La soledad tras el ruido de fondo es el primer libro de poemas publicado por el poeta oriolano Alejandro López Pomares, y cuenta con un prólogo, riguroso e instructivo, del también poeta José Luis Zerón Huguet.
Y bien merece este poemario tan valiosa introducción, porque estamos ante un texto de gran intensidad lírica, escrito bajo un impulso único, que lo dota de verdad literaria tanto por la experiencia auténtica de la que se nutre, como por el simbolismo y el tono meditativo con el que, hecho escritura poética, trasciende lo biográfico y cautiva la sensibilidad del lector. De lo mucho que cabría destacar, voy a limitar mis observaciones personales a poner de relieve su tema principal y el tratamiento poético que de él se ofrece.
Desde mi punto de vista, el tema de la búsqueda de la identidad se presenta con bastante nitidez como el eje vertebrador que da unidad y cohesión narrativa al libro y hace de él un poemario continuo, en contraste con los libros de poesía habituales, que suelen ser el resultado de reunir poemas bien distintos y dispares.
Llama la atención, sin embargo, que la identidad buscada en él sea la de la plenitud vital de un yo fundido con un mundo maravilloso que nos retrae en último término a la infancia, pues la persecución de ese horizonte imaginario marca al protagonista lírico de todos los poemas, al individuo de la edad madura (joven o adulto), con un desdoblamiento radical. Así queda patente ya desde el inicio del libro, sobre todo en el segundo poema, titulado de manera significativa " Los mismos dos lados de una cama", pero también reaparece explícitamente, cual leit motiv, a modo de evocación nostálgica al comienzo de poemas posteriores, cargados de desencanto, como "Escaparates (vacíos)" (p.41) o "Fuga nº 3" (p.59). En ese segundo poema es donde se plantea asimismo la manera como el yo soñado y buscado va a afectar al yo real y maduro de la vida cotidiana: le impondrá la necesidad de ser su realización sólida y verdadera en el mundo, su figura de "mármol", el "tú / esculpido" (p.25); de ahí el simbolismo, repetido a lo largo del libro, a modo de recordatorio consciente o de lema interior, de algunos elementos del ámbito del arte y de la naturaleza mineral ("concha" - "mármol"- "roca" - "escultura" - "montaña"). Esta tarea necesaria, cuya imposibilidad se irá revelando en cada salida o intento de llevarla a cabo, se traducirá de modo inevitable en una conciencia desgraciada o insatisfecha ("llora, niño, llora"), pero también acusatoria y espía ("y con un dedo señalará sus orígenes / acusándonos a todos de sangre fría, / mirada esquiva"), que llevará a nuestro protagonista a emprender constantes huidas, éxodos o fugas. Contundente a este respecto me parece el precioso final del mencionado poema: "juega con el doble que te anega, que se burla, / [...] que al pasar de los años / te despertarás abrazado, / obligado a espiar desde el espejo en que te aseas, / los movimientos agónicos bajo las sábanas / en tu mismo lado / a su otro lado de la cama" (p.26).
Junto a esta conciencia desdichada, el otro rostro o perfil con el que comparece aquel yo inocente y anhelado en el yo real, viene sugerido por el título del poemario y tiene que ver con una forma peculiar de sensibilidad que sella de algún modo, como indeleble impronta, el destino del protagonista de esa búsqueda incesante: es el rostro del silencio, de ese silencio que se aprende para siempre en el "cuarto oscuro" en el que, sin puerta de separación del exterior, se escucha el vivo y suave latir del mundo entero (p.59); el mismo que luego permite contemplar en desde el "balcón" el vano bullir de la historia y de los seres humanos en ella (p.70). En definitiva, es un silencio secreto u oculto del alma que se erige en suelo nutricio de una mirada distante frente al mundo y a la multitud y a la vez en refugio contra el ruido de fondo de la ciudad y de la masa que la habita.
El tema nuclear de La soledad tras el ruido de fondo no concluye, sin embargo, aquí, no se agota con el relato del errar irremediable y desgraciado al que condena el desdoblamiento originario del yo.
El motivo romántico del viaje y de la búsqueda de la verdad ideal de sí se revela, no obstante, al final del poemario como la peripecia dramática de un camino de aprendizaje vital que conduce a la aceptación realista, no exenta de incertidumbre, de la finitud de uno mismo. Esto es lo que da a entender la "Coda" con la que en este poemario se cierran las diversas experiencias de decepción errante. Allí la identidad parece resolverse en ese yo escarmentado y tardío, que, por fin, cree reconocerse "con sus sombras y sus luces" (p.77) en el yo reflejado en el espejo.
