Revista Libros
Diego Ropero-Regidor.Algo dicen los árboles.La Isla de Siltolá. Sevilla, 2016
De pronto algo se movió en la tierra. / Algo dicen los árboles en la penumbra.
Esa cita del turco Nazim Hikmet, uno de los grandes poetas del siglo XX, encabeza la primera de las cinco secciones de Algo dicen los árboles, el libro que Diego Ropero-Regidor publica en la colección Tierra de La Isla de Siltolá.
Como esa, las otras cuatro partes del libro van introducidas por citas de Pessoa, de Juan Ramón, del Qumrán y de Milosz. Citas que tienen en los árboles, reales y metafóricos a la vez, su eje de referencia como objeto de contemplación y de reflexión.
Los poemas en prosa que lo integran evocan la complicidad del árbol como interlocutor, como confidente de la meditación del poeta sobre el paso del tiempo. En sus raíces y sus troncos, en sus ramas y sus hojas se lee la coexistencia del pasado y el presente, una de las líneas vertebrales de Algo dicen los árboles, en cuyos textos conviven también la contemplación del presente y la evocación del pasado.
Se suceden aquí la vida y la memoria, el cansancio y la eternidad, el rostro inexpresivo de un ahogado y los barcos que navegan a la deriva, las señales de nieve en la tormenta perfecta del futuro y un cazador de insectos, la nostalgia de la niñez y los paisajes -monte y marisma- de Moguer, la evocación del mundo clásico y la contenida expresión amorosa desde una mirada que fusiona lo exterior y lo interior en la palabra del poeta, convertida en lugar de encuentro del yo y el mundo.
No sólo el pasado y el presente, lo exterior y lo interior, también el tiempo y el espacio se funden en este libro, de manera que el espacio se transmuta en tiempo, en cambio de escenario en el que persiste una luz intenmporal y además, si no el agua, la memoria del agua y su arquitectura en los molinos de mareas o en las norias. La memoria del agua sanadora que bebía Séneca o la que añora el expatriado andalusí Abdallah al-Mogauir. O la memoria del fuego en las cenizas.
Los textos de Algo dicen los árboles son la expresión de un alma en vilo para quien la vida es “una babel que rumia por los callejones y no precisa de llamador para hacerse notar entre la muchedumbre.”
Porque no sólo de árboles -esos árboles a los que oyó hablar Juan Ramón- están hechas estas páginas en las que los cuatro elementos clásicos -agua, aire, fuego y tierra- mantienen una evidente relación con los árboles en medio de un mundo sin dioses en el que "estamos definitivamente solos."
Y tras el penúltimo autorretrato de Todo lo que soy, cierra el libro la confesional Coda Me superan los árboles:
Estoy viviendo -dicen- la tragedia de los dioses
cuyos nombres se apelmazan,
como las cenizas, en una urna funeraria.
Me superan los árboles; junto al lecho de mi madre,
fiel a su corriente decantada que busca el mar,
yacen los pecios de todas las batallas.
Porque vivir es una declaración de intenciones,
preludio de un sol decapitado
cuando remo a contracorriente
separando el magma de la hojarasca,
hasta caer vencido por el sueño.
Santos Domínguez