El caso de Aguirre es especialmente llamativo, porque traicionó abiertamente a su rey y consiguió que un puñado de hombres lo siguiera en sus locos sueños de riqueza y de conquista: pretendía nada menos que fundar un Estado independiente y declarar la guerra al Imperio español. Con una mezcla de terror y estímulo de la codicia de sus soldados, estuvo más de un año explorando la selva peruana y saqueando cuanto encontraba a su paso. Como es previsible, al final fue asesinado por sus propios fieles. La película de Werner Herzog es capaz de representar con fidelidad, más que la verdad histórica de aquellos hechos remotos, el ambiente que debió vivirse en una expedición tan arriesgada y peculiar como aquella, dominada por completo por la personalidad imprevisible del loco Aguirre.
La leyenda de la filmación de Aguirre, la cólera de Dios, cuenta que Herzog hacía enfadar deliberadamente a Kinski antes de filmar cada escena, para que sus expresiones de continua cólera contenida fueran reales. También es cierto que sería fácil enfadar al actor si tenemos en cuenta las condiciones en las que se desarrolló el rodaje: con el poco presupuesto con el contaban, tuvo que realizarse de manera enteramente artesanal, sin efectos especiales y moviendo al equipo de un lugar a otro de la selva en unas condiciones muy difíciles. El resultado mereció la pena, puesto que el director consigue filmar, como pocos lo han hecho, la belleza amenazante de la selva amazónica dentro de un guión muy equilibrado que se mueve entre lo aventurero y lo reflexivo. Es probable que esta película tuviera influencia en la posterior Apocalyse Now.