La existencia humana tiene dos características importantes: ego y soledad. Aunque hablemos mucho de ellos, la soledad es un monstruo que nos espanta y tomamos todas las medidas posibles para jamás encontrarlo.
Pero en el Budismo Zen entendemos que la humanidad se trata de estar solos. A pesar de que vivamos conectados con otros, luchamos por mantener nuestra individualidad y nuestras creencias sin ser tocadas por los demás. Nacemos solos, vivimos en manada, pero al final morimos solos.
En el Sutta Nipata, el Buda nos dice:
Nosotros como practicantes individuales buscamos las condiciones favorables que nos permitan estar en soledad. Aunque vivamos en una comunidad en algún lugar del mundo, cada uno de nosotros vive como ermitaños. Podemos apoyarnos mútuamente, pero no nos enredamos ni generamos apego por las vidas de los demás. Por sobre todas las cosas, valoramos la profundidad de la independencia y libertad.
Si hacemos las paces con esta verdad, el camino espiritual se vuelve mucho más amable. Nuestras actividades contidanas, el trabajo, el tiempo libre; todo se vuelve mucho más amable. Podemos convivir con otros, crecer a su lado, pero al final regresamos a valorar y atesorar nuestra soledad. Valoramos el sentimiento de independencia que nos trae la práctica de zazen.
Pero aquí es donde el Zen se pone cósmico porque al mismo tiempo de que caminamos solos; sabemos que estamos entretejidos con el corazón mismo de la vida. Somos interdependientes, nos nutrimos con el trabajo y esfuerzo de otros seres vivos. Trabajamos en equipo, buscamos alianzas y romance… mientras luchamos por mantener nuestra constante de soledad para volvernos mejores seres.
La flor de loto crece hermosa y solitaria. Está cerca de otras flores, pero mantiene una distancia saludable. Sin embargo todas las flores de loto se nutren del mismo suelo lleno de lodo, bacterias y microorganismos. Somos lotos.
Estando en soledad podemos sentir hasta la médula esa sensación de unión con la Totalidad de la Vida. Es regresar por completo a nuestro estado natural e inocente, el que no se puede expresar con palabras, solo con silencio.
Tocamos la Verdad cuando estamos solos y con la mente en paz. Esta soledad es parte de nuestra identidad como seres vivos. Es lo que somos y no puede ser cambiado, lo que nutre de alegría nuestro corazón.
Esta es una alegría auténtica que está en línea con la esencia de la vida.