Aclarado el tema general, es preciso decir algo acerca del modo como se desarrolla a lo largo del libro. En este sentido parece bastante claro que la búsqueda de identidad soñada se despliega en tres direcciones, que suelen entrelazarse en las cuatro partes o secciones que lo componen, si bien en cada una de ellas adquiere más peso una de las tres figuras en las que se concreta ese tú anhelado, y cuya búsqueda se presenta como una nueva huida o salida ante la experiencia decepcionante de la precedente.
Así, en la primera parte se persigue sobre todo el alter ego ideal en el amor; en la segunda, en cambio, se busca la identidad en los otros, en la sociedad a través del encuentro con la agitada existencia del mundo urbano; y, por último, a partir de la tercera cobra protagonismo el ansia de identidad con el paso del tiempo y de la vida. El desencuentro amoroso; la falsedad, artificiosidad y vacío de una ciudad deshumanizada por la agitación, el desbordamiento vital y la cultura de la apariencia; y la fugacidad del tiempo, que reduce a escombros, fragmentos y olvido -y a muerte- toda obra o legado (véase "Camino largo lento"), son las experiencias de desencanto creciente que jalonan las fugas y el consiguiente aprendizaje de la finitud en el sujeto lírico de este poemario.
Por lo que atañe al tratamiento poético de este tema tan vivo y existencial, salta a la vista el empleo de una escritura rayana en ocasiones en el irracionalismo, más en unos poemas que en otros, desplegada en forma de monólogos, descripciones panorámicas y falsos diálogos (con un tú o un yo imaginario).
Mediante estas técnicas literarias el poeta logra ciertamente sugerir -y el lector llega a sentirlo con frecuencia- el estado de ánimo de quiebra, desorientación, vacío, confusión o ansiedad del propio protagonista lírico del poemario gracias a la proliferación de repeticiones, paralelismos y otras figuras rítmicas similares, pero sobre todo debido a la acumulación casi autogenésica de imágenes a modo de pinceladas impresionistas, algunas claramente surrealistas ("el cemento se levanta tantos metros sobre el mar / que del vértigo no sube la brisa" -p.46).
Desde mi particular punto de vista, quizás habría ayudado a mejorar la intensidad emotiva y el reconocimiento del lector en algunos poemas -solo en algunos- algo más de control racional sobre ese flujo de conciencia que atemperara y limara la efusividad expresiva o limitara el exceso a veces de lenguaje privado y claves imaginativas propias, derivados del asociacionismo casi inmediato.
Para terminar, y a modo de muestra sugestiva que pueda animar al lector a sumergirse en este libro, quisiera entresacar algunos de los hallazgos poéticos y versos prodigiosos que abundan en él. Como ejemplos elocuentes de las imágenes ligadas al sentido de la vista que predominan en el poemario, pueden valer la de este verso, que tan atinadamente recoge la huella panorámica fugaz del tráfago diario al final de un día: "a mil olvidos por mirada" (p.44); o, de manera similar, la de este otro, que registra nuestra memoria del paso del tiempo en la visión de los demás: "nacido y muerto cien veces en cien ojos piadosos" (p.57). Como testimonio del tono meditativo que complementa los frecuentes encadenamientos de imágenes pueden servir estos magníficos versos, ante los que no puede quedar indiferente sensibilidad alguna: "que los sentidos son para el pasado / nuestros candeleros en la noche oscura, / y las palabras, / al igual que el sol a la tierra, / las que de necesidad nos queman" (p.51).
Maximiliano Hernández MarcosAlejandro López Pomares (Orihuela, España, 1983) es escritor, poeta, profesor e investigador. Licenciado en Antropología Social y Cultural y en Biología, gestor del patrimonio cultural, natural, artístico e histórico. Autor de la novela La mirada perdida (Celesta, España, 2017) y del poemario La soledad tras el ruido de fondo (Ars Poetica, España, 2019). Es editor y redactor de la revista literaria digital La ninfa Eco. Ha desarrollado los proyectos digitales Instrucciones para una obra de arte y Un pueblo bot a bot, ambos en Twitter.
Incluido en la antología 'Encuentros con la poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. 27 poetas' (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2019).
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