Revista Cine

Alfred Hitchcock presenta: Náufragos (1944)

Publicado el 23 enero 2013 por 39escalones

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Como parte de la sociedad norteamericana y occidental, Hollywood contribuyó directamente al esfuerzo de guerra, bien enrolándose en las mismas filas de los distintos ejércitos aliados participantes, bien con producciones destinadas al mantenimiento de la moral de los combatientes o de la sociedad civil, así como en la difusión propagandística del papel de los Estados Unidos y sus aliados en la Segunda Guerra Mundial a través de gran cantidad de documentales y de producciones de ficción enmarcados en pleno conflicto. Si directores como Frank Capra o John Ford, entre otros (William Wyler, John Sturges…), filmaron directamente episodios bélicos desde el mismo teatro de operaciones o desde el interior de las filas norteamericanas para mostrar su trabajo y su dedicación al público, otros como Alfred Hitchcock, británico afincado en América que deseaba hacer algo para destacar el papel de los británicos de Hollywood entre quienes dedicaban dinero, tiempo y medios a apoyar la causa aliada, dirigieron un incontable número de trabajos de ficción destinados a difundir o a ejemplificar entre el público el heroico comportamiento de los soldados aliados, los mensajes propagandísticos deliberadamente diseñados por el gobierno o, en menor proporción, discursos antibelicistas y apaciguadores. Hitchcock dirigió los cortometrajes Bon voyage (1944), la historia de un piloto británico derribado en Francia y apresado por los alemanes que consigue fugarse y llegar a su país gracias a la Resistencia, y Aventura malgache (1944), que estudia la duplicidad del caso francés a través de la historia de un patriota francés de Madagascar que revela secretos a su amante, que es colaboradora del gobierno proalemán de Vichy. La gran obra de Hitchcock dentro de esta corriente es su magistral Náufragos (Lifeboat, 1944), todo un prodigio.

La película comienza por un punto de lo más álgido: la chimenea de un barco de gran tonelaje que queda sumergida bajo las aguas acompañada de la atronadora música de Hugo Friedhofer. Inmediatamente después, entre las brumas provocadas por la humareda de las explosiones y la neblina propia de las primeras horas, asistimos al espectáculo de la superviviencia, de cómo quienes han tenido la suerte de escapar del hundimiento van reencontrándose a bordo de un maltrecho bote en el que se disponen a aguardar un incierto rescate mientras revelan al espectador las razones de su mala fortuna: un submarino alemán ha torpedeado el barco en el que viajaban desde Estados Unidos al Reino Unido, pero el naufragio se ha llevado a las dos naves por delante. En el grupo, un poquito de todo: Connie Porter (la gran Tallulah Bankhead, toda una leyenda sexual del Hollywood dorado, inagotable en sus actividades de tocador, tanto con hombre como, según dicen, como con mujeres, incluso mezclados), la frívola, lenguaraz y sarcástica cronista que espera sacar todo el provecho posible de la guerra para escribir sus historias; Kovac (John Hodiak), el maquinista profesional, un americano de origen checo que se ha forjado a sí mismo desde la miseria de la inmigración; el multimillonario Charles Rittenhouse (Henry Hull), entre cuyos negocios está la construcción de material bélico; la dulce Alice (Mary Anderson), enfermera militar; el campechano Gus (William Bendix), profesional de los concursos de baile junto a su novia que trabajaba como empleado del barco y que cambió su apellido original -Schmidt- por Smith; Stanley Garett (el actor, director y guionista Hume Cronyn), un poco hombre para todo, ingenuo y bonachón, navegante más o menos aficionado; el camarero George ‘Joe’ Spencer (Canada Lee); Mrs. Higgins (Heather Angel), que llega al bote rescatada junto con su bebé cogido en brazos… y un invitado inesperado: Willy (Walter Slezak), uno de los marineros del submarino alemán hundido junto con el barco…

