Desde que vivo en España, hace ya unos 6 años, muy pocas notas han tenido el Malbec como protagonista, lo que es lógico porque aquí prácticamente no se cultiva, y de lo poco que se produce, en su mayoría se ensambla como parte de un vino que normalmente lleva al Tempranillo por bandera. Si bien algún monovarietal de Malbec se embotella, sus existencias son casi anecdóticas (he probado un par de ellas que me han gustado, pero poca cosa). En los viajes de visita que he hecho durante estos años a Argentina, me acompañaron unos cuantas botellas de regreso, pero por una cosa u otra casi nunca escribí sobre ellos.
Lo cierto es que estando en el viejo mundo he descubierto cepas maravillosas, que han ocupado casi todo mi tiempo de ocio y disfrute en intentar conocerlas. Dejando de lado la Albariño y la Tempranillo (léase también Tinta país, Tinto fino, Cencibel, etc.) que ya conocía bien, cepas tintas como la Mencía, Garnacha (sobre todo la de la zona de Gredos), Monastrell, Bobal, Caiño, Merenzao, y blancas como Godello, Treixadura, Verdejo, Palomino, Dona blanca y un larguísimo etc. me tienen cautivado.... ...Sin embargo, y más allá de todas estas novedades para mi constante necesidad de probar vinos nuevos, yo me crié con Malbec. Con nuestra cepa emblema aprendí, entendí y me apasioné definitivamente por el vino... eso, como con todas las cosas de la vida en las que damos nuestros primeros pasos, nunca se olvidan, quedan ahí, latentes, sin saber que las tenemos, hasta que en la mínima oportunidad se expresan a flor de piel. Decir Malbec en mi caso es decir origen, patria. Oler Malbec, como me pasó anoche, es volver a casa. En la antigüedad, nuestros antepasados, al igual que los animales, usaban el sentido del olfato para buscar alimentos y buscar pareja para reproducirse... la evolución ha hecho que unos sentidos, antes menos importantes para la supervivencia, desplacen a otros en jerarquía y el olfato en las personas ha ido perdiendo sensibilidad porque cada vez se usa menos (ya nadie depende del él para alimentarse y mucho menos para ligar); sin embargo, será cuestión de instintos, pero es verdad que los olores se graban a fuego en nuestra memoria. Una fragancia te puede trasladar directamente hacia atrás en el tiempo, justo al momento en que la percibiste por primera vez. Ayer me pasó eso, cuando puse la napia en la copa del Malbec, volví a esas lejanas e inolvidables noches con una copa de Malbec en mi casa o en la de algún amigo, arreglando el mundo mientras se hacía el asado, y me sentí feliz y más cerca que nunca. Es increíble lo que un simple aroma puede generar... Hace tiempo que ya no traigo botellas en mis viajes, las compro aquí... me cuestan casi lo mismo y me ahorro el embrollo. Puedo conseguir muchas etiquetas, cada vez más, desde las tradicionales a algunas más arriesgadas (en Internet está todo, aunque yo, si puedo elegir, soy de vinoteca). Anoche, para descorchar y brindar a la salud de la familia, los amigos y festejar el día internacional del Malbec elegí una botella de Matías Michellini, ESPERANDO A LOS BÁRBAROS 2015. Matías Michellini es un viticultor al que respeto muchísimo, porque como yo lo veo, fue un anticipado a su tiempo. Cuando en Argentina nadie lo hacía, fue de los primeros en arriesgarse y elaborar vinos a contracorriente, defendiendo una idea y una filosofía diferente a la impuesta, porque en aquellos tiempos (unos 10 años atrás) era mucho más cómodo para casi todos hacer los vinos que mandaba y puntuaba Parker. Gracias a él (y su hermano Juan Pablo, a quien conozco algo más y admiro por igual) pude conocer esos vinos distintos que casi nadie quería o se animaba a hacer, con acidez, verticalidad, con la uva y el terruño por bandera. Supe lo que era el aroma y sabor a tiza de un vino y entendí que la tierra lo es todo. Vinificaciones de blancos con pieles (quien lo hubiera dicho de aquellas), vinos blancos turbios y de maceraciones largas, levaduras autóctonas (qué tontería), HUEVOS DE HORMIGÓN (tendencia que luego siguieron muchos otros), cofermentaciones, maceración carbónica, 100% raspón, barricas usadas en la época donde el roble nuevo inundaba todo -incluso los paladares de la gente- , elaboró vinos bebibles en épocas de vinos masticables, y otras tantas revoluciones que no recuerdo (espero no haberle atribuido alguna cosa que no hizo, aunque creo que no). Sus etiquetas me hicieron enojar más de una vez, porque resultaban tan diferentes, y algunas tan radicales, que mis neuronas no entendían del todo (recién comenzaba a beber vino de verdad), pero seguí, y aun sigo, probando y aprendiendo como puedo desde España con casi todo lo que hace. Quizá no fue el primero, probablemente habrá habido otros antes, no lo sé, pero para mí fue el primero que me enseño que existía un vino distinto al mandado. Por todo eso, aunque tarde, gracias. ESPERANDO A LOS BÁRBAROS 2015, un 100 % Malbec de Gualtallary (Valle de Uco, Mendoza), fermentado y criado en huevo de hormigón. Está en un momento extraordinario. Elegante, fresco, vertical, equilibrado, redondo, seco, largo... En vista, nariz y boca no tiene desperdicio. Un ejemplo cristalino del Malbec más puro que se puede elaborar en Argentina, sin nada más que un buen terruño y rompiendo un poquito el molde. Su precio en España, al menos lo que lo pagué yo, ronda los 17€. En Argentina, por lo que pude ver en webs está, al cambio, algo más barato. Para mí, vale cada céntimo invertido.Un gusto volver a casa. ¡Feliz día Malbec!RumbovinoCasi 10 años comunicando el vino. En favor del consumo moderado y responsable
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