Revista Cultura y Ocio

Algo más que ciento cuarenta caracteres.

Publicado el 17 abril 2013 por Casoledo
Me apetecía recopilar y divulgar en papel una selección bastante amplia de las reseñas y otras entradas del blog, dejando fuera únicamente aquellas más mediatizadas por la actualidad del momento en que fueron escritas. Estás disponibles en los enlaces que incluyo al final de este post, en el que reproduzco los prólogos de los dos volúmenes en que se ha concretado el proyecto. Llevan por título "La terquedad del salmón. Diario de Ventura. Tomo primero, 2008-2012". El primero de ellos ("Leo y escribo") es el que se ocupa de la literatura, y el segundo ("Pop, peludos, otras artes, otras cosas") es misceláneo.  Prólogo al primer volumen: 'Algo más que ciento cuarenta caracteres'.
¿Para qué escribir un blog? ¿Por qué hacerlo cuando hay cientos o miles de ellos? ¿A quién dirigirse, y qué esperar? Parto de una realidad no siempre reconocida por los autores: la escritura es un acto de comunicación. Desconfío de quien afirma que lo hace para sí mismo, y que nada le importa el hecho de que pueda haber alguien al otro lado. Semejante pose artística suele venir asociada, paradójicamente, a una posición destacada en el panorama literario, y a menudo se expresa en sofisticadas entrevistas en habitaciones de hotel, donde el autor se ocupa de promocionar comercialmente un libro dirigido a ¿nadie?, o en revistas de culto casi secretas y en ese casi se encuentra la clave: nunca del todo secretas, o no lo suficiente para que el ego del autor deje de estar implicado
Y así las cosas, qué sentido tiene asomarse a un espacio multitudinario, frecuentemente caótico, y trepidante hasta el punto de consolidar un nuevo paradigma relacional y cognitivo: los ciento cuarenta caracteres de twitter, en los que incluso sobra la mitad por mor de las abreviaturas y demás signos de amputación idiomática. La pregunta que debe hacerse hoy día el escritor que divulgue su trabajo en la red es tan sencilla como trágica: ¿queda aún gente que pueda leer un texto reflexivo de cuatro o cinco folios? El propio mercado de las telecomunicaciones nos ha convencido de que la respuesta es no, y de que, incluso, pretender que sea lo contrario responde a una postura arcaica y renuente a los cambios. Ya no hay tiempo para deternerse a leer, se nos dice, la sociedad zapping exige que pasemos frenéticamente de una fuente de información a otra, y que a duras penas aprehendamos la infinidad mensajes que por diversos canales se nos ofrecen. Por otro lado, se habla de la muerte del texto escrito, y del lenguaje como medio de elaboración del pensamiento, en favor de las posibilidades multimedia que permite la tecnología.
Los debates a este respecto son interminables. Pero lo cierto es que cada día millones de personas dedican parte de su tiempo a la lectura de novelas, poesía y ensayos, revistas y blogs, y que una modesta bitácora de crítica cultural y reflexión personal como “Una apartamento en Ventura” ha encontrado un pequeño hueco en ese territorio inmenso. Los libros son, ahora más que nunca, refugios silenciosos donde nos ponemos a cubierto de una realidad crecientemente invasiva. Nunca como ahora tenemos tantas posibilidades a nuestro alcance, y nunca tampoco se encuentran tan delimitadas y coartadas por técnicas de marketing, que a veces son vulgarmente evidentes y otras adoptan una apariencia amable, falsamente espontánea o viral.
De ahí que más allá del aparato teórico, las profecías y las discusiones públicas convenientemente subvencionadas –a saber si existirían si dependiesen únicamente del dinero, tiempo y esfuerzo de los próceres culturales-, la realidad, la verdad única se encuentra en esa persona que en su lugar favorito de la habitación, o en el metro, o en la playa o en un bosque, abre un libro o enciende su e-boook, y lee.