En Hitchcock nunca es nada de lo que parece a simple vista, y con un grupo de personas encerradas, paradójicamente, en mar abierto, esta verdad es más visible que nunca. La película combina el absorbente drama de su situación (la supervivencia directa: víveres, agua, navegación hacia las Bermudas, el lugar que suponen más cercano de entre los territorios aliados -pertenecía por entonces al Imperio Británico) con un apasionante estudio de personajes (las grandezas, miedos y miserias de cada uno de ellos: así descubriremos el verdadero origen social de Connie, la verdadera personalidad de Willy, la fragilidad emocional de Alice, la frustración de Gus, el pasado como ratero de George, la pasión callada de Stanley, el trágico desenlace de Mrs. Higgins, el rencor contra todos y todo de Kovac, la conciencia de clase de Rittenhouse…) que pone de manifiesto sus contradicciones, debilidades y grandezas, y, por supuesto, con una intriga típicamente hitchcockiana magníficamente presentada desde sus detalles más nimios (la extraordinariamente ingeniosa forma en la que el director resuelve la difícil cuestión de su habitual cameo, con una sorda y sangrante broma hacia sí mismo además) hasta la fenomenal forma de tratar la cuestión principal de la trama: ¿debe consentir la tripulación del bote que el alemán, el único que sabe algo de navegación, rumbos, corrientes, orientación en el mar, etc., etc., dirija la singladura con el peligro de poder llevarles hacia la dirección contraria del territorio aliado? ¿Es tan buena gente como parece u oculta algo? ¿Qué le hace mirar de vez en cuando algo que lleva en el bolsillo?Alfred Hitchcock, como de costumbre, trata la película desde varios puntos de interés. El primero, el argumento como tal, es decir, el experimento que supone introducir en un espacio físico a diez personas de diferentes procedencias y caracteres para que interactúen y, a través de sus relaciones, ofrecer al espectador distintas variantes del comportamiento humano, desde las más sublimes a las más ruines, a veces provenientes incluso de la misma persona, seres contradictorios y egoístas como todos los humanos que, en determinadas situaciones y condiciones, pueden ser también ejemplos de honradez, heroísmo o integridad, o sucumbir a las debilidades más impensables y terribles por pura irracionalidad o por mero interés particular. Esta forma de aproximarse a los personajes le sirve a Hitchcock para maniestar diferentes formas de acercarse a la naturaleza del conflicto, desde el belicismo más extremo, que incluye el asesinato del alemán como el enemigo que es, y también como venganza por el hundimiento del barco, hasta la moderación de quienes anteponen los ideales de justicia y democracia que defienden los aliados en la guerra frente al fascismo, y que por tanto lo consideran un prisionero de guerra que debe ser custodiado y entregado a las autoridades en la primera ocasión que tengan, así como el buenismo o la ingenuidad, brutalmente desmentida por las circunstancias, que consideran al pobre Willy otra víctima de las circunstancias que debe ser tratada en régimen de igualdad con el resto de damnificados. Estas posiciones no son uniformes e inequívocas, sino que van alterándose, migrando de personaje en personaje, matizándose e incluso haciéndose más radicales (lo mismo pasamos del tono conciliador o comprensivo con el adversario a las apelaciones al combate y la destrucción total del enemigo cruel y vil que no merece la consideración de ser humano) según las distintas circunstancias puntuales que se atraviesan. Esta evolución, positiva, aunque con matices, en los personajes provenientes de países aliados, se torna ambigua, intrigante, plena de suspense y finalmente pesimista en lo que al personaje de Willy atañe, en el que se encarna la naturaleza de lo alemán que las afirmaciones de la propaganda y los mensajes para el mantenimiento de la motivación de las tropas y del frente doméstico necesitan, y cuyo colofón viene expresado en el discurso final de Connie, en el llamamiento que realiza justo antes de la aparición de los créditos finales.

Pero para Hitchcock la película supuso, antes que cualquier otra cosa, un desafío técnico. La necesaria concentración de la trama en un bote salvavidas en medio del Océano Atlántico (historia de John Steinbeck convertida en guión por Jo Swerling) y la imposibilidad material de efectuar el rodaje en las mismas circunstancias obligó al estudio a construir un gigantesco depósito de agua en el que situar el bote y a sus integrantes, en el que eran sometidos, con gran disgusto, esfuerzo y tolerancia por su parte, a todas las inclemencias recreadas dentro del estudio, la agitación de la solas, las tempestades, continuas mojadinas, etc., etc., así como a la emulación que los distintos comportamientos del mar debía generar en los movimientos del bote. Algunas de las secuencias resultan no obstante de lo más realistas (no así el proverbial y chapucero uso de las famosas transparencias), y permiten creer verosímilmente que se han filmado en pleno mar abierto. A pesar de los inconvenientes prácticos, Hitchcock se apunta algunas tomas de gran mérito, tanto técnico como narrativo. Como en todo lugar “cerrado” y único en el que transcurre la acción de un largometraje, Hitchcock compartimenta visualmente el escenario de manera excepcional, fragmentándolo, creando la ilusión en el espectador de continuos cambios de localización que no son tales, contribuyendo así al dinamismo en la acción y a un ritmo en continua progresión a pesar de tratarse de una historia más bien estática. En este aspecto, el bombardeo final resulta extraordinario. Por otro lado, en cuanto a lo puramente narrativo, algunos instantes poseen enorme valor dramático, mientras que otros, por su tremenda brutalidad, especialmente el acto final que protagoniza el náufrago alemán, poseen una ambivalente carga argumental, puesto que vuelve a establecer una teórica igualdad entre los seres humanos, también en sus aspectos más crueles y detestables, a pesar de la grandilocuencia de ciertos discursos y actitudes impostados, y también de los elevados motivos que pueden mover a los ciudadanos a una guerra por la supervivencia de unos valores superiores y compartidos por la mayoría.

Náufragos es una obra maestra tanto en su variante técnica, la explotación de un escenario reducido al mínimo, como en su plano argumental, aplicable a cualquier otro conflicto o situación límite en el que se muestra con total y elocuente sinceridad la auténtica naturaleza de los seres humanos, para bien y, sobre todo, para mal.


Alfred Hitchcock presenta: Náufragos (1944)

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