Cuarto de una tarde aburrida de Otoño. Con nombre de muchas cosas menos de toro: Pompito, negro, lomirrecto, basto de hechuras, con el siete en la paletilla y sangre y comportamiento de bravo*.
*Lo bravo que se puede ser en la tauromaquia moderna. Lo bravo con lo que se puede distinguir a un garlopo con sólo las dos rutinarias entradas al acorazado de picar. Bravo de "no dejarse" en banderillas. Bravo en la muleta, con embestida codiciosa y nobleza viva, y con poco poder, que todo hay que decirlo. Bravo, de vacas, para aquellos amantes del "elimina lo anterior..." Un toro de cortijo según están ahora los cortijos, baratitos, baratitos, ovacionado y dejado, justamente, sin vuelta póstuma. El resto de hermanos, no han sido ni de VPO: mansos, descastados, flojos e inválidos. Un desastre ganadero, y van... Pero el año que viene, seguro que repite el Pto. de San Lorenzo o de la Ventana, o del Ikea, o lo que sea que sea la basura que trae siempre esta familia a las Ventas, mientras en Zahariche o la Ruiza todavía pagan sus errores.
Pompito fue para el Cid. El mejor toro, para el mejor torero. Que lo entendió a la perfección ya desde salida, ojo avizor, lo moldeó con el capote y con oficio y tiento de buen lidiador, canalizó hasta el tercio de muerte la vida del atanasio. Que empujó, sin matarse, en una primera vara. La segunda fue testimonial. Como todo los tercios de varas del festejo. La cuadrilla, como siempre silenciosa y eficaz, para buenos aficionados, mantuvo al bicho en pié y no lo incomodó durante la lidia. La suerte del Cid en los sorteos se llama Boni, se llama Alcalareño, se llama Bernal y Manuel Jesús Ruíz sobre los pencos, y ayer también se llamó Pablo Delgado, que relevó a la perfección al Pirri. En el último tercio, y con el ruedo vacío, sin ápide de dudas, el Cid citó de largo, como mandan los cánones, con pecho y telilla por delante y zapatillas asentadas, mientras ahí, -que es a varios metros y al galope de un toro bravo-, viene eso. Respeto para un tío que se pone así, que da ventajas al toro... aún a riesgo de su propio perjuicio. Lo que vino después fue una faena llena de altibajos. Con más bajos que altis. A izquierdas, toreó como un cualquiera: periférico, escondiendo la pata, alargando -alejando- el muletazo, en series de hasta cinco y seis naturales, a media altura y muy ligados. A diestras, adoptó una figura novedosa en él, más vertical, más desmayado: más impostado. Unos jaleaban con oles, otros runruneaban con el sonsonete del desasosiego. Y el de Salteras ahí en medio, intentando calmar la sed del personal con un vaso de agua salada. A pesar de que su toreo no nos dijo nada, de haber matado en condiciones, hubiera cortado una oreja. Afortunadamente un bajonazo infame lo privó de verse metido en líos por la prensa merced a un despojo que maldita falta le hace a un tío que ha abierto la Puerta Grande de Madrid, Bilbao y Sevilla con los grises de la A coronada.
El resto fue una corrida concurso de pegapases, a ver quién daba más mantazos sin que el toro se le muriera por el camino. Empate técnico entre Perera y Castella que, a buen seguro y gracias a esta grandísima empresa, podrán desigualar en las cuatro o cinco corridas que les firmen el año próximo.