Revista Arte
ALFRED SISLEY.
(París, 1839 - Moret-sur-Loing, Francia, 1899) Pintor impresionista francés cuya obra, poco apreciada en su tiempo, ha ganado en reconocimiento con el paso de los años. Se formó en el estudio de Gleyre, donde conoció a Monet, Renoir y Bazille, con los que integró el grupo de los impresionistas. Nunca alcanzó, sin embargo, el renombre de la mayor parte de sus compañeros de tendencia, y vivió en la miseria cuando dejó de recibir la ayuda económica de su acaudalada familia, la cual cesó a raíz del hundimiento del negocio familiar en 1871. A partir de 1880 residió en Moret-sur-Loing, y la mayor parte de sus obras fueron vistas de la localidad, de composición monumental y gran sensibilidad tonal. Cultivó en exclusiva el paisaje, en el cual incluyó a veces figuras humanas, y empleó una gama de color más restringida que la característica de otros impresionistas.
Perteneciente a una familia de financieros británicos afincada en Francia, abandonó sus estudios comerciales en Londres para ingresar como aficionado en el estudio parisiense de Charles Gleyre, donde conoció a los pioneros del impresionismo Pierre-Auguste Renoir y Claude Monet. Sus primeras obras, que acusaban la perceptible influencia del paisajista francés Camille Corot, reflejaron su predilección por la pintura al aire libre y una paulatina evolución de su paleta hacia las tonalidades claras características de su madurez.
La quiebra económica familiar producida por la guerra franco-prusiana de 1870 decidió a Sisley a dedicarse profesionalmente a la pintura. Durante los años siguientes llevó una vida de gran penuria en diversas villas de los alrededores de París, parajes que representó con especial atención a los efectos cambiantes de la luz y del agua en lienzos como La esclusa de Bougival (1873) y Nieve en Louveciennes (1878).
Un ejemplo muy característico de este momento de su obra es el lienzo Pueblo a la orilla del Sena (1872). El paisaje representado es muy sencillo: en primer plano se encuentra la orilla, sombreada por árboles jóvenes en cuyas hojas, lo mismo que en el sendero que pasa por la margen contraria, juegan los destellos del sol, unas veces muy brillantes, otras suaves y apagados. El río parece un espejo transparente y extraordinariamente azul por el reflejo del cielo. En la verde orilla opuesta se extiende una vista parcial del pequeño pueblo de Villeneuve-la-Garenne. Sus casitas de dos pisos se muestran particularmente limpias y adornadas en un día de brillante sol.
Contemplando el cuadro parece que puede sentirse el ligero vientecillo, el sosiego, el silencio y la tranquilidad de este pequeño rincón rural; tal es el arte de Alfred Sisley en su capacidad para transmitir sensaciones. Aunque Sisley es impresionista, en este trabajo (y también en otros) se siente más su lazo con la tradición del arte francés. En esta obra, por ejemplo, se conserva el principio de la composición entre bastidores, que se remonta a las fórmulas del arte clásico. Sin embargo, en todo lo demás, es decir, en la manera de pintar y en el dominio magistral de las leyes de la transmisión de la luminosidad del aire, el pintor es un impresionista perfecto.
Ante la escasa repercusión obtenida por sus cuadros en las primeras exposiciones impresionistas, se retiró en 1880 a la pequeña localidad de Moret-sur-Loing, en la que pasó el resto de sus días. Este último período estuvo marcado por la afirmación de un estilo cada vez más personal, que si bien revelaba afinidades con las concepciones pictóricas de Monet y Camille Pissarro, se distinguía de ellas por la suave armonía del color y un sentido casi arquitectónico de la composición, como se aprecia en obras como Iglesia de Moret (1893).
Muestra representativa de ese rumbo más personal es el bello y expresivo lienzo Día ventoso en Veneux (1882), que, en contraposición con los paisajes claros y soleados de la mayor parte de la creación impresionista, refleja un paisaje sombrío, propio del otoño. La naturaleza está en completo movimiento: un viento fuerte en un lugar campestre arranca despiadadamente las ramas deshojadas de los árboles; se siente la resistencia de los troncos mutilados por las rachas de la tempestad. El cielo también está bajo el poder del fuerte soplo; con admirable técnica, Sisley nos lo muestra encapotado y lleno de nubes que se mueven velozmente, pintadas con un estilo próximo al puntillismo, pero con grandes pinceladas, en donde alternan colores blancos, grises y azules. La forma de tratar los árboles y el cielo descubre, de un modo sumamente convincente, el tema fundamental del trabajo: el viento. La fuerza del colorido parece depender totalmente de la oscilación constante de la luz, la cual emerge entre las nubes en constante movimiento.