Recuerdo que la primera vez que leí el nombre de Alice Guy-Blaché fue en 2014, cuando me encontraba realizando una investigación en torno a Helena Cortesina, primera autora de un largometraje español, Flor de España o la vida de un torero (la primera responsable de un cortometraje español fue otra Elena, de apellido Jordi, con el film perdido Thäis).
El nombre de Guy aparecía como el de la pionera del cine francés y, por ende, mundial.
Para el escritor, profesor y Juan Laborda Barceló, el nombre de Guy apareció por primera vez en su vida gracias a una alumna de su clase de Audiovisuales. Así reproduce el autor dicho momento en que se lo dijo, con las mismas palabras: "Esta mañana, cuando venía en coche con mi padre, he escuchado en la radio que hubo una pionera del cine de origen francés". A partir de ahí, según Laborda, aquella cineasta nunca más le abandonó. Ahora, publica un libro sobre su figura, editado por Huso y titulado Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta. El original título alude al verso de un poema del argentino Roberto Juarroz titulado A veces me parece. Como el propio Laborda comenta, "hasta hace poco, Alice Guy no era nada" pues ella misma y su obra estaban "sometidas al agujero negro de la inexistencia".
Por fortuna, hoy en día y gracias al "celo investigador e inquietud de una serie de estudiosas, aquella nada es, afortunadamente, una fiesta". Y gracias a este autor, a su propio granito de arena aportado con este libro, esa fiesta es aún mayor.
Leyendo sus páginas, uno no puede evitar sentir ese profundo "vacío" que ha acampado a sus anchas durante la historia del cine en torno a esta cineasta tan decisiva.
Ella no sólo fue la responsable de construir el lenguaje del séptimo arte cuando éste aún se encontraba dando sus primeros balbuceos; su cine fue el inaugurador de diversos géneros: además de disputarse con Méliès la conformación del cine fantástico con su film El hada de las coles (1896), plantó el germen del género bélico ( Ataque sorpresa a una casa al amanecer, 1898), inauguró el melodrama ( Falling leaves, 1912) e incluso el cine interpretado exclusivamente por afroamericanos ( A Fool and His Money, 1912). Pero, por encima de todo, realizó un cine de mujeres y crítico con una sociedad eminentemente androcéntrica. Tal vez por ello su nombre fue borrado de las enciclopedias del séptimo arte, negándosele incluso la autoría de sus propias películas o siendo relegada a mera "secretaría" en lugar de autora de cine con mayúsculas. Lo cierto es que incluso llegó a fundar su propia productora cinematográfica, la Solax Company, en 1910.
Decimos que Guy fue una auténtica pionera y revolucionaria por cuanto en su cine existen una serie de componentes o motivos "incómodos o polémicos" que, en palabras de Laborda, "aparecen más o menos escondidos, como los mensajes simbólicos de la fachada de una catedral". Así, por ejemplo, en su film La salida de Arlequín y Pierrot (1900), sus protagonistas serán féminas que interpretarán incluso los roles masculinos. En uno de sus fragmentos, se asistirá al que podría considerarse como el primer beso lésbico del cine (si bien debería considerarse la cuestión de la inversión de roles de género e incluso el travestismo como desafío absoluto).
En otro de sus trabajos, Las consecuencias del feminismo (1906), pondrá patas arriba el orden cultural establecido, dotando a las mujeres de los privilegios otorgados al hombre y sometiendo a éste a las órdenes que hasta entonces sólo ellos habían dado a las mujeres. Cuestionar la masculinidad suponía evidenciar su formación como constructo, delatando una base cultural y no real, causante del injusto desequilibrio entre ambos sexos.
Sobre estas y otras cuestiones indagará Laborda, levantando su texto mediante la reflexión propia y necesaria del ensayo. Su pensamiento muchas veces excederá el del mero estudio fílmico para situarse en el plano sociológico e incluso filosófico, planteando distintos dilemas al lector.
La capacidad crítica de éste se verá puesta a prueba en un ejercicio de alto nivel intelectual, refrendando lo que en última estancia supone el cine: un poderoso instrumento intelectual y social, capaz de remover al espectador en su butaca y dejarle pensando tras la proyección. Pues, más allá de la capacidad de evasión, el cinematógrafo se denominará "séptimo arte" al caracterizarse precisamente por eso: por su calidad artística, técnica y conceptual. Y Alice Guy tendrá todo eso en cuenta a la hora de elaborar sus imágenes y sus mensajes. La mujer será un protagonista con capacidad autónoma, capaz de afrontar su propio destino y el de los demás, aceptando todo tipo de adversidades: siendo capaz de desarmar a soldados y detener fusilamientos gracias a su coraje y determinación. Incluso en su tierna infancia también será capaz de detener a temibles forajidos o tratar de salvar de la muerte a sus seres queridos mediante gestos mágicos de gran poética y belleza.
Resulta imposible condensar la intensa vida profesional de Guy (también fue responsable de los primeros intentos por aunar imagen y sonido en el cine a través de los fragmentos operísticos que filmó en las famosas "fonoescenas", y estuvo en España registrando sus paisajes más característicos -como era acostumbrado en la época por parte de compañías como la de los Lumière o Pathé-. No obstante, en lo personal, la vida no le trató como ella merecía ni en el amor ni en el recuerdo de su memoria. Ella misma luchó en los últimos años de su vida por reunir sus trabajos cinematográficos sin mucha fortuna. Paralelamente, Méliès decidió destruir parte de su legado para evitar que se comerciara ilícitamente con él y acabó sus últimos años en un puesto de la estación de Montparnasse (junto a su antigua actriz Jehanne d'Alcy, con la que se casó) vendiendo juguetes y golosinas. Finalmente, el director de la revista Ciné-Journal, León Druhot, le redescubrió y "rescató del olvido" como cineasta de gran relevancia en la historia del cine. Guy no corrió la misma suerte y aún en la actualidad espera ocupar el podio del que fue apeado injustamente (incluso por quien fue su propio jefe, León Gaumont).
No obstante, se han llevado a cabo en los últimos tiempos diferentes labores de investigación gracias a las cuales Guy comienza a tomar una posición sobresaliente: documentales como Be Natural: The Untold Story of Alice Guy-Blaché de Pamela B. Green, 2018, libros como el de Alison McMahan Alice Guy Blaché: Una visionaria olvidada del cine (2006), o el que aquí nos ocupa de Laborda. Pequeños pero importantes granos de arena con los que conformar el camino que llevará a Guy a un destino cierto en la paradójica futura escritura del pasado.
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