Aín es el corazón castellonense de la sierra de Espadán. Imagínate un pueblo aislado de montaña: blanco, de aire morisco; de calles empredadas y flores en sus ventanas; rodeado de una imponente vegetación y de intensos verdes y vivos rojizos. Una naturaleza poderosa le rodea. Alcornoques y pinos vigilados por el Pico de Espadán. Escarpadas y sinuosas laderas en las que los habitantes de Aín supieron, a golpe de trabajo, amoldarlas para cultivar uno de los bienes más preciados de esta sierra: el olivo. Crearon bancales para llenarlos también de cerezos y manzanos.
Y entre estos cultivos, dueños y señores dominan los imponentes alcornoques. Árboles de tronco claro cuando el surero le ha extraído el corcho y que va cambiando de tonalidad según va creciendo de nuevo. Pero en la sierra de Espadán también dominan otros tonos: los rojizos y rosáceos que le da la roca arcillosa que se extiende a láminas con vetas oscuras. Anna es un pequeño río que va serpenteando junto al pueblo regando los pequeños huertos que sus gentes cuidan con esmero. Paseamos por sus calles de entramado muy peculiar. Son sencillas y acogedoras. Se nota que sus habitantes siguen cuidando su entorno para que todos los que acudimos a conocer este rincón de la sierra de Espadán nos encontremos a gusto. ¿Otros rincones de Castellón?
Tradiciones de sus gentes que en el siglo XVIII plantaron olivos y cerezos en aquellas extensiones que no dominaban los alcornoques, árboles que se convirtieron en la economía principal de la sierra con la extracción del corcho.Más elevado que Aín, aunque tengamos que superar el trayecto del barranco, se encuentra su castillo en ruinas elevado sobre una montaña. Y esta va a ser nuestra ruta de senderismo para entrar en contacto con la naturaleza y dejar el callejeo rural. Un camino que parte a la salida del pueblo en dirección hacia el calvario. Un rincón rodeado de un bosque de alcornoques.Entramos hacia el Barranco del Palomar tomando la pista de la izquierda. Un camino de fácil andadura. Tras pasar la fuente el camino se va estrechando. Escuchamos un pequeño arroyo que no vemos porque está oculto por una espesa vegetación de ribera.Antes de descender hacia el barranco nos encontramos con uno de los molinos de Aín. El Molino del Arco está restaurado. Hoy forma parte de la arquitectura rural de Espadán. Antaño fue vital para los habitantes de estas poblaciones porque en él elaboraban la harina. Grandes piedras de molinos, un arco y un acueducto por donde sigue discurriendo el agua convierten este rincón en un lugar pintoresco.
El camino de cemento da paso a un viejo firme de herradura en el que hay tramos empredados. Era la antigua vía que comunicaba Aín y Almedijar.Vamos descendiendo hacia un bosque viejo de alcornoques donde se alternan fresnos y sauces.
El camino comienza a elevarse hacia el castillo. Una fortificación árabe que fue construida en el siglo XII en un cerro en medio del Barranco del Palomar. Como está en ruinas solo podemos ver algún lienzo de muralla y un torreón que estaba separado de la fortaleza y que fue su torre vigía.Regresamos por el mismo camino hacia el pueblo.Otro de los paisajes característicos de Aín son los corrales, unos antiguos pajares con un patio interior donde guardaban la cosecha. Hoy en día son utilizados por los pastores trashumantes de Aragón para cobijar su ganado. Pero no solo abundan los bosques de alcornoques en los parajes más aislados. En Aín también hay varias fuentes. Una de ellas es La Covatilla que se encuentra a 500 metros del pueblo en la orilla de la rambla de Eslida. Es un curso de río subterráneo con una entrada en declive y un firme resbaladizo.O la Fuente del Río que se encuentra en un vetusto bosque de olmos. Un arco la enmarca.Y entre bosques, fuentes y moriscos hemos conocido otra de las leyendas que en estos parajes nació.Los moriscos vivieron en estas tierras de la Sierra de Espadán hasta su expulsión definitiva en el año 1609. No fue fácil que abandonaran estas tierras ya que se aprovecharon de su orografía para esconderse y contraatacar.Cuenta la leyenda que en una de esas incursiones cristianas un muchacho llamado Almanzor fue gravemente herido. Huyendo de sus atacantes se internó en el bosque sin descansar ni un solo momento. Falto de fuerzas por la sangre perdida el joven cayó desmayado a lado de una fuente.Todos los días, una muchacha cristiana acudía al manantial para recoger agua para los suyos. Aquel día se asustó mucho al ver a aquel joven con el ropaje manchado de sangre. Con sumo cuidado fue limpiándole las heridas y, presurosa, pidió ayuda a su familia para llevarle al hogar.Día a día la muchacha pasaba horas al lado de Almanzor esperando que despertara. Le lavaba las heridas, se las envolvía de nuevo y le hacía compañía. Pasó algún tiempo hasta que Almanzor volvió a la consciencia. Poco a poco y gracias al cuidado de los más cercanos fue recuperando sus fuerzas hasta que pudo andar de nuevo.Por las tardes los dos muchachos se acercaban a por agua a la fuente. Muy enamorado de Ayla, un día, el muchacho intentó besarla. Pero en ese mismo momento algo sucedió: Almanzor se convirtió en un enorme alcornoque. La muchacha perpleja y muy asustada salió huyendo de allí sin rumbo fijo. Al anochecer y harta de llorar regresó con su familia.Cuentan que todas las tardes Ayla se sentaba al lado del alcornoque para darle compañía. El alcornoque Almanzor formó parte de este bosque y todas las noches besaba las estrellas y movía sus ramas para producir una suave brisa en la sierra de Espadán. Si te interesa realizar la ruta de senderismo del barranco del Palomar aquí te puedes descargar.