Finalizado el partido, llega el momento en el que los periodistas desfilan camino a la sala de prensa, hacen su particular calentamiento comentando con sus compañeros cómo vieron a los equipos, acciones polémicas e incluso apuestan cómo será la puesta en escena de los entrenadores después del resultado conseguido por sus respectivos equipos. Se abre la puerta y las luces de la sala de prensa se encienden, los objetivos de las cámaras se centran en una persona, ordenadores, bolígrafos y libretas toman el mando, empieza el espectáculo.
En los últimos años se hace un seguimiento exhaustivo del partido y todo lo que esté relacionado con él. Por esa razón,
las ruedas de prensa se acostumbran a seguir en directo inmediatamente después de la finalización de los encuentros.
Debemos diferenciar entre aquellas comparecencias previas al partido, en las que el entrenador se muestra mucho más relajado y en la que se hablan más de supuestos, posible once inicial, táctica que se utilizará, estado de los lesionados, etc., de aquellas otras posteriores al partido, en la que el técnico deberá justificar hechos que han ocurrido minutos antes de que tomara asiento en la sala. Las segundas son las que centrarán mi atención, especialmente cuando comparece el derrotado.
SALIR A DEFENDER
Serán aquellas en las que el entrenador asumirá toda la responsabilidad del resultado, liberando a sus jugadores de cualquier culpa sobre el resultado final. Estas acostumbran a ser las más utilizadas ya que de esta forma se protege a los protagonistas y se demuestra ante ellos que él siempre estará allí para dar la cara en los buenos y los malos momentos.
De puertas para adentro, el malestar por la actuación de los jugadores puede existir, pero no se producirá ninguna declaración desagradable ante los medios que pueda afectar al buen funcionamiento del equipo.
En estas ruedas de prensa el entrenador acostumbrará a defender la profesionalidad de sus jugadores, consciente de que los problemas internos deben resolverse dentro del vestuario para evitar que una situación con solución se convierta en un dolor de cabeza para el resto de la temporada.
En ocasiones, el entrenador cometerá el acierto de no querer hablar de las decisiones arbitrales adoptadas durante el encuentro, siendo consciente que estas forman parte del juego y hay que aceptarlas.
SALIR AL ATAQUE
En este tipo de comparecencias, el técnico se marcará como responsable del resultado pero encontrando diversos culpables que le acompañarán durante su exposición. Habitualmente, se hace referencia a los errores de los colegiados. Provocando de esta forma que el mal partido de tu equipo quede oculto detrás de las decisiones tomadas por
los hombres de negro. Permitiéndole de esa forma salir airoso de su cara a cara con la prensa.
Las convocatorias internacionales o las lesiones que acumula el equipo, en ocasiones, pueden ayudar a justificar el resultado negativo.
Pero la opción menos utilizada, y a su vez más conflictiva, es la de culpar a los jugadores directamente al finalizar el encuentro.
CULPAR AL EQUIPO
Que el futbolista profesional puede tener una mala tarde y el equipo se resienta por ello es algo lógico ya que resulta complicado mantener un máximo nivel durante toda la temporada. El problema surge cuando el entrenador hace público su descontento por la actuación de sus futbolistas ante los medios, creando una situación complicada dentro del vestuario al no estar los jugadores acostumbrados a cargar con la responsabilidad de los resultados negativos, sintiéndose expuestos ante la opinión pública.
Esta opción es peligrosa y puede provocar diversas reacciones en el vestuario.
La primera de ellas es que los jugadores mostrarán su malestar público por las declaraciones de su técnico, respetando sus palabras pero no compartiéndolas y causando un malestar total en el vestuario, que podrá verse reflejado sobre el terreno de juego tanto en entrenamientos como en partidos y que puede finalizar con el despido del técnico por la falta de implicación de los futbolistas.
Otra posibilidad es la de provocar la unión del grupo contra las palabras del entrenador y exponerle en privado su descontento por las acusaciones que lanzó contra ellos. Esta reacción puede generar el efecto esperado por el
míster, consiguiendo que el equipo se sobreponga a la crisis y salga fortalecido.
Por último, los jugadores pueden simplemente aceptar lo comentado por el entrenador, siendo conscientes que su rendimiento no es el apropiado y que quizás su grado de implicación debe aumentar para que el líder del equipo vuelva a confiar al máximo en las cualidades de cada uno de ellos.
El vestuario deberá decidir qué opción tomar aunque lo evidente es que el entrenador, al señalarles con el dedo, ha dejado claro que son ellos quienes deben tomar el mando.
El entrenador abandona la sala después de haber contestado todas las preguntas que le fueron formuladas; camino al autobús, es consciente que tan solo un par de entrenamientos le separarán de volver a encontrarse con la prensa en la previa del partido. Sentado, comienza a meditar si sus palabras fueron las correctas y si los jugadores habrán captado el mensaje que quería transmitirles, aunque en su cabeza una pregunta comienza a rondarle y le acompañará durante unos días: “¿Me habré equivocado?”.