Se acabó. Alberto Contador ha vuelto a ganar (y van tres veces) el Tour. Es tiempo para la reflexión y el análisis, lejos de esa forma de ser tan ibérica que sube a los cielos a quien gana y pisotea sin piedad a quien pierde. Como ocurrió con la selección de fútbol, la victoria de Alberto ha estado pendiente de un hilo, y tanto pudo ganar como perder. ¿O no?
Las cosas comenzaron bien. En el prólogo, una ventaja de 41 segundos a Andy Schleck que ya aparecía como el máximo aspirante a la victoria. En las primeras y peligrosas etapas una caída le produjo unos daños de los que poco nos han hablado, posiblemente para no dar pistas a los rivales. Después, la ausencia de esa contra-reloj llana que solía haber en la primera semana y mucha montaña pero sin salvajadas como el Zoncolan o el Angliru. Puertos que se suben, en los que se sufre, pero sin esas pendientes en la que uno tiene la impresión de que se va a dar en las narices con el suelo.
Alberto, en contra de lo que algunos esperaban, no sentenció el Tour en la primera semana, ni en la segunda, ni en la tercera. Sólo soltó a Andy, quien pronto confirmó que era su principal rival, en las durísimas rampas de Mende, la única licencia que el recorrido dio a las rampas infernales. Tuvo, por cierto, una renta exigua. La tónica del resto fue siempre la misma: Los dos juntitos, uno atacaba, el otro se iba detrás, y ninguno de ellos era capaz de soltar al otro. Al final todo se decidió en una sorprendente contra-reloj de la que hablaremos más adelante.
Claro que lo más sorprendente no fue la contra-reloj. Carlos Sastre puso el dedo en la llaga cuando dijo algo así como que este Tour era una cosa de niñatos, y no se refería a lo jovencitos que son los cabezas de cartel. Se refería a los parones en la carrera motivados por circunstancias azarosas, que tanto pueden beneficiar a uno como al otro, que han llevado a que la carrera enlenteciese su marcha en alguna ocasión y un buen número de críticas a Alberto Contador por no esperar a Andy Schleck ante una presunta avería mecánica que no fue tal.
En una de las primeras etapas Andy dio con sus huesos en el suelo y el pelotón tuvo que pararse a esperar. Todos llegaron juntitos y sólo Sastre se atrevió a recordar que cuando él se fue al suelo en el Giro en los últimos kilómetros de una etapa los demás salieron zumbando para sacarle la mayor distancia posible. Que se lo pregunten a Alex Zulle cuando se vio con el culo lleno de flores o a Joseba Beloki cuando tuvo aquella terrible caída en la que Armstrong descendió sin ningún miramiento por el patatal haciendo algo parecido al ciclo-cross. En ciclismo, cuando se está jugando el triunfo, no se espera ni al mecánico y menos al principal rival.
Quizás esperar tras una caída pueda ser admisible aunque no compartamos la postura. No lo fue la reacción del público frances, de "eruditos" periodistas y de una buena parte de la gente de la calle que, contagiada por esta nueva visión del ciclismo de alto nivel, vio una traición en el ataque de Alberto cuando Andy se confundió al cambiar las marchas y la cadena se bloqueó en su cambio trasero para salirse posteriormente por el plato. Contador, que vio que su rival se quedaba atrancado tras lanzar un poderoso ataque, arrancó y se marchó a la antigua usanza. Al día siguiente era motivo de conversación en casi todos los corrillos, con la pertinente discusión de si hizo bien o hizo mal. Ese ataque de Alberto le colocó por delante en la clasificación general, lo que hacía que saliera el último en la contra-reloj teniendo en todo momento las referencias de su rival. Y eso, a la postre, resultó crucial para que pudiera ganar el Tour.
En la crono todos los guiones previstos saltaron por los aires. En las primeras referencias el tiempo de Andy amenazaba peligrosamente la diferencia de 8 segundos que había entre los dos. Llegó a estar a 1 o 2 segundos de Alberto en la general y Contador no parecía el de otras veces. Confieso que pensé que perdía el Tour el último día. Al final todo se arregló, sacó 31 segundos a Andy y acabó de amarillo en París donde, afortunadamente, este año sí sonó el himno nacional.
Poco se ha hablado de la contra-reloj. Alberto dijo que lo había pasado muy mal, cuando llegó a meta estaba exhausto, vacío, roto. Nos han hablado de problemas estomacales y él ha hablado de sufrimiento físico y psíquico a lo largo de este Tour, pero lo que nadie nos ha explicado es por qué a cada pedalada se iba escurriendo en el sillín de forma que cada cuatro vueltas a los pedales tenía que levantar el culete y volver a subirse en la parte trasera. Esto que parece tan poca cosa pudo ser una justificación oculta de su bajo rendimiento. ¿Por qué ocurría esto?
Una contra-reloj es un esfuerzo agónico. El ciclista va a tope desde que sale hasta que llega. Sus músculos y su cabeza sólo están centrados en funcionar al máximo nivel. El corazón va a tope, las piernas también, la postura es muy incómoda pero tiene que ser así para que el viento haga el menor daño posible, la bici ha sido diseñada a medida para la ocasión, y los 52 kilómetros que se recorren en poco más de una hora parecen eternos. Cualquier cosa que no funcione correctamente puede romper el delicado equilibrio que un esfuerzo así necesita, y eso pudo ocurrir con la adecuación del cuadro a Alberto o, simplemente, el reglaje del sillín.
Haced vosotros mismos la prueba. El sillín tiene que ir horizontal, si la punta está más baja os iréis continuamente hacia adelante como le ocurrió a Alberto y si está más alta la incomodidad será evidente. Probad a ir con la punta más baja que la parte trasera, y notaréis cómo con las pedaladas os vais hacia adelante. Si intentáis ir a tope veréis cómo rompe vuestro ritmo. Cuando las diferencias son de menos de un segundo por kilómetro cualquier pequeña desventaja se convierte en un mundo.
De todas formas, Alberto no iba bien. No ha ido en este Tour como en los anteriores. Se le notaba cansado en las entrevistas iniciales, a veces como ausente. Ha llegado muy justito de fuerzas al final y ha salvado los muebles con oficio. Ya van tres en el zurrón, esperemos que haya más. Nunca fue, ni será, fácil ganar una carrera de estas por mucho que Armstrong se empeñe en que los que vinieron después no estaban a la altura, y para llegar de amarillo a París hay que sudar, y mucho, la camiseta. ¡Enhorabuena, Alberto!