Revista Cultura y Ocio

Alcanzar la Gracia a través de la Cultura

Publicado el 20 julio 2013 por Vigilis @vigilis
En las fiestas de Culleredo (Coruña), se contrató a Paquirrín para que pinchara discos. Una labor a la altura no solo del protagonista sino también de su público. Mientras el lumbreras pinchaba, el público alcoholizado le lanzó de todo, incluso una botella de cristal que casi lo desgracia (más) y cuyo lanzamiento dio por finalizado el evento.
Cuesta imaginar que en el teatro Staatsoper de Viena, ante una interpretación de la orquesta residente, un tipo vestido de bonito, con su frac y monóculo, lance un pollo al escenario. Al mismo tiempo, es improbable que en la actuación de Paquirrín la gente escuche y vea en silencio o al menos con orden los derroteros del andaluz para, una vez terminado el acto, levantarse, aplaudir suavemente y susurrar a sus acompañantes palabras como «sublime» o «wunderbar». Estas escenas son imposibles y sin embargo la persona que acude a ambos lugares puede ser la misma. ¿Qué ocurre?

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Cosas de madera brillante, calvos peludos, estatuas... eso tiene que ser algo cultural.

Quizás exagero al poner el ejemplo de Paquirrín, pues pinchar discos es algo que puede hacer un mono adiestrado o un programa informático e interpretar El barbero de Sevilla requiere ciertas dotes, conocimiento y entrenamiento. Yo suelo poner ejemplos extremos en las cosas para ser gráfico y entiendo que pueda confundir a alguien, pero espero que se me entienda igualmente. Uno va a unas fiestas de pueblo intoxicado por el alcohol, huele porros todo el camino y poco importa cómo va vestido. Pero a la ópera de Viena uno va disfrazado, con un atuendo especial (si es un día de gala) y existen ciertos ritos a los que hacer honor. Mientras Rosina y Don Bartolo hablan de lo suyo, uno no puede sacar el móvil y hablar a gritos, tampoco sacar una litrona y beber a morro. Hay una liturgia sagrada y nadie espera tal ejemplo de descontextualización. Si te comportas como un energúmeno (lo que es energúmeno en ese ambiente), hasta te pueden expulsar del teatro. Poco importa que hayas pagado la entrada.
En los dos lugares tenemos un grupo de gente y una actuación en un escenario, sin embargo la actitud que esperamos encontrar es completamente distinta. Paquirrín es un pobre diablo contra el que vale todo, pero la Ópera Estatal de Viena es una compañía que hay que ir a ver y a escuchar con un aura sagrada, bajo la mirada de Dios. No es esta una cuestión de buenos modales (moral), sino una que tiene que ver con la elevación hacia los cielos, con ser iluminados por la Gracia Divina.

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Mirad, unas teteras detrás de una vitrina. Sin duda, estamos ante Cultura.

Viajamos ahora a China. En China construyen 100 museos al año. No es de extrañar que estos museos sean como tiendas de chinos con artículos de escaso o ningún valor. Hasta que un experto que no esté a sueldo de la autoridad no da la voz de alarma, los chinos visitan esos museos y creen que están acercándose a Dios (o al dios-mono o a lo que sea que crean). Con doce ciudades levantadas de la nada cada año, con cien museos inaugurados al año, los chinos dedican ingentes recursos al levantamiento de estos "contenedores culturales". Está claro que por una parte es un modo de hacer crecer con pies de barro su economía (demanda agregada), pero si sólo fuera ésta la razón, les bastaría con hacer cajas satánicas de acero corten. Hay otra razón por la que ponen especial cuidado en hacer estéticos estos lugares: son lugares de culto. Templos. Justo lo contrario de lo que debe ser un museo de historia o de arte.
Un museo de estas disciplinas debe tener una labor divulgadora por una parte y académica por la otra. No imagino algo más alejado del culto que estas labores. Está claro que a la hora de levantar un edificio debe haber una estética agradable, pero de ahí a hacer al museo protagonista de sí mismo, media un mundo. La autoridad china se toma esto justo al revés: hacemos un bonito edificio y lo rellenamos con basura. Siempre y cuando haya un cartel a la entrada que ponga "museo del pueblo" y no "tonterías para engañar al pueblo idiota", la gente entrará y mirará embelesada pañales desechables de la dinastía Yuan o los pelos rubios del escroto de Mao. Cuando el chino de infantería pasea por esas salas, le rodea un aura de Gracia, está en sintonía con ciertos espíritus, se vuelve por momentos mejor persona y más lista. Poco importa que no esté aprendiendo nada o que lo que aprenda sea mentira.
«Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho»

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Premios Planeta. Ahí está la Cultura. La Cultura es eso.

