Alfred Krupp fue un industrial alemán cuyo imperio, el más sólido del siglo XIX, guarda un cierto paralelismo con el destino de Europa: Alfred Krupp desarrolló su poderoso imperio industrial al amparo del crecimiento experimentado por la Europa de su tiempo.
El gran descalabro que fue para todos la Primera Guerra Mundial no pudo evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, auténtica liquidación de la supremacía europea y, junto con ésta, la de los Krupp.
Acontecimientos importantes en la vida de Alfred Krupp
1814 Nace en Essen.
1828 Se hace cargo de la fragua paterna.
1850 Sus productos causan sensación en la Exposición Universal de Londres.
1854 Nace su primogénito Friedrich Alfred
1886 Nace su nieta Bertha, último descendiente directo de Krupp.
1887 Muere en Essen.
La saga de la familia Krupp —que inspiró en gran parte a Thomas Mann a la hora de escribir Los Budenbrook y a Luchino Visconti al realizar La caída de los dioses— se inició en 1828 cuando Alfred Krupp, nacido en Essen en 1814, tuvo que hacerse cargo con catorce años de edad de la fragua de su padre. El negocio apenas si daba empleo a media docena de personas, pero aparte de un prodigioso talento para los negocios, Alfred Krupp heredó de su padre el secreto de la fabricación de un acero especial que resultó ser excelente para las aplicaciones militares. En 1850 Krupp asombró al mundo enviando a la Exposición Universal de Londres un lingote de varias toneladas de peso fundido en una sola colada. El ferrocarril, por aquel entonces considerado como el símbolo del poderío industrial de una nación, fue una de las bases de la asombrosa expansión experimentada por Krupp en apenas veinticinco años de actividad Su otra fuente principal de ingresos fueron las guerras, y más concretamente el conflicto franco-alemán de 1870, en el que, gracias a su superioridad tecnológica, el ejército alemán cercó y derrotó al ejército francés con Napoleón III a la cabeza. En el momento muerte, ocurrida en 1887 en su Essen natal, Alfred Krupp daba trabajo directamente a 20.000 personas e indirectamente a muchos millares más, ya que de forma más o menos oficial controlaba minas de carbón y hierro, fundiciones y fábricas de armamento en los principales países industriales europeos. De entonces data la acusación, posteriormente convertida en maldición por la imaginación popular, de que fueran quienes fuesen los combatientes, como los Krupp eran los dueños de las armas que disparaban a uno y otro lado de la trinchera, ellos se beneficiaban siempre. Esta circunstancia alcanzó tintes de escándalo al término de la Primera Guerra Mundial, pues a la hora de acordar las reparaciones por daños bélicos, la empresa británica Vickers tuvo que pagar a los Krupp primero por los daños causados en las factorías de éstos y segundo porque las armas que causaron esos daños a los Krupp fueron construidas por Vickers bajo licencia de aquéllos.
Curiosamente, y desde un punto de vista estrictamente jurídico, la saga de los Krupp acabó en 1902 con la muerte del primogénito de la familia, Friedrich Alfred, nacido en Essen en 1854. Trabajando a las órdenes directas de su padre, Friedrich Alfred no sólo logró duplicar el volumen de negocios de la familia, sino que aun diversificó sus actividades mediante la compra, en 1902, de unos gigantescos astilleros en Kiel, en donde se fabricaban aproximadamente la mitad de los barcos alemanes. Pero Friedrich Alfred se suicidaría ese mismo año debido a un escándalo periodístico (fue acusado de participar en orgías homosexuales), dejando a sus empresas en situación muy delicada, ya que su única hija y heredera, Bertha, contaba tan sólo dieciséis años de edad. Gracias a la intervención personal del káiser Guillermo II, Bertha Krupp se casó en 1906 con el barón Gustav von Bohlen und Halbach, un diplomático nacido en La Haya en 1870 y que, gracias de nuevo a la intervención personal de Guillermo II, pudo anteponer el apellido Krupp a los suyos.
Esa circunstancia volvió a repetirse con el hijo de Gustav y Bertha, Alfried, nacido en Essen en 1907 con los apellidos legales de su padre, Bohlen und Halbach, pero que gracias a la intervención de Hitler pudo anteponer el apellido Krupp a los paternos. Tanto Gustav Krupp como su hijo Alfried tuvieron una destacada intervención en las dos guerras mundiales. Gustav tuvo la gentileza de bautizar con el nombre de su esposa Bertha el monstruoso cañón de 42 centímetros de diámetro que tantos estragos causaría en Verdún, pero que no debe confundirse con otro cañón igualmente monstruoso y capaz de bombardear París desde más de cien kilómetros de distancia. Ante las graves muestras de senilidad que venía dando Gustav, su hijo Alfried (que había ingresado en 1938 en el Partido Nacionalsocialista) le sustituyó en 1943 al frente del conglomerado de empresas Krupp.
Y aparte de poner todo su poderío al servicio de Hitler, lo hizo con tanto celo y provecho que en Nuremberg fue condenado a doce años de cárcel por haber utilizado como mano de obra esclava a los judíos encerrados en los campos de concentración. En 1951 logró ser amnistiado, y aunque dos años más tarde el mando aliado le obligó a poner a la venta el 75 % de sus empresas, éstas volvieron a sus manos por falta de comprador. Su hijo Arndt renunció en 1966 a sus derechos sobre un imperio valorado en mil millones de dólares y, a cambio de una pensión anual de medio millón de dólares, renunció incluso a su apellido. Casi coincidiendo con la muerte de Alfried, en 1967, la Krupp sería nacionalizada, pasando al sector público de la economía.