Esta pregunta puede ser muy incómoda de responder cuando tiene lugar en el momento inapropiado y es realizada por personas poco calificadas. El momento inapropiado puede ser, digamos, la celebración de un cumpleaños. Una persona poco calificada puede ser, digamos, uno de los invitados que no tiene inclinaciones académicas sobre el tema, sino una mera curiosidad surgida en el contexto espontáneo de una amena conversación de cumpleaños.
Por supuesto, la inquietud del curioso no tiene nada de reprochable. Pero hacer una pregunta de este tipo, en público, a personas que han dedicado años para tratar de entender qué quieren decir los sabios de la cognición acerca de tal fenómeno, es a lo menos desconcertante. Especialmente, cuando uno cree que para tal pregunta no parece haber un “respuesta definitiva”.
Para empezar, la cognición es el tipo de fenómeno respecto del cual se puede argumentar más fácilmente “por la negativa”. Por ejemplo – para recurrir a una figura frecuente -, alguien podría aseverar con cierta certeza que la luna no está hecha de queso, aunque con ello no se diga nada respecto de la naturaleza de dicho objeto. Mientras esa afirmación no parece llevarnos a alguna parte, tampoco será extraño encontrar adeptos a un tipo parecido de especulación metafísica.
Por supuesto, para todo hay respuestas simples. Pero eso sólo es para preguntas simples, y la pregunta en cuestión, al menos como yo lo veo, no es una de ellas. Ahora bien, uno puede dar una respuesta simple sólo para salir del paso, pero es altamente probable – según la experiencia personal adquirida en diversas celebraciones de cumpleaños – que la siguiente pregunta sea igual de incómoda, ya sea porque se trate de una que requiera alguna respuesta aún más informada, o porque se trate de una que nos pueda llevar a una cadena de respuestas simples adicionales poco feliz.
Dejemos a un lado el cumpleaños por un momento, y veamos el tipo de razones que hace de la pregunta en cuestión una pregunta difícil de responder satisfactoriamente, en el sentido de dar una clara caracterización del fenómeno central. Para esto propósito, bastará hacer referencia a dos aspectos relevantes, a saber, (a) las tensiones existentes entre filosofía y ciencias de la cognición, en tanto disciplinas tributarias de una ciencia cognitiva unificada, y (b) las arquitecturas cognitivas en tanto posibles teorías de la cognición.
En relación con (a), varias son las cuestiones que surgen antes de ensayar una primera reflexión. ¿Por qué y cómo debiera ser la Filosofía considerada una disciplina más de la Ciencia Cognitiva? ¿Qué tipo de filosofía es la que mejor puede calzar dentro de una aproximación científica al estudio de la cognición? ¿Qué tipo de compromisos sustanciales compartidos debieran tener las disciplinas miembros de una ciencia unificada de la cognición, dada la diversidad de teorías de mente asumidas por cada una de ellas (explícita o implícitamente)? Este y otro tipo de problemas son quizás los más importantes, pero no corresponde profundizar en ellos en esta oportunidad. Recuérdese que sólo queremos dar cuenta de las dificultades relacionadas a la pregunta inicial.
En relación con (b), también abundan ciertos problemas preliminares importantes. No un consenso ampliamente compartido, por ejemplo, que los modelos de la conducta humana y, más recientemente, los modelos de la actividad cerebral correlacionada a la conducta, deban estar en clara relación de subordinación hacia alguna arquitectura cognitiva específica. Tampoco existe convergencia con respecto al énfasis normativo que debiera tener una arquitectura de la cognición, de hecho, dicho énfasis a oscilado desde la especificación de representación esenciales que puedan subyacer a una arquitectura, hasta la especificación anti-representacionalista de los mecanismos que subyacen a la denominada conducta inteligente observable. Otra manera de expresar esto es hablar de una transición que va desde un énfasis en las capacidades funcionales de una arquitectura, hacia un énfasis en el modelamiento detallado de la conducta humana y la actividad cerebral.
(a) y (b) son aspectos de problemáticas aún más intrincadas, que podemos exponer de la siguiente manera. Una de las pocas fronteras pendientes de la ciencia es el misterio de la mente humana [1]. Desde sus inicios como marco de investigación científica, la Ciencia Cognitiva ha sido vista por algunos como una aproximación cuyo objetivo es desentrañar de este misterio por medio de la especificación de una teoría que comprenda todos los aspectos de la cognición. Uno de los aportes más importantes de esta empresa fue el haber propuesto un medio para poder llegar a ese objetivo, a saber, las arquitecturas de la cognición [2]. Este concepto está inspirado en la idea que Turing tenía de un computador inteligente [3], y conlleva, como proyecto de investigación, la misión de buscar los mecanismos y representaciones que puedan especificar las bases formales de una teoría unificada de la cognición. Inicialmente, este proyecto asumía cierto nivel de abstracción entre la conducta y su sustrato neuronal, a saber, el algorítmico. El consenso inicial, por lo tanto, sostenía que éste era el nivel importante para la descripción de los mecanismos generales de la cognición, atribuyéndole un carácter prescindible al denominado nivel de implementación. Dicho de otra manera, el éxito descriptivo de alguna arquitectura determinada es dependiente de la identificación de mecanismos generales en el nivel algorítmico (y funcional), soslayándose con ello cualquier implementación específica de tales generalidades descriptivas. Pero no habría que esperar mucho para que las cosas adquirieran nuevos matices y cuestionamientos, como los relacionados a la manera de evaluar (e incluso medir) la relación entre la conducta descrita por la arquitectura y la mostrada por la conducta real del agente; los relacionados al “locus descriptivo” de la inteligencia, vale decir, al hecho de cuánto de la “inteligencia” que se logre describir está presente en la arquitectura que actúa como paraguas metodológico, y cuánto está presente en el modelo de los mecanismos concretos de alguna tarea especifica que requiera inteligencia; finalmente, también ha sido objeto de preocupación el no poder definir con claridad la cantidad y el rol del conocimiento especifico que se requiere para hacer correr el programa de una tarea determinada.
