). Y sí, resulta que aprenden; me maravilla comprobarlo una y otra vez. 

Lo que más me gusta es ser testigo privilegiado de la evolución de quienes al inicio del taller confiesan no creer ser capaces de escribir un cuento, que recurren a todas las medidas preventivas para justificar su falta de imaginación y advierten por adelantado sobre la nula calidad de los textos que presentarán. Con el paso de las semanas, aunque no renuncian a las (innecesarias) excusas, se van relajando, se dejan llevar por esa creatividad que creían no tener y plantean historias originales, divertidas, con personajes y conflictos que nos dejan deseosos (a mí y al resto del grupo) de saber más, de imaginar esos cuentos y novelas acabados, listos para leer. 

Me encanta descubrir el estilo de cada alumna (porque son, por mayoría aplastante, mujeres; es algo digno de estudio), cómo lo van puliendo y, aunque les propongo ejercicios que les obligan a adentrarse en territorios en los que es fácil que no se sientan cómodas, su voz es siempre reconocible. Ese es nuestro tesoro más preciado como creadores, la voz, de modo que debemos preservarla a toda costa y huir de quienes pretendan modularla, de hacer que suene como otras voces; huir de quienes nos digan «sobre eso, mejor no escribas» o «escribe sobre esto otro, que te irá mejor». 

A menudo, es nuestra propia voz la que nos boicotea, la que se autocensura por el qué dirán o por el miedo a no tener nada interesante que contar. Pero eso forma parte de las mencionadas medidas preventivas, porque todo el mundo tiene cosas interesantes que contar, y lo único que necesitamos —si es que tenemos la ilusión de escribir historias— es descubrir la manera de hacerlo. 

Los talleres de escritura son lo que me ha mantenido en contacto con el mundo creativo durante los meses en que más me costaba crear; por eso los siento como un regalo, y por eso estoy tan agradecido a mis compis de Atrapavientos y, sobre todo, a cada una de las personas que han confiado en mí como alumnas. Perla, Isa, Lola, Luci y Susana son las últimas que lo han hecho, las que aparecen tan sonrientes en la imagen que encabeza este texto. 

Gracias, chicas, echaré de menos nuestras reuniones virtuales y vuestro talento. 

Nos leemos. 


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