A estas alturas, tras el increíble y valioso logro que ha supuesto para el cine español el Oso de Oro que Alcarràs ha atesorado en la última Berlinale, resulta un tanto incómodo, incluso hay quien pensará que descabellado, afrontar una crítica de la nueva película de Carla Simón desde un punto de vista no del todo positivo.Alcarràs es la nueva incursión de la directora barcelonesa en la vida rural catalana tras su aplaudida ópera prima Verano 1993. En aquel debut, Simón se acercaba a su propia infancia para narrar la historia de una niña que, tras quedar huérfana, entra a formar parte de la familia de sus tíos como una hija más. Yéndose de la gran ciudad donde vivía, al campo, Frida (alter ego de la directora) sufre el duelo y la aceptación de la muerte en un proceso de maduración y adaptación casi obligada.Verano 1993 supuso toda una revolución para el cine español, que desde entonces ha bebido mucho de su temática (vida rural, infancia, recuerdos, nostalgia, maduración...) ofreciendo un cierto cosmos de cineastas nacidas en los 80 que por primera vez acercan su voz a una forma ciertamente autobiográfica. Por citar otros ejemplos, Las niñas (Pilar Palomero), Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico) o Libertad (Clara Roquet), con sus diferencias, podrían entrar a formar parte de este nuevo cine español.
En todas ellas existe cierta tendencia al naturalismo, al ofrecimiento de la intimidad desde un punto de vista personal y un mundo aparentemente reconocible por su cotidianidad. De todas ellas, Carla Simón es la que quizá, de manera más clara, pretende deslizar su cine entre una suerte de documental y ficción. Alcarràs (localidad catalana en la que se desarrolla la acción) narra la última cosecha de melocotones de la familia Solé, que tras ochenta años cultivando la misma tierra se ve obligada a abandonar sus extensiones al no tener contrato sobre ellas.El abuelo de la familia firmó de palabra con los terratenientes, amigos de toda la vida, que aquellos campos podrían ser trabajados por ellos, pero el mundo ha cambiado a pasos agigantados. El capitalismo está acabando con los campesinos y el dinero de las multinacionales y empresarios se impone frente a la pertenencia. De algún modo, Carla Simón coge este presente y, a través de la utilización de una familia de campesinos reales (frente a los que nunca se había puesto una cámara de cine) intenta componer una suerte de documento vivo sobre la realidad de estas personas, en un claro compromiso con la idea de pertenencia a un lugar y a un estilo de vida en vías de extinción.
La propuesta, interesante en todos sus sentidos, se ve, sin embargo, comprometida por la propia mirada de la cineasta. Y en este caso hablamos de un concepto de partida que, para quien esto escribe, incumbe muchas decisiones que desgraciadamente no encuentran su sitio en la cinta. Al proponer una obra de corte tan naturalista como Alcarràs, uno siente la necesidad de entender la realidad de aquello que se intenta plasmar. Y con realidad no me refiero a la credibilidad o veracidad de lo que se narra, que aquí es completamente coherente en su estructura, sino en lo referido al material propio cinematográfico, lo que Tarkovsky denominaría "el tiempo".Carla Simón recrea las secuencias de Alcarràs con realismo, pero no con absoluta veracidad, algo que choca frontalmente con algunas de sus ideas más documentales. Por un lado, la utilización de no actores para la película, así como la indiscutible decisión de rodar en una fecha concreta del año, a comienzos del verano, cuando se realiza la recogida de melocotones a la que se dedica la familia protagonista.
Estas decisiones no son baladí, Carla Simón tiene la intención de retratar de la manera más fiel posible como es la vida de estas personas. Sin embargo, el tiempo interno de los planos y secuencias parece suscrito a una necesidad de avanzar la narración, no a una observación concreta de sus vidas. Aquí no hay una mirada subjetiva, como en Verano 1993, cuyo uso de la cámara está mucho más justificado al anclar su punto de vista en una protagonista concreta desde la que vemos y entendemos el mundo. En Alcarràs no hay un protagonista individual, sino que toda la familia (más de diez personas contando los niños) son un conjunto que, aun desarrollándose en solitario, tienen un fin común.La cámara los filma por separado y juntos de la misma manera, es una omnipresencia que permite a la cineasta desarrollar los arcos dramáticos de todos los personajes con bastante talento. Que duda cabe, no es nada fácil que todos los personajes forjen sus propios dilemas y tengan un desencadenante propio que se mantenga en pie con coherencia. El problema es saber si esta era la película o si, por el contrario, estos dilemas personales no hacen más que alejarse del verdadero objeto de estudio que acaba desapareciendo entre los esquematismos y la estructura de guion más clásica.
Cuando la cámara pide detener el tiempo, observar la tierra y entender fielmente lo que se siente por ella, Simón cambia de plano y nos incorpora una nueva subtrama emocional de alguno de los personajes. Cuando una secuencia acaba y comienza la siguiente, lo hace por necesidad de la acción y no por el tiempo mismo de lo que ocurre en el interior de los planos. La vida no aparece, solo la construcción, en definitiva, lo literario.Duele decirlo, pues Simón tiene sensibilidad, se nota que su humanismo recorre algunos pasajes e interpretaciones de gran veracidad, tiene talento para construir situaciones identificables para nuestra sociedad y nuestra realidad íntima, pero son identificaciones finalmente superficiales y anecdóticas, como una canción, un juego infantil o una conversación bañada en alcohol. Todos las hemos vivido y podemos conectarlas con nuestra realidad, pero nunca con nuestra vivencia. Eso es más difícil y es ahí donde, desgraciadamente, Alcarràs falla.Obviamente, acabamos entendiendo por lo que está familia pasa, toda la construcción se dirige a ello, pero no podemos identificar una esencia real en ellas, pues el relato vive por encima del tiempo. Incluso cuando parece que lo cinematográfico va a conseguir abrirse hueco en su secuencia final, mediante el uso de un inteligente y alargado fuera de campo, Simón decide enseñarnos lo que oímos y generar una nueva situación de pregunta/respuesta que en ningún momento cesa. De algún modo, al no conseguir generar preguntas sin respuesta, personajes contradictorios o secuencias sin causa-efecto, Alcarràs acaba convirtiéndose en un drama más común de lo que se podría esperar.
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- ##check## Lo bueno
- Su mirada humanista y las escenas de los niños, donde los elementos dramáticos son menos evidentes.
- ##times## Lo malo
- Que choque frontalmente su idea naturalista y documental con su clara tendencia a la narración extracinematográfica.
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- Ambientación 6.0
- Siento que falta observación de esa tierra, olfato para acercarse a ella. Al rodarse en los escenarios naturales que desencadenan la película, es difícil valorar, porque es una ambientación conseguida, pero desligada de cierto naturalismo.
- Desarrollo de Personajes 6.0
- Bueno en cuanto a construcción canónica, incluso muy buena por su dificultad de manejar tantos personajes. Pero no es lo que pedía la película.
- Argumento / Guion 5.5
- Parte de cierta sencillez y naturalismo, pero acaba asentándose en causas-efecto algo interiorizadas y vistas.
- Entretenimiento 6.0
- No es una película que busque entretenimiento comercial al uso, pero se ve con facilidad y, a pesar de cierta lentitud para los estándares más comerciales, se hace amena.
- Montaje / Innovación técnica 5.5
- El montaje busca demasiado el argumento, no deja que todos los planos vivan por sí mismo. Por lo demás, sigue un estilo técnico muy parecido al de su debut y al de otras películas de este nuevo cine español.
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- Puntuación Total 5.5 / 10