Como consecuencia de lo anterior, la exploración científica se ha diversificado de una manera que no sólo varía con respecto a sus métodos y modelos, sino que también con respecto a aquellos supuestos metodológicos compartidos que fundaron la Ciencia Cognitiva de primera generación. La mayoría de la investigación actual acerca de arquitecturas cognitivas consiste en la construcción de modelos particulares, con una tendencia importante hacia la búsqueda de evidencia de apoyo en la neurociencia y en las técnicas de neuroimágen. Esto incluye suponer que toda la posible arquitectura tiene su implementación o realización en el cerebro. Una consecuencia de éste énfasis en la construcción de modelos da lugar a inevitables cuestionamientos adicionales. Ejemplo: ¿Cuán confiables pueden ser los modelos de tareas específicas que intentan adecuarse a cualquier arquitectura subyacente, si se sabe que distintos modelos pueden ser pertinentes en la descripción de un mismo mecanismo cualquiera? Este cuestionamiento no está divorciado del problema relacionado con (a), es decir, de la relación actual entre filosofía y las denominadas ciencias cognitivas de última generación. En este último caso, lo que se ha puesto en duda es la relevancia científica de la contribución filosófica en tanto reflexión independiente de la experimentación.
Desde el ámbito tradicionalmente circunscrito a la filosofía de la mente, las diferentes posiciones sobre el problema mente-cuerpo, el análisis de las representaciones mentales desde la perspectiva de los posibles vehículos representacionales y sus contenidos, o bien la evaluación de teorías de conceptos desde la ontología [4], han jugado un rol importante con respecto a la relación entre ciencia cognitiva y otras disciplinas como la neurociencia y la neurociencia cognitiva, así como con respecto a la relación entre los agentes y el ambiente externo. Pero no es ésta la única forma en que la filosofía se ha tratado de hacer calzar dentro del esquema investigativo de las ciencias cognitivas. El desarrollo de una filosofía de las ciencias naturalista ha dado lugar a la denominada “explicación mecanicista” [5] de los procesos cognitivos, abriendo paso a una caracterización alternativa del proyecto explicativo de la ciencia cognitiva, y, al mismo tiempo, ofreciendo – quizás, con exagerado optimismo – una directriz normativa a esta ciencia de la cognición (y la mente), sugiriendo una posible integración mecanicista de las múltiples perspectivas disciplinarias que ofrece el mercado de las actuales ciencias cognitivas.
Con todo, para responder con cierta precisión preguntas de cumpleaños como la que dio inicio a este posteo, podríamos restringir las opciones a sólo tres. Primero, la respuesta simple: “la cognición es el conjunto de procesos subyacentes a la conducta inteligente”. Como no es poco probable que dicha respuesta invoque otras inquietudes relacionadas con cada uno de los constituyentes de la respuesta en tanto proposición (e.g. tipos de procesos, concepciones posibles de conducta inteligente, niveles o ámbitos de abstracción vinculados al término “subyacentes”, perspectiva o posición filosófica y/o metodológica desde la cuál se plantea la respuesta, niveles explicativos, y un interminable etcétera), lo que nos queda es la segunda opción: la respuesta larga. Esta puede o no resultar compleja, dependiendo de la pericia del interrogado, pero ciertamente tendrá muchos pasos preliminares, como podría ser la elaboración de cada uno de los temas relacionados a los aspectos (a) y (b) concernientes a caracterizar no el fenómeno de la cognición en sí mismo, sino la dificultad para recién empezar a caracterizarlo con sentido y cierta claridad.
La tercera opción es mi favorita, y cada vez toma lugar de la primera con más frecuencia. Cómo de lo que no se puede hablar es mejor callar, dicha opción se restringe a responder “no sé”… independientemente de cuándo haya que saber para concluir que, en realidad, de algo pueda saberse poco o nada.
REFERENCIA
[1] Taatgen, N.A., & Anderson, J.R. (2010). “The Past, Present, and Future of Cognitive Architectures.” Topics in Cognitive Science 2: 693-704
[2] Newell, A. (1990). Unified theories of cognition. Cambridge, MA: Harvard University Press.
[3] Turing, A.M. (1950). “Computing machinery and intelligence.” Mind, 59, 433-460
[4] Vallejos, G. (2008). Conceptos y Ciencia Cognitiva. Bravo y Allende editores
[5] Bechtel, W. (2010). How Can Philosophy Be a True Cognitive Science Discipline? Topics in Cognitive Science 2: 357-366
http://urbanguyb.blogspot.com/