Un nombre de ciudad que evoca un mundo. Es un mundo perdido, sí, pero que vivirá para siempre en nosotros. Alejandría me trae a la memoria tres autores que leí con pasión cuando la primera cifra de mi edad no pasaba del número dos: Pierre Louys, Lawrence Durrell y Constantino Cavafis. POR FRANCISCO GARCIA JURADO
Eran los tiempos en que cierto autor catalán ganó el Premio Planeta con una novela de tema Alejandrino: "No digas que fue un sueño", y que evocaba, naturalmente, un verso del poema titulado "El dios abandona a Antonio", de Constantino Cavafis. Asimismo, un autor anglosajón llamado Lawrence Durrell era muy leído gracias a su "Cuarteto de Alejandría", novela de la que recuerdo la primera aparición del poeta de la ciudad, el poeta que representa el espíritu de una ciudad cosmopolita que murió para siempre. Cavafis me trajo tantas imágenes de Alejandría, de la antigua y la moderna, que a duras penas podía imaginarlas todas. Es, quizá, aquel poema dedicado a Marco Antonio la última noche antes de su derrota, cuando, según Plutarco, un cortejo báquico pasó cerca de él como si de una despedida se tratase, la que más evocaciones me trajo. A Pierre Louys lo conocí gracias a un microprograma de crítica literaria que emitía Radio Nacional de España. Era un programa más que curioso, que hoy se me antoja como una alucinación. Un día hablaba Luis Antonio de Villena, de quien llegué a saber gracias a un profesor de literatura, también escritor, que tuve en COU, Luis Martínez Mínguez (alias de Mingo). Luis Antonio alternaba su crítica con otro escitor mucho mayor que él, nada menos que con Ernesto Giménez Caballero, el falangista que había participado en las vanguardias de los años 30. Era alucinante escuchar, todavía en plenos años ochenta, alegatos que hacía, por ejemplo, a favor de la virginidad como salvaguardia de la raza que lanzaba Giménez Caballero con una voz metálica, propia aún de tiempos bélicos. Quizá por ello Luis Antonio comentó un día la novela "Afrodita", de Pierre Louys, donde la protagonista se nos muestra como una suerte de diosa abocada a la sensualidad y el placer. Algo parecido ocurre en la primera parte del "Cuarteto de Alejandría", de Durrell, la parte titulada "Clea", cuya protagonista es una suerte de antivirgen. Tanto vicio la lleva a una antitética forma de pureza. Mundos opuestos, imaginarios convulsos que giran en torno a representaciones exaltadas de la belleza. Las ediciones antiguas de la "Afrodita" de Pierre Louys ofrecen grabados sensuales que acaso marcan un contrapunto con respecto a las escenas de la Antigüedad pintadas por Alma Tadema, tan comedido. Todo este mundo estaba muerto ya antes de ser mínimamente evocado, pero acaso también ha muerto el de sus evocadores. Sin embargo, como bien dijo Cavafis en uno de sus poemas alendrinos, nunca pensamos que aquellos días duraran para siempre. FRANCISCO GARCÍA JURADO