Si la Xunta de Galicia hubiera levantado un recinto sagrado y pedido al arzobispo de Santiago que lo consagrara como Iglesia de la Santísima Trinidad, todo el mundo habría puesto el grito en el cielo. Los poderes públicos no pueden apoyar a ningún culto de esa forma tan descarada y no es labor del poder público levantar templos que hagan que los fieles adquieran un estado de Gracia. Sin embargo, todo el mundo se calla cuando se ordena levantar la Cidade da Cultura o cuando se paga gustosamente un Consello da Cultura Galega o se sustenta el Centro Ramón Piñeiro para a investigación en Humanidades. Ok, la Cidade da Cultura recibe muchas críticas debido a su desorbitado coste, pero la idea que hay detrás no es criticada (y sinceramente, a mi me importa más la idea que hay detrás que el dinero que cuesta).
Una vez sustituyes a Dios por la Cultura, puedes hacer exactamente lo mismo que antes sin que nadie te llame la atención. Levantar templos, imponer liturgias, establecer el camino a la Gracia, salvar almas... Basta con que un indocumentado cualquiera, o mejor aún, un catedrático de reconocido prestigio (un sacerdote cultural) señale cualquier mojón y diga que eso es Cultura, para que eso sea Cultura. Extender el brazo, dirigir el dedo índice, abrir la boca, emitir sonidos y quizás publicar en alguna revista universitaria algo relativo al tema, sirve para que algo pase a ser un objeto que redimirá al pueblo. Aquellos que alaben ese nuevo objeto cultural, recibirán la Gracia y sus almas serán salvadas.

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Pikachu, vuelve a tu pokeball, tú no eres Cultura.

No siempre ese objeto de culto (ojo a las palabras) será nuevo. En no pocas ocasiones he comprobado que lo que antes era un instrumento pagano, sin gracia, cotidiano, puede, vía Revelación, adquirir la propiedad de salvar almas. Por ejemplo, el marisco que antes se usaba para abonar los campos y que la gente miserable comía cuando no había otra cosa que comer, hoy es considerado una exquisitez gastronómica. Cualquier apero de labranza de hace doscientos años tendrá lugar destacado en museos etnográficos y no en museos tecnológicos. La condición sacra del arado romano viene dada por su exposición en el museo (decir que algo es importante, convierte a ese algo en importante). Por sí mismo, ese arado no tiene más valor que el mostrar la evolución de la técnica (de ahí que diga que estaría bien en un museo de tecnología). Pero en el momento en que se muestra en un museo etnográfico, la cosa cambia: lo que antes era una herramienta pasa a ser un objeto de culto. «Esto lo usaban nuestros antepasados» dirá la guía del museo, pero a continuación no añadirá «su contemplación sin explicaciones produce en el visitante un estado de Gracia». Con esto consiguen que la gente tenga arados barnizados como objetos decorativos en sus casas, quizás esperando que expulsen los espíritus de la Incultura.

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Como tantas otras cosas, Marilyn comenzó no siendo Cultura, pero después pasó a serlo.

Herejías
Una vez que tenemos templos, sacerdotes, ritos, liturgia y fieles (todo ello tan laico como santificado), es cuestión de tiempo que aparezca la herejía. Quienes viven a expensas de la Cultura de Estado, se tornarán, ante nuevas interpretaciones de lo que es Cultura, en el Jorge de Burgos de Umberto Eco. Ese libro no es Cultura, esa exposición no es Cultura, ese programa es telebasura (ergo no es Cultura), llevar ese peinado no es Cultura, etc. Como sucede con la Religión, muchos fenómenos candidatos a ser Cultura se quedarán por el camino, pero otros alcanzarán el estatus de Cultura. La movida de los ochenta comenzó al margen de la Cultura para llegar a ser y quedarse como Gran Cultura alabada por todo el mundo: entrevistas, programas, conciertos, dominicales, exposiciones, etc. El reguetón está en proceso de ser Cultura, la cultura punk parece que también está en ese proceso (lo que no deja de ser paradójico debido a la contradicción que generaría eso).

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La influencia de la estética punk en la moda fue una exposición en el Museo Metropolitano de Nueva York.