El vicio de la lectura fue mi predilecto desde niño. Por entonces eran tebeos e historias ilustradas, que más adelante se convirtieron en novelas gracias a una concreta que puedo recordar bien: “El hombre invisible”, de H. G. Wells. Han pasado muchos años y continúo enredado en ese mundo paralelo al llamado real y donde he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida. Llegada la mediana edad uno tiene la sensación de deberle a la literatura mucho más de lo que puede ofrecerle —tal vez mis propios libros, y esa amplia biblioteca que he ido conformando a lo largo de decenios y que algún día estará a disposición de los lectores—, y contempla con estupor el hecho de que muchas personas excluyan, en su día a día, un placer semejante.
Leer es una experiencia estética, nos conecta con el pensamiento de otros seres humanos —la mayoría provenientes del pasado—, y con las estructuras sociales que nos articulan; desarrolla nuestra habilidad para manejar esa herramienta compleja y sutil que es el lenguaje, la más connatural sin duda a la condición humana; permite que abramos la mente a la diversidad e indaguemos con profundidad en las grandes cuestiones que nos afectan; proporciona un entretenimiento de particular calidad y duración, y de carácter activo, pues nos fuerza a ejercitar la imaginación para completar lo que no se ve en lo escrito. ¿Merece la pena de veras que prescindamos de ello porque así lo dicten las multinacionales, esas que tratan de convencernos de que lo mejor es comunicarse en símbolos o un puñado de caracteres —es decir, retroceder varios siglos en aras de la modernidad—, y que sólo la narrativa audiovisual resulta pertienente en estos tiempos?
Cualquiera que sea la respuesta, lo cierto que es por ahí, entre la hojarasca tecnológica y la frondosidad de las agresivas campañas comerciales relativas al ocio, continúan vagando en las sombras esos seres de ninguna parte desde luego no de este tiempo llamados lectores/as. A ellos y ellas va dirigido este “apartamento en Ventura” que, como no podía ser de otro modo, aparece ahora en forma de libro. A fin de cuentas el medio importa mucho menos que el contenido, y siempre me he planteado el blog como uno de esos volúmenes que se pueden abrir por cualquier parte, lo que es buen ejemplo de la inutilidad de ciertas discusiones: es claro que se accede más rápidamente a la lectura a través de las etiquetas o el listado de archivos, basta un toque en el nombre de un autor reseñado para acceder a todo cuanto haya escrito sobre él. Pero también hay otra manera de acercarse a un texto, más lenta y azarosa, consistente en tomarlo entre las manos y empezar a recorrerlo con una curiosidad distante que, si la obra lo merece, se convertirá en interés.
Es por ello que estos volúmenes recopilatorios de determinadas reseñas y posts del blog prescrinden de fechas, glosarios, índices o cualesquiera otros atajos a los escritos, así como de la reproducción de las imágenes y vídeos a las que en ocasiones se refieren los escritos. Nada mejor para moverse con velocidad que el hipertexto, pero nada comparable a la errabundia del libro (en papel) misceláneo. De eso se trata.
Los dos libros, y los que vengan, llevarán por título “La terquedad del salmón”, tomado de una entrada que hablaba del curioso empeño de seguir escribiendo. La reproduzco:
Hay algo hermoso en su batalla contra la espuma que lo bate, los guijarros que lo golpean, la pendiente que desafía su salto. Aparece vigoroso a dos palmos del agua y deja que lo veamos, luego se hunde y sigue nadando. Hasta que un gancho se introduce en su boca, y tira y desgarra y duele, y lo aparta de su destino. Hoy he pensado en ese salmón capturado y expuesto en una vitrina, antes de ser despedazado y engullido. Muchos llegan, muchos otros fracasan. Como todos ellos, trato de permanecer alejado del anzuelo. Miro hacia adelante y aleteo. Algo me espera allí arriba, donde nace el río.
