Me guardo una constante “X” mediante la sencilla operación de trazarla con un dedo sobre la piel de tu espalda. Luego he de multiplicar su valor dependiendo del ángulo de la luz que procede de la ventana y que juega a hacer sombras de tus curvas. Divido el tiempo en pequeñas sumas a+b, donde “a” es lo que tardo en deslizar tu pelo entre mis dedos y “b” se convierte en lo que tardas en mover ligeramente tu cabeza hacia atrás para sentir mejor mi mano.
He de resolver la ecuación planteada por tus piernas, desde el juego con los dedos de tus pies mientras Gene Kelly usa las suyas en la Sesión de Tarde que echan por la uno. Puede que ayude despejar la incógnita de trasladar mis manos de abajo arriba por tu piel, por un lado o el contrario, distintos finales para deseos iguales. Dame tú el valor de “y” mientras te sientas haciendo el tiempo lento mostrándome la “x”.
Estoy interesado en fórmulas para el cálculo de cuanto deseo pueden llevar tus labios entreabiertos. Se me hace difícil no cerrar los ojos y hacer un sueño al besarte, con lo que debo enumerar intentos una y otra vez para descifrar un valor que luego guardaré, entre papeles con versos a medias escritos, para que puedan hacer la rima consonante entre donde terminan tus besos y el comienzo de los míos. Y si lo encuentro, no valdrá, y tendré que empezar otra vez desde el principio.
Álgebra en tus ojos, en tu cuerpo, en tus deseos tan aritméticamente iguales a los míos. O química o física, o literatura castellana. Que más da la asignatura si lo que me importa es el papel donde la aprendo y me la enseñas.