Como no hay criterio (igual que pasa en la religión), todo es susceptible de ser Cultura. Hay restaurantes que dan platos con algas, "visitas obligadas" a lugares (objetivamente) de mierda, etc. Pero como digo hay cosas que se quedan por el camino. Por ejemplo, la ciencia ficción es un género artístico al margen de la Cultura de Estado. Los poderes públicos no promoverán el acceso a la ciencia ficción, pero sí el acceso a la etnografía milenaria de cualquier aldea. Ojo, que dentro de los seguidores de la ciencia ficción hay cosas más aceptadas que otras, ya que este fenómeno se reproduce a todos los niveles.
Cuando se hacen las obras de un aparcamiento y se descubren restos arqueológicos, las obras paran y los restos son estudiados. Bien, eso es conocimiento. Pero después las obras continúan y son modificadas, así, el aparcamiento futuro tendrá una parte de suelo de metacrilato para poder ver los restos excavados. Poco importa que ese suelo trasparente sea pisado por las ruedas de los coches sin que nadie se detenga a mirar nada. El ayuntamiento ha hecho su labor de promover la Cultura. En este caso, el chico de mantenimiento y el encargado de la limpieza serán los únicos tocados por la Gracia en ese oscuro subterráneo.
Cultura por ósmosis

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La diputación de Málaga patrocina algo llamado "Noches creativas" y aparece una individua con dos limones en la cara. Cultura.

Cuando un formato cultural, al margen de sus manifestaciones concretas, es reconocido como Cultura (es decir, recibe el nihil obstat de los sacerdotes y el Estado pasa a tutelar y promover su acceso), cualquier mierda que se haga en ese formato ya es Cultura. Hablaba antes de El barbero de Sevilla, esa ópera es estéticamente agradable (bien interpretada, claro). Muchas óperas son agradables para mucha gente, el formato ópera se convierte entonces en Cultura independientemente de sus manifestaciones. La diputación de Ávila ya tiene, por tanto, vía libre para contratar a cualquier soprano para dar berridos en un teatro-templo.
Serán muy pocos los asistentes que por formación tengan criterio como para objetar las bondades de la interpretación. Ah, pero eso da igual, eso se queda para cuatro frikis: lo importante es que el pueblo, democráticamente, ha tenido la oportunidad de asistir a la ópera. ¡A la ópera nada menos! ¡Eso es Cultura! ¡Cultura promovida democráticamente! ¡Dios salve al conselleiro!
Lo mismo se da en la pintura. Han sido numerosos los experimentos en los museos de arte contemporáneo a este respecto: se cuela una obra hecha por un simio en mitad de una exposición y la mayoría de la gente la alaba, esto está muy demostrado.

Alcanzar la Gracia a través de la Cultura

Max, estás hecho una pena, comes comida para perros y no eres Cultura.

Y aquí también se produce el efecto contrario: una novela de ciencia ficción puede contar con todos los elementos que la hagan susceptible de ser una gran obra medida con criterios académicos, pero como su género no es Cultura, continuará siendo una herejía. (Aclaro que no quiero que la ciencia ficción sea Cultura de Estado, tan solo la uso para ser gráfico con mis ejemplos).
Hay otro criterio que no es el académico. Cuando aquellas viejas reseñas hablaban de «éxito de crítica y público», tenían en mente la opinión de la crítica (pongamos por caso que fueran expertos), pero también la del público. Si algo era aclamado por el gran público, accedía al estatus de Cultura por esa vía, la de la aclamación. Cuando el estado pasa a decidir qué es la Cultura, la aclamación pública pasa a un segundo plano: cosas sin interés son Cultura y cosas con interés no son Cultura, porque ya sabemos que la democracia funciona en horario de tarde.
En resumen: existe una Cultura de Estado igual que existió una Religión de Estado. Identifican religiosidad con subdesarrollo o incultura aquellos talibanes culturales que viven y prosperan de este estado de las cosas. Cuando el poder público promueve y tutela la Cultura (¡por mandato constitucional!) nadie sabe de qué demonios están hablando, pero todo el mundo queda contento. La masa democrática accede al estado de Gracia acudiendo a una ópera que no entiende, visitando un museo del que no aprende nada y deleitándose con la última cagarruta del diseñador "enfant terrible de la moda", esperando que el próximo dominical le diga cuál es ahora el nuevo "enfant terrible de la moda".
Para ser, la Cultura ha de ser pública (es decir, ocupar la esfera pública, independientemente de su financiación), democrática, presentista y recibir el nihil obstat de una casta sacerdotal. Si no, no es (hoy) Cultura.
Philip Max, autor teatral:


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