Revista Opinión

Al que le guste, que me mire

Publicado el 27 marzo 2011 por Historiadea
¡Qué poco me gustan los tópicos!. Y los prejuicios. Y lo que, a fuerza de uso, costumbre y oficialidad, se ha ido instaurando en nuestro comportamiento y modo de relacionarnos como 'socialmente correcto'.
Gracias a la férrea cultura judeocristiana en la que llevamos militando como auténticos cabestros desde hace más de dos mil años, hombres y mujeres hemos alcanzado el récord universal en mostrarnos los unos con las otras del modo más antinatural posible, cargándonos así la impronta que, como especie, llevamos sexualmente aparejada a nuestros genes.
A golpe de catecismo, Legión de María, madres amantísimas y unas extraordinarias dosis de educación machista _ejercida igualmente por ellos y ellas_, nosotras hemos aprendido a ser buenas chicas, mujeres decentes que no echan espumarajos por la boca ni se empliltran como lobas con el primero que pasa _así esté bueno como un queso y el chirri nos haga 'pesicola'_, féminas de impoluto historial destinadas a casarse _en siendo posible, vírgenes, de blanco y por la Iglesia_ con hombres como Dios manda. Uséase: tíos con carrera y un pasado más limpio que las bragas de María Goretti, preferiblemente con pedigrí _así entronquen genealógicamente con la Casa Rebúznida de Peñaranda de Bracamonte_ y, puestos a pedir, con cargo vitalicio remunerado en cualquier Consejo de Dirección de una de esas multinacionales yanquis o sajonas que te cagas, Maripili.
A ellos, que también les ha tocado lo suyo, páteres amantísimos _con y sin sotana_ les han inculcado de manera más que férrea la conveniencia de aparearse con lo mejor de cada casa, mujeres de blanco historial que, tras los fastos del bodorrio en la catedral de turno, sean eso que predicen los curas en las homilías nupciales. Mismamente, viñas fecundas puras y sumisas que engendren niños blancos con los que ir a hacer esquí a las pijas y súper modernas pistas nevadas de Gstaad.
Total, para nada... Para que luego a nosotras nos sigan poniendo burras los tíos malotes de oscuro pasado y a ellos les hagan los ojos chiribitas ante las tordas pendonas de ascendentes prostibularios. ¡Hay que fastidiarse!...
Y es que, claro, a ver quién es el guapo aquí que dice la verdad y cuenta abiertamente lo que le gusta y le pone. A ver cómo, con dos milenios de cultura mojigata a las espaldas que, en muchos casos, ha entrado con hierro y sangre en las carnes de cada cual, una _o uno_ se aventura a mostrase naturalmente con el otro sexo.
A ver cómo nosotras, después de que los modelos de mujer promovidos por las feministas, los padres y las madres de toda la vida se hayan quedado en agua de borrajas, nos aventuramos a ser, de verdad, sexualmente activas _y atractivas_ sin sentir que se nos agrede cuando el maromo anónimo del autobús nos mira el canalillo con ojos de rinoceronte en celo. O dejamos de ponernos como hidras cuando, en vez de decirnos aquello de 'lindos ojos tienes', el partenaire ocasional nos sacude a bocajarro un '¡jamona!' acompañado, las más de las veces, de un apretón de culo tipo Neanderthal.
Y a ver cómo ellos, casados con santas de los piés a la cabeza, indican a las susodichas que una felación no consiste en coger 'el miembro' con papel de fumar y soplar por encima como quien quita las pelusas de las tapas de un libro. No vaya a ser que Luzdivina, María Socorro o Clara Lourdes piensen _y adivinen_, ¡pobrecitos míos!, a tenor de las puntualizaciones felatorias, que la última reunión de trabajo de sus varones píos la semana pasada consistió en una escapada a la barra americana más próxima donde una chulaza sin ascos ni aprensiones les puso los ojos en blanco después de cogerles el micrófono en plan Nina Hagen para lanzar un mensaje a la Humanidad.
La cuestión, queridos niños y niñas, es que unas y otros, según leo por ahí, andamos todavía presos de lo que citaba al comienzo de este post: el tópico, el prejuicio, la corrección social y eso tan pernicioso denominado 'el debido respeto'. A nosotras _como género_ nos sigue chinchando que los hombres nos miren naturalmente: o sea, con genuino, ineludible y explícito deseo. Y a ellos _también considerados desde lo genérico_ les sigue descolocando que, fuera del entorno pendoneril _más o menos fino_, las mujeres nos mostremos como lobonas portuarias verbalmente explícitas. Por poner solo dos ejemplos.
Así pasa... Que las féminas, dicho lo dicho, nos hemos masculinizado al punto de ser capaces, con una mirada tipo macho alfa, de pararle los piés _y las intenciones_ al pobre incauto que ose traspasar ocularmente y en dirección Despeñaperros la escotadura supraesternal. Por no hablar de todos esos machos devenidos en lampiños y fosforescentes metrosexuales que huyen despavoridos con el rabo entre las piernas y una risita sospechosamente nerviosa cada vez que una mujer de rompe y rasga, de esas que uno es incapaz de acabárselas en una sola noche, les dice, de verdad y sin ambages, aquello de '¿en tu casa o en la mía?'...
En lo que a mí respecta _que he sido tan mojigata, ignorante y contenida en su momento como todas las de mi generación_, he de decir que ya no bufo como una cariátide herida cuando un desconocido se aventura a dejar caer sus ojos por mi escote o se atraganta con un palillo tras ver cómo me cruzo de piernas dejando al descubierto la práctica totalidad de mis muslos. Hoy, más que nunca, me gusto y me gusta gustar. A mi pareja y al Lucero del Alba.
Con lo cual, queridos míos, por la parte que me toca y rompiendo una lanza en favor de un nuevo femenino visible, natural y desprejuiciado, tan solo me queda añadir que al que le guste, que me mire.
Yo, desde luego, no pienso _ni quiero_ dejar de miraros.

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