Revista Ilustración

Agua para alimentar el surco

Por Davidrefoyo @drefoyo
Agua para alimentar el surco
El primer surco de hoy será mi cuerpo

Claudio RodríguezQué sentido tiene la estantería si los libros ya no hablan de nosotros. Olvidé la luz y los selfies hi-tech: tú pedías auxilio con una bengala escondida entre las uñas y rascabas el horizonte con la tinta negra de los brazos fornidos. Giré mi cabeza e hice un gesto de desaprobación. Pasaban los caballos a una velocidad imposible para el diafragma. Tomé asiento y te sentaste a mi lado y, desde fuera, pareciera que ya nos lo habíamos dicho todo. Así pasó largo tiempo. Se oía el crujido de las ramas y trompetas hacia las afueras del pueblo. Nuestras manos se juntaron sin voluntad. Al regresar, la radio anunciaba que las dos Coreas habían escenificado un armisticio. Un ligero paso para el diálogo.

Cada vez que le hablo a Dios, tú te entrometes

Anne SextonConvertimos nuestro pasillo en una sala de museo donde colgar nuestras pequeñas victorias y, por qué no, algunas derrotas. Nunca quisimos presumir con diplomas académicos y decantamos nuestro gusto por la decoración hacia los instantes, efímeros lapsos, en los que creímos en la felicidad. Y fuimos muy creyentes. Y, sin embargo, ayer descolgaste algunos cuadros, acomodaste marcos con fotos y letras de canciones sobre la tarima, junto a la sala de estar. Y me gustó comprobar que tu hambre seguía intacta. Que el hoy es la voz de los justos y la unción de los redimidos, que una foto en la escalera vale más, incluso, que otra desde el mirador. Que hoy, sí, hoy. Tú y yo: hoy.

De repente me acordé de ti

Sharon OldsLa lluvia no cesa y el embalse parece una bañera después de un largo día de trabajo. Miro al cielo y sé que tú no traes las lluvias, si acaso el cuidado incisivo de las flores. Pienso en París, pero no en el París que conocimos con la prisa del turista sino en la ciudad que volvió dentro de nuestras cabezas. Nunca nos hizo falta viajar tan lejos y creo que ahora, ahora tampoco si me dejas acompañarte. Nos basta la cabaña en la montaña y meter los pies en el agua helada del lago. Contarnos anécdotas de campamento y recordar lo mal que lo pasamos durante aquella época de vino barato y desempleo. Y te escuchó reír como aquella noche en un hotel rural de la meseta y no necesito preguntarte nada, olvido cómo se formulan las interrogaciones. Lo sé todo si tú hablas.


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