Revista Cine
La cima del mundo
Hay actores que se recuerdan por haber encarnado casi siempre al mismo personaje en la gran pantalla, sea por sus características físicas o porque nadie les dio la oportunidad de poder demostrar otras habilidades interpretativas. Y un claro ejemplo lo tenemos con el inimitable James Cagney, un gran actor que vivió la época dorada de Hollywood y que fue alabado por directores como Orson Welles, al que es muy fácil asociar con el papel de gángster (normalmente como villano), como en la película de William A. Wellman que le convirtió en una estrella, El enemigo público (1931), o como en Al rojo vivo (1949), de Raoul Walsh, un clásico del cine negro en el que Cagney demuestra de mil maneras el por qué le quedaba tan bien este personaje y las dotes que tenía para meterse de lleno en este tipo de papeles.
En Al rojo vivo, Cagney es un criminal llamado Cody Jarrett que junto a su banda asalta un tren del que se llevan 300.000 dólares en moneda federal y dejan a su paso cuatro muertos. Tras pasar una semana, los vemos refugiados en una casa rural junto con la mujer de Cody, Verna (Virginia Mayo), y la madre de él (Margaret Wycherly), una mujer que siempre ha protegido mucho a su hijo debido sobre todo a los fuertes dolores de cabeza que le vienen en ataques repentinos, de ahí que Cody dependa tanto de ella. Pero, al oír por la radio que esa misma noche se van a bloquear las carreteras, deciden marcharse de inmediato. Días más tarde, unos cazadores encontrarán el cuerpo congelado de uno de ellos, al que habían abandonado en la casa al tener graves quemaduras en el rostro debido a un escape de vapor de la locomotora (uno de la banda tenía que haberle disparado por órdenes de Cody pero al final no se atrevió a hacerlo sin que él lo supiera). En este momento entrará en escena Philip Evans (John Archer), un agente federal del Departamento del Tesoro de Los Ángeles, que irá consiguiendo pistas y se irá acercando más al encuentro de Cody. Poco después, éste decidirá entregarse con una coartada: un conocido suyo llamado Morton robó en un hotel de Springfield el mismo día en que la banda asaltó el tren y Cody tiene intención de ir a la policía de Illinois y decir que él fue el responsable de aquel atraco. De esta manera escapará de la cámara de gas y seguramente como máximo le caerán dos años de cárcel. Evans cree seguro que Cody está mintiendo y trabajará junto con la policía de Springfield para intentar conseguir que hable y para eso meterán a un policía en la cárcel llamado Hank (Edmond O'Brien) que se hará pasar por un convicto llamado Víctor Pardo e intentará convertirse en un compañero fiel e inseparable para Cody.
Lo interesante de esta película es el buen ritmo con el que empieza y las cosas que vamos viendo aparte de la trama general, como el personaje de el Gran Ed (Steve Cochran), uno de la banda al que le gustaría deshacerse de Cody y que tiene una relación especial y a escondidas con Verna. O la mencionada gran protección de la madre con su hijo, una de las grandes bazas del film, sobre todo por la acertada elección de Margaret Wycherly ya que su rostro serio marcado por una mirada que parece fulminar y su fuerte carácter infunden respeto y mucha credibilidad. También hay que unir el trabajo de investigación y de persecución que va haciendo el Departamento de Tesorería, todo para hacer que el espectador no deje de interesarse por lo que está viendo en la pantalla. Es verdad que la tensión de la historia se relaja cuando Cody está en la cárcel pero la segunda mitad de la película es un prodigio, sobre todo porque vemos a un James Cagney aún más pletórico, enérgico e intenso.
Y Raoul Walsh conocía muy bien a James Cagney ya que había trabajado con él en Los violentos años veinte (1939) y La pelirroja (1941) y sabía qué es lo que podía sacar de él. Además, Cagney tuvo una buena relación con Walsh y de él decía que era uno de sus directores favoritos, corroborado por sus propias palabras: "es un hombre que me puede mostrar lo que tengo que hacer cuando yo no lo sé". Y viendo el resultado de la interpretación de Cagney, hay que decir que ambos hicieron un estupendo trabajo consiguiendo escenas memorables, sobre todo la del mismo final o una nocturna en la que se ve a un Cagney enfadado y dubitativo por algo que ha ocurrido, mientras el viento aumenta la tensión del momento. Tampoco hay que olvidar que en el gran resultado del film también tuvieron que ver Sid Hickox, autor de una excepcional fotografía, que también trabajó en clásicos del cine negro como Tener y no tener (1944) y El sueño eterno (1946), ambas de Howard Hawks, y Max Steiner, cuya música acompaña muy bien al tratamiento que se le quiere dar a cada escena, que fue nominado a varios Oscars (consiguió 3 en su carrera) y fue autor de cientos de composiciones, como la de la mencionada El sueño eterno o otras tan clásicas como la de Lo que el viento se llevó (1939) o Casablanca (1943).
"Un clásico del cine negro imperecedero, con un James Cagney incomensurable en una trama que alcanza su gran clímax en la segunda mitad y, sobre todo, en la inolvidable escena final"