Pero también están subtitulados como “Diario de Ventura”, y es que el blog tiene mucho de diario, no tanto personal a la manera en que suelen entenderse tales —salgo, entro, me quieren, no me quieren, me gusta, no me gusta— cuanto de lecturas, visionados y escuchas, formas de vivir a fin de cuentas. En el primer tomo, “Leo y escribo” se da cuenta de una batalla: la de encontrar tiempo entre el trabajo y las exigencias y tentaciones contemporáneas para dedicarle a los libros, a los leídos y a los creados por uno mismo con mayor o menor fortuna. Como toda batalla, se encuentra llena de victorias (cada tomo completado) y derrotas (planes frustrados, malas elecciones…).   Algo más que ciento cuarenta caracteres.  Prólogo al segundo volumen: El segundo libro que recopila entradas del blog se ocupa de las dedicadas a la música, el cine, las exposiciones, etc., además del caótico cajón misceláneo que parece propio de cualquier bitácora. De entre tales ámbitos temáticos destaca, por su extensión, el primero de ellos: la música pop ha constituido una auténtica “banda sonora” de mi vida en un sentido mucho más literal de lo que puedan indicar las campañas publicitarias que utilizan ese lema. Ciertas épocas, edades, vivencias y lugares aparecen asociados de tal forma a concretos discos que me basta escucharlos para sufrir un arrastre proustiano en ocasiones nostálgico, a veces doloroso, siempre emocionante. Sonaba el pop cuando fui feliz, cuando me sentí angustiado, cuando conocí a personas importantes en mi pequeña historia; mientras leía o escribía, en momentos de euforia loca o de un abatimiento que parecía insuperable; sigue sonando mientras trabajo o paso con mi perrita; me ayuda a concentrarme o a desconectar; y quizá algunos de los instantes más dichosos que uno recuerda tienen que ver con la experiencia del concierto. Hablo de pop todo el rato, y lo hago sin complejos ni artificios, no me avergüenzan mis preferencias —con frecuencia bastante poco prestigiadas entre el gafapastismo o alternativismo— ni pretendo adornarlas con unos caracteres que no les corresponden. Es algo simple, agradable y divertido. Nada más y nada menos. Junto a este apartado debo destacar uno quizá reducido en extensión pero no en importancia: el dedicado a los peludos. Aquí se da cuenta de la transformación que ha supuesto para mí el contacto directo con los animales, transformación emocional, pero también intelectual, que me ha llevado a querer saber más sobre el ser humano: es decir, tratar de comprender por qué los sometemos aun sufrimiento masivo, gratuito, injustificable, por qué seguimos contemplándolos como cosas a las que utilizar de la manera más inmisericorde… Y cómo escapar de todo ello. Pero ceñirme a ese punto de vista supondría rodear de negatividad mi experiencia, y es justo lo contrario: el trato y la observación de los animales me hace pensar, día a día, en que a pesar de los muchos pesares es posible que el mundo tenga sentido. El resto del libro lo componen textos de diversa índole, referidos algunos a una manifestación artística en decadencia (el cine) y otras con mayor vigor. También hay espacio para la reflexión social o personal, siempre subjetivas y limitadas, y para esos episodios de locura transitoria que sufre todo aquel que escribe, cuando necesita reírse de sí mismo y del mundo. Con el paso de los años el tono del blog ha ido variando: más intimista al principio, centrado en la viviencia cultural en los últimos tiempos. No hay más motivos para ello que la libertad con que uno abre de puerta de este apartamento, rincón nada secreto donde se desarrolla una existencia que acaso sea más real que la otra. Y es que, tal como dice la frase de Edith Bouvier Bale que he adoptado como lema, I only mark the hours that shine. Junto con las personas a las que queremos y que nos quieren, sólo los libros leídos, las canciones escuchadas y los hermosos objetos de nuestra contemplación pasarán por nuestra mente en el último momento de consciencia. Y recordándolos a todos podremos decir: “he vivido”.  Algo más que ciento cuarenta caracteres.  

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