La búsqueda de una relación clara, no ambigua, entre el consumo de ciertos alimentos y la aparición o la prevención de diferentes tipos de cáncer proviene desde luego de bastante tiempo atrás. Epidemiológicamente, existen diferentes vías de estudio que parecen prometedoras al respecto:
Productos lácteos y cáncer colorrectal: especialmente te relacionan con los prebióticos y demás elementos relacionados.
Carnes: un ácido graso aislado de la carne de vacuno cocinada podría ser anticanceroso: el ácido linoléico conjugado.
Semillas: hay un creciente interés en compuestos ligados a la fibra como los lignanos. Tal vez tengan un lugar en la prevención de tumores dependientes de estrógenos (en roedores, disminuyen la incidencia de tumores de colon, pulmón y mama).
Soja: algunos de sus componentes se han identificado como antitumorales: fitosteroles, saponinas, ácidos fenólicos, ácido fítico y especialmente las isoflavonas (genisteína y daidzeína), unos compuestos
fenólicos heterocíclicos con una estructura similar a la de los estrógenos.
Tomate: el licopeno (un carotenoide) tendría un potencial efecto anticanceroso, sobre todo para el cáncer de próstata. Curiosamente, el licopeno es el carotenoide más abundante en la propia próstata. También los carotenoides podrían actuar en tumores de piel, mama, aparato digestivo, cervix y vejiga.
Ajo: los componentes sulfurados del ajo han sido investigados en relación con numerosos procesos cancerosos, especialmente del aparato digestivo.
Té: los polifenoles constituyen más del 30% del peso seco de las hojas frescas de té, especialmente las catequinas. En Japón, su consumo se relaciona con la prevención del cáncer de mama.
Crucíferas: su poder anticanceroso (brécol, sobre todo) se debería al contenido de estos vegetales en glucosinolatos. La enzima mirosinasa hidroliza estos productos en isotiocianatos e índoles de posible acción preventiva en cánceres estrógenodependientes.
Cítricos: los limonoides actuarían junto con la vitamina C, los folatos y la fibra de estas frutas.