Atenas, anoche, 'combatiendo el frío' procedente del norte
El intento de purificar la economía griega a golpe de fuego no fue suficiente para exorcizar los demonios de la Troika (Banco Central europeo, FMI y Comisión Europea), esa entelequia que los griegos odian hoy por encima de todo y que se cuela cada día en su casa a través de los informativos para zamparse toda la comida de la mesa. Los dioses castigan a todos los griegos por el despilfarro y la sinvergüencería de unos pocos, corruptos y listillos que estrujaron la gallina de los huevos de oro cuando ésta era fuente de riqueza.
Los titulares nuestros de cada día deben ser bastante parecidos a los que leyeron los griegos en 2010, cuando empezó su travesía hacia el infierno, cuando les engañaron, como a nosotros ahora, prometiendo la salvación eterna dentro de una Europa todavía acomodada a cambio de sacrificio. Dos años más tarde, Grecia no sólo no ha salido del foso, sino que se encuentra cada día más hundida en el barrizal. Aquí no estamos mejor, sólo más callados, más muertos de frío, de un frío paralizante. Aquí también hay cada día más pobres pidiendo en las calles, en el metro, en los trenes que cada día funcionan peor. Cada día uno de los nuestros hace cola frente a la puerta de una ONG local en busca de comida y busca consuelo en los contenedores de basura, que ya no es basura: es comida, un cartón que vender, un plástico que aprovechar. El único banco en que confiar y que da crédito es el de alimentos.
Y la única alternativa a la podredumbre es más podredumbre, más precariedad, más pobreza. O yo o el caos, el infierno, Grecia. Mis dedos fríos aporreando el teclado buscan el calor de las llamas atenienses. Hoy prefiero Grecia, la de las calles ardientes y de la rabia, la de los desarrapados a los que les han quitado el miedo a base de quitárselo todo, dando una lección de valentía a unos gobernantes cobardes, como todos los ineptos lo son.