Ferdinand vive solo en una granja y, francamente, no es feliz. Sólo las visitas esporádicas de sus nietos consiguen arrancarle una sonrisa. Un día, después de una fuerte tormenta, descubre que el techo de su vecina Marceline se ha venido abajo. Y la mujer no tiene donde ir. Decide entonces acogerla en su casa. Poco a poco, como por arte de magia, la granja se va llenando de gente: un amigo de la infancia que ha echado de casa, y una estudiante de enfermería, Muriel, que con su juventud y vitalidad dará un nuevo soplo de vida a este grupo de ancianos que redescubren juntos la felicidad. Al mal tiempo, mejor cara nos muestra cómo tejer lazos inesperados entre aquellos que, con la edad, se necesitan mutuamente.
Todos queremos vivir mucho, pero en esa ecuación vivir mucho significa envejecer, ser testigos de cómo los hijos toman su propio camino, los amigos se van, incluso tu pareja, y de repente vives solo. Has alcanzad una edad avanzada, pero con la medicina actual, si no contraes alguna enfermedad grave, puedes vivir diez o quince años más… ¿solo? porque la soledad es el mayor reto a la que los mayores deben enfrentarse.
En este caso tenemos a un anciano, Ferdinand, robusto y un el tanto despistado, que vive solo en una gran casa de campo. Cuando toma consciencia accidentalmente de las precarias condiciones de vida de su vecina, Marceline, una señora madura, también solitaria, un poco extraña y poco habladora, toma una decisión de los más generosa: acogerla, al menos de manera provisional, hasta que su vecina arregle el tejado. Sin saberlo, Ferdinand acaba de iniciar una cadena que agitará la vida de varias personas a su alrededor, muchos de ellos que acabarán llegando a su granja por si solos o por invitación.
Al mal tiempo, mejor cara es una bonita historia de generosidad y solidaridad entre personas que no tienen a nadie, o nada en común. La novela expone desde el principio la soledad de los mayores, lo vulnerables que se vuelven por el silencio que los rodean, sin su familia o sus seres queridos. De repente, Ferdinand pasa de vivir solo a tener a su lado una pequeña comunidad, un poco variopinta pero que funciona: la señora Marceline, que no habla nunca de sus hijas y cuyo bien más preciado es un violonchelo; Guy, íntimo amigo del anfitrión y que ha presenciado el lento y triste final de su mujer. La soledad y la pena estuvieron a punto a acabar con él pero su amigo lo salvó. Las hermanas Hortense y Simone, amenazadas por un sobrino que codicia su casa y cuya cabezas ya no están tan claras… y de repente aparece Muriel, una joven estudiante de enfermería, el joven Kim, Suzanne… y el burro de Marceline, su perra, los gatos del vecindario, los nietos que se escapan… y un último huéspedes que revolucionará a todos los habitantes de la granja.
La autora ha creado una historia sencilla y a la vez conmovedora donde las relaciones intergeneracionales son el eje central, ya sea entre miembros de una misma familia o desconocidos. En este caso los ancianos vencen el recelo que pueden llegar a sentir por los jóvenes, y estos dejan de ver a los abuelos como vejestorios inútiles. Barbara Constantine nos ofrece unos protagonistas generosos, colmado de optimismo y bondad, una historia con personajes reales y una trama sencilla pero que no deja indiferente por la ternura y el altruismo que destillan los personajes. Sin grandes aspavientos ni héroes, todos los personajes nos dan una lección de bondad y tolerancia en un tiempo en el que las generaciones apenas llegan a conocerse, donde un anciano pasa a ser un lastre y los más jóvenes viven rodeado del culto a la belleza y ven a sus mayores como una amenaza de intolerancia.
Lo sorprendente de esta novela ya no es tanto su historia, que es al fin y al cabo es muy previsible y sencilla, lo que realmente llama la atención es el movimiento que creó, en muchas zonas rural, de solidaridad y ayuda entre generaciones, entre ancianos y jóvenes. Donde uno puede ofrecerse a participar en las redes de ayuda en Francia.
Algunas veces ayudar es tan sencillo como dejar de desconfiar y abrir la puerta a su vecino, no cerrar los ojos a los problemas ajenos y tener el valor de interesarnos por los problemas ajenos. Al mal tiempo, mejor cara es una bonita fabula que, ojalá, reparta optimismo a muchos lectores e imparta sus lecciones de generosidad por donde pase.