Al final me di cuenta: era el olor.
Llevaba días pensando qué fallaba, cuál era el “pero”, qué me faltaba. Qué es lo que hacía que la pieza no acabara de hacer “clic” cuando parecía que estaba hecha a medida.
Y al cerrar los ojos al recibir un beso cariñoso de saludo me di cuenta: era el olor.
No era un olor malo, claro que no, olía a perfume y a recién duchado. Olía a nuevo, olía a desconocido. Olía a extraño.
Justo ese olor me recordó todo lo que no era.
No era tu olor, y ese era todo el problema.