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Alegoría de la vida: Una estación pasajera y solitaria...

Por Artepoesia
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"La manecilla subía imperceptiblemente. El caso es que se separaba más y más del cuarto hasta alcanzar el norte. Un tren iniciaba ahora la llegada, lentamente, por la vía más distante al andén en donde mis huellas se perderían para siempre. El frío, al avanzar mi cuerpo hacia la última puerta que se me cerraría, chocaba bruscamente contra mi rostro y, parecía, en un gesto de violencia, despedirse triunfalmente de mis mejillas. 
Un mozo de equipajes en dirección contraria a la mía guíaba un pequeño transporte de maletas; éstas, probablemente, ya se encontraban a cubierto. Era el único que no iba, andaba o corría en mi sentido, parecía raro que no se marchara de allí, que sólo quedara el frío. Me alegré de no ser mozo, ni carrillo, ni familia que separa sus manos y sus labios del viajero que, como yo, subía difícilmente la escalerilla.
El vagón era alto, nadie desde fuera podría, por mucho que se alzase, alcanzar medio metro menos desde el inferior de la ventanilla. Esto me seducía, ya que a la vez me encontraba en un lugar concurrido, público, ocupando un espacio provisional -el tren pronto se pondría en marcha y abandonaría aquel mismo espacio- y también íntimo, personal, inviolable. Me desnudé en medio de todo aquello. Miraba por el único medio que me conectaba con el mundo exterior -la ventanilla ascendente del compartimento- las luces por encima de los edificios oscuros que delimitaban la estación. Parecían que quisieran saludarme. En ese momento un expreso irrumpió por una de las vías paralelas.
Era una estación pequeña, pero iluminada; sin salas de espera porque toda ella era una. Me incorporé, abrí la ventanilla mojada y fría y miré; miré con ojos conspiradores al empleado, al banco, al letrero, al reloj y hasta a una campana vieja, negra, casi mohosa, sin vida, cansada de esperar su momento de nuevo, cansada de esperar ese tren que la permitiera como entonces volver a recorrer el espacio que su sonido marcase a base de golpes. Antes de que me percatase del frío húmedo que penetraba en el interior del compartimento, el reloj de la estación ya había cambiado de posición con respecto a mis pupilas.
Lo cerré todo automáticamente, incluso la cortina. No quería volver a despertarme, pero para ese momento ya no podía recordar como se cerraban los párpados siquiera. El sueño no sólo me había vuelto, sino que me impedía evitar recordar aquellos instantes vividos hace años, donde un tren, un paisaje, un ritmo, un sonido y un aroma compartieron las sensasiones más hondas que mi cerebro pueda recomponer en imágenes, ya pasadas y grabadas profundamente en mi alma."
(Fragmentos de la narración breve "El regreso".)
(Imágenes fotográficas de una estación de tren, ya desaparecida, de las afueras de Sevilla (España), tomadas hace veinte